martes, 28 de abril de 2020
Fernando Nombella / Poesía
Era el pasado mi alimento.
Me daba la memoria el fuego
que me era preciso, aunque ese fuego ardiera
en la tierna lumbre de la imaginación.
Árboles, pájaros, ríos,
eran meras imágenes
que no iban más allá de la literatura,
como si sólo fuesen los árboles del poema,
los pájaros de un canto melancólico,
los ríos por donde fluye el tiempo de la filosofía.
Ahora, al acordarme de todo eso,
mientras bebo despacio
esta copa de soledad,
no reconozco el escenario:
como si el viento hubiese barrido los árboles
y el otoño expulsado a los pájaros.
Como si el invierno hubiese desviado,
helado incluso, las aguas de los ríos.
Lo que veo, en el espacio en el que entro
por la puerta que me abriste,
es más sencillo que todo eso:
tú, con el rostro apoyado en las manos,
y los ojos que me traen toda la verdad del mundo.
Guardo conmigo, entonces, tu imagen.
Vivo cada instante que me dejaste,
y en todo ese tiempo que nos separa
vuelven a crecer los árboles,
otros pájaros cantan.
Y cómo corren los ríos del amor.
(Versión del poema de título homónimo de Nuno Júdice)
(De Soñé la muerte y otros poetas, Madrid, El sastre de Apollinaire, 2010)
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