Cuando la infantil frente en su roja tormenta
implora el blanco enjambre de los sueños borrosos,
sus dos hermanas llegan y cada una ostenta
las uñas argentinas de sus dedos graciosos.
Sientan al niño enfrente de una ventana abierta,
al aire azul que baña las abundantes flores
y por su pelamesa de rocío cubierta
pasan sus dedos crueles, finos, encantadores.
Y sus respiraciones furiosas y furtivas
con la miel de sus rosas le rozan sin cesar.
Solamente su soplo interrumpen salivas
chupadas por los labios o ganas de besar.
De las negras pestañas escucha las cadencias
en las pausas fragantes y, eléctricos y flojos,
siente que dan los dedos con grises indolencias
entre las regias uñas la muerte a los piojos.
Da el vino de la dulce Pereza su delicia
con acordes de harmónica que puede delirar
y el niño siente, al lento compás de la caricia,
cómo nacen y mueren las ganas de llorar.
Paul Verlaine y Arthur Rimbaud
Arte y lienzo y alma de Goya son también Las Espulgadoras, pero de una grotesca luz exasperada, blanco sobre blanco, con efectos azules o rosados y de una pincelada singular rayana en lo fantástico. ¡Mas cuán superior es siempre al pintor el poeta que cuenta con la alta emoción y el canto de las buenas rimas!
Hasta la irregularidad de rima de la primera estrofa, hasta la última oración que queda suspendida y cortada a pico, sin conjunción con la anterior y rematada con el punto final, todo contribuye por la ligereza de bosquejo y el temblor de factura al delicado encanto de este trozo. Sobre todo en algunos versos que parecen prolongarse en ensueño y música, ¿no es cierto que su balanceo rítmico es de estirpe lamartiniana? Hasta propia de Racine –osaríamos decir– y también ¿por qué no habríamos de confesar que es a veces virgiliana?
Palabras de Paul Verlaine sobre este poema tomadas de su libro Los Poetas Malditos
No hay comentarios.:
Publicar un comentario