martes, 28 de abril de 2020
Nuño Júdice / Informe
Hago el inventario de los muebles en esta casa vacía,
con un cuaderno de escuela, lleno las rayas
con un dibujo minucioso de palabras:
un armario de almas, una mecedora,
una creencia de ecos, una mesa sin piernas,
un espejo de sombra, un rincón interrumpido
en la cesura del verso, un estante de imágenes.
Llevo esta lista al notario; y le pido que
borre los objetos inútiles para que el cuaderno
sirva de algo. Pero él me pide que
remplace las palabras con los objetos. Pues,
repongo el alma en el armario, balanceo el cuerpo sobre
la silla, grito en el abismo de la creencia, hago
caminar la mesa, me miro en el espejo del verso,
y saco del estante todas las imágenes.
“¿Pero qué casa es esta?”, me pregunta el
empleado. Le digo que los cuartos son
las estrofas, que los muros son hechos con
los ladrillos de los versos, que un yeso de rimas
llena los intersticios. Sólo no sé indicar
la calle, el número, el color de las paredes. Es una casa
que no existe, aunque sea mi casa.
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