El violinista azul. Marc Chagall. 1947
Si me atrevo y abro la ventana
puede suceder:
el cielo gris con su golondrina completamente natural
o dos amantes sobre el mismo cielo anunciando el verano.
Soy un hombre cauto,
estoy acostumbrado a los días
y temo los milagros no previstos en el programa.
Chagall ha detenido su largo vuelo sobre mis libros,
viene de sobrevolar los campos y las aldeas,
ha estremecido
los árboles
ha derribado
los frutos
la manzana
que descalabró los ojos miopes de Sir Isaac Newton.
Le digo que no crea
que yo también entreveo la posibilidad de volar,
de caminar por el cielorraso
de invitar a las muchachas
a mirar la ciudad desde arriba.
Chagall sonríe y sabe
que un hombre cauto
no puede huir de la cordura.
Si me atrevo y abro la ventana sé lo que puede suceder:
un hombre que se va sobre el aire
inventando
con un violín rojo
una serenata.
El violinista sobre el tejado de una casa, toca felizmente su violín.
Allí desde arriba alejado de complicaciones, se aleja del ruido y los problemas del pueblo, levemente esbozado a través de tejados escalonados y disfruta de una noche de luna llena. Tres pajarillos le acompañan. Chagall, pintor de encantador estilo propio, recoge matices del cubismo en las estructuras y composiciones, del surrealismo en sus ensoñaciones y del arte naif en su estilo infantil puro e idealizado.
En la obra dominan los colores fríos, azul cobalto, morado, verde, aplicado a manchas, pero el rostro rojo del violinista, las flores y el anaranjado violín le confieren calidez. Es la belleza de la música la que pone el color y la vida.
El músico se sitúa en el centro del cuadro, es mucho mayor que las casas, su alma y su arte llenos de lirismo son “más grandes” que la realidad material. Por ello flota feliz en su mundo de ensueño, como una nota más, llevando su blanca mano hacia su violín del que emana la poesía.
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