lunes, 27 de abril de 2020
Don Paterson / Poesía
De la misma manera en que el necio diamante
contiene una chispa del fuego ancestral del planeta
atrapada para siempre en su red de hielo,
no es el último fuego del amor el que la poesía guarda,
sino el átomo del amor que la hizo abandonar el silencio:
de modo que si el carbón brillante de su amor
empieza a humear, el poeta escucha su voz
súbitamente forzada, como la de un cantante de reparto,
enamorado de su propio estilo o tapado por los violines.
Pero si logra una luz más estable, si alcanza el verso puro,
cuando finalmente llegue, sonará como un manantial
igualmente puro, anónimo y sereno.
Bajo el ajeno y lejano cielo, el agua no canta nada,
ni de tu nombre, ni del mío.
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