martes, 5 de mayo de 2020

P. H. Auden / Musée des Beaux-Arts


Pieter Brueghel el Viejo, Paisaje con la caída de Ícaro (h. 1558)

Con respecto al sufrimiento nunca se equivocaron
los Antiguos Maestros: qué bien comprendieron
su lugar en la vida humana: de cómo sucede
mientras alguien come o abre una ventana o camina distraído;
De cómo cuando los ancianos aguardan animados con devoción
un milagroso nacimiento, siempre hay niños a quienes
les tiene sin cuidado si sucede
porque patinan sobre el hielo de la laguna cerca al bosque.

Nunca olvidaron
que hasta la desgracia más temida debe seguir su curso,
de algún modo en una esquina, en algún lugar no muy limpio
donde los perros siguen su vida de perros y el caballo del torturador
inocentemente se restriega el trasero contra un árbol.

En el Ícaro de Breughel, por ejemplo: cómo todos dan la espalda
indiferentes a la tragedia; el labrador pudo haber
escuchado el chapoteo en el mar, el grito de desesperación,
pero para él no fue fracaso alguno; el sol brillaba
como tenía que brillar en las pálidas piernas que desparecían en el verdor
de las aguas, la suntuosa y delicada nave
que debió haber presenciado algo maravilloso, un joven cayendo del cielo,
tenía que llegar a algún lugar, y alzó velas tranquilamente.

(Traducción de León Leiva Gallardo)

Detalle:  las piernas de Ícaro

El título del poema elegido hace referencia al Museo de Bellas Artes de Bruselas, que Auden visitó en 1938, tras su estancia en España. Allí pudo contemplar el cuadro titulado "Paisaje con la caída de Ícaro", atribuido a Brueghel el Viejo, si bien actualmente se duda de su atribución. El poema trata sobre la indiferencia de los humanos ante el sufrimiento individual. Como sucede en el cuadro de Brueghel, la vida cotidiana no se ve alterada por la tragedia: la caída de Ícaro no conmueve al campesino, que continúa con su trabajo, ni a la tripulación del barco, que sigue navegando tranquilamente. 

El labrador del arado, el pastor y el pescador aparecen mencionados en el relato de Ovidio; están: «asombrados y creen ver a los dioses aproximándose a través del éter», lo que no cuadra precisamente con la impresión que da el cuadro. También hay un proverbio flamenco que dice «Ningún arado se detiene porque un hombre muera». La pintura puede, como sugiere el poema de Auden, mostrar la indiferencia de la humanidad al sufrimiento, resaltando que los hombres siguen con sus quehaceres a pesar de la muerte de la figura mitológica.

Ícaro es un personaje mitológico, hijo del arquitecto Dédalo, constructor del Laberinto de Creta, en el que Minos encerró al Minotauro. Deseoso de escapar de la isla de Creta, donde Minos los tenía retenidos, Dédalo fabricó alas para ambos con plumas sujetas con hilos y cera.  Cuando estuvieron acabadas, advirtió a su hijo de que no volase muy alto porque el calor del sol derretiría la cera, ni tampoco demasiado bajo ya que la espuma del mar mojaría las alas. Pero Ícaro, orgulloso de volar, olvida la advertencia de su padre y vuela tan alto que el sol derrite la cera que sujetaba parte de las plumas. El joven cae al mar y muere ahogado.

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