martes, 28 de abril de 2020

Nuño Júdice/ El inventor de historias


En esta ciudad había un bosque; en esta casa, un
hueco; y en ese hueco murió un hombre, mirando
el fuego. En esa noche, no se veía el cielo
entre las ramas; pero todos los ruidos de la noche interrumpían
el pensamiento del hombre, y el crepitar de la leña
le iluminaba el rostro, mientras moría.

En ese tiempo, en que no había ciudad ni casa y
sólo el bosque se extendía más allá de ríos y montes,
de valles y montañas, de rebaños y manadas, un hombre
miraba al fuego, y moría. En su cabeza, sin embargo, se habían
formado historias que atravesaron los tiempos
hasta que llegaron al cuarto que ya fue un hueco,
en una ciudad sin árboles ni pájaros.

Lo que el hombre recuerda, ante el fuego, tiene el brillo
de la llama que se va a volver ceniza, en el final de la noche; y el mismo
viento que barre las hojas del otoño y las cenizas
de la hoguera ya no llevará las palabras del hombre que a la madrugada
no despertó. Pero las historias que inventó se soltaron
de él; y recorrieron el mundo y los tiempos, mientras
otros hombres abatieron bosques, construyeron ciudades,
inventaron otras historias.

El hombre no supo lo que le sucedió a esta historia. Pero
la inventó para que, un día, otro la pudiese contar.

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