sábado, 16 de mayo de 2020

Vicente Huidobro / Adán


¡Silencio! ¡Soledad! Vasto silencio
De las llanuras muertas.
Solemnes y desiertas,
Largamente tendidas bajo el otro
Silencio enorme de los cielos graves,
Cobijadoramente luminosos.

Y en medio de los dos grandes silencios
De la tierra y el cielo,
Eternamente cara a cara,
Adán enorme y solo se elevaba
Mudo como una estatua.
¡Y allí clavado medio a medio
Era como el intento
De unir aquellos dos grandes silencios!

Adán, como el que despierta de un gran sueño,
Atónito miraba el universo,
Y como si acabara de surgir de la tierra
Olía todo a ella;
Estaba saturado de yerbas
Y parecía que su cuerpo
Enorme, fuerte y suelto,
De fibras de árbol fuera hecho.
¡Creeríase ver en sus carnes nudosas
Una vacilación entre ser hombre y ser roca!

Y con sus ojos nuevos sin nada de profundo
Adán iba adquiriendo las bellezas del mundo,
Iba adquiriendo formas su cerebro,
A medida que observaba el universo.
Tenía la mirada estupefacta,
Fija y maravillada…
Tenía el gesto natural del niño
Ante algo que le es desconocido.

Los cielos sonreían de blancura
Y la Naturaleza limpia y pura,
Como recién nacida,
Se adivinaba, al fin, entera y comprendida
Y se mostraba superior y enorme
A la contemplación del primer hombre.

Los árboles verdeantes y sonoros
Se alzaban como brazos.
Y a lo lejos brillaban luminosos
Los trigos no sembrados.

Adán enorme y solo todo lo miraba…
Era el Hombre que ante el mundo se alzaba.
El primer hombre que su mente despertaba
Y por entero a contemplar se daba.
Comprendía de las cosas el único designio,
Veía en todo el verdadero sentido
Y todo lo que miraban sus pupilas
Su cerebro adquiría.
Y sentía crecer los árboles adentro,
Correr el agua por sus nervios,
Brillar el sol en su cerebro.
Todo lo que sus ojos contemplaban
Lleno de lágrimas amaba.
¡Era en aquel instante de la contemplación
Todo su cuerpo un solo corazón!

Adán enorme y solo
Los llanos contemplaba
Y todo se disputaba el camino de sus ojos
Para llegar a su alma.
Todo quería ser claro en su cerebro
Y reposar en él sin nada de misterio,
Todas las cosas de la tierra
Se iban a sus ojos y le daban su esencia
Por entero, sin reservas,
Como una natural, lógica ofrenda.

Todos los ruidos de la tierra y los rugidos
De los animales hacían su nido
Cómodo y absoluto en sus oídos,
Repercutían en su cerebro,
El cual los ordenaba,
Y se agrandaban en su alma.

Adán, viendo los campos hinchados de futuro,
Llenos de ofrecimientos en sus frutos,
Y mirando los robustos brotes,
Sentía como el ansia
De beberse los vigores
Que se desprenden de la tierra sana,
De los árboles, las yerbas y las plantas.

Adán enorme y solo,
Sintiendo aquel llegar de cosas a sus ojos,
Era la estatua del reposo,
Todo alma y vigor,
Dulcificado de contemplación.

Y vio a lo lejos alzarse la montaña
Para él, para que él la subiera,
Y vio correr el agua
Tembladora de luz, pura y clara
Para él, para que él la bebiera.
Todo lo que veía
Con santa desnudez se le ofrecía.

Todas las cosas se ofrecían
Unas a otras por entero,
Y en darse estaba toda su alegría,
En sentirse de otras un provecho.
En parte alguna se veía
El gesto helado que pone lo egoísta.

Las aguas acogían amistosas
La clara bondad del cielo
Y de las ramas temblorosas,
Los árboles en su recogimiento
Acogían el cansancio de los pájaros
Y les daban descanso
Bajo su grata sombra.
Y los ojos de Adán,
Hijos de un deseo de luz y de formas,
Sentían en su fondo reposar
El triunfo milagroso de la naturaleza
Y todo el entusiasmo de la Tierra.
¡Oh la primera mirada comprensora
Que recorrió la tierra!
La primera mirada inteligente y buena,
Al sentirla temblaron todas las cosas
Llenas de una emoción acogedora.
¡Oh el primer sol, de la primera
Mañana de la Tierra!
¡Oh el primer rayo luminoso
Que Adán sintió en sus ojos
Y que lo llenó de un claro regocijo
Y de sabios intentos!
¡Oh el momento supremo en que el instinto
Cayó vencido por el intelecto!

Primer placer del contemplar;
Del escuchar, goce primero;
Primer placer del admirar,
Y del sentir y del palpar.

Las fieras corrían, daban saltos
Con sus nervios elásticos.
Adán ya no lucha con ellas,
Las ama, las contempla.
Le gusta comprender los animales,
Ver la perfecta gracia de sus líneas,
Mirar cómo les tiemblan los ijares
Cansadas de correr. Goza y admira
El nervioso temblor de aquellas carnes
Ansiosas de saltar entre breñales,
El pleno dilatar de las narices
Y el palpitar de aquella fuerte sangre,
Sangre de mundo que despierta y vive;
Sangre que fue esencia de la roca,
Sangre que fue savia de la selva,
Que fue sal de las olas,
Que fue plasma de la tierra.

Adán sabe que él también es fuerte,
Que él en esencia estuvo siempre,
Que la sana alegría del mundo
Nutre sus músculos.
Y se inunda de entusiasmo por su carne
Y por la ardiente plenitud de su sangre.
Siente que el corazón enriquece sus fibras
Y que le llena el cuerpo de luz viva.

Adán siente que todo
Se va apozando milagrosamente
En el fondo de sus ojos
Llenos de campo verde.

Y todo aquello que antes en su obscura conciencia
Se resolvía multiforme, toma rasgos precisos y lo llena
De Santas bendiciones.
Y siente el entusiasmo bondadoso
De vivir para sí y para todo.

Y él sin decirlo a todo daba gracias:
Al árbol por ser árbol,
Al agua por ser agua,
Al pasto verde por ser pasto.

Bendita seas, agua, porque eres cristalina,
Porque el alma refrescas y la vista;
Bendito sea el día
Porque las cosas ilumina,
Y bendita la noche porque ella
Las hace hundirse en su reposo
Y da descanso a los ojos,
Haciendo abstracción de todo.
Bendito seas, árbol, porque das sombra
Y reconfortas;
Bendita seas tú también, montaña,
Porque te elevas,
Y todas las cosas de la tierra
Benditas sean.
¡Y en sus ensueños sumido
El fue el único hombre agradecido!

Adán solemne y mudo meditaba
Y quiso tener habla,
Porque todas las cosas en el alma
Le formaban palabras.
Y así fue que la primera
Palabra humana que sonó en la tierra
Fue impelida por la divina fuerza
Que da al cerebro la Belleza.

Y dijo:
-Entrad en mí, Naturaleza,
Entrad en mí, ¡oh cosas de la tierra!
Dejad que yo os adquiera,
Dadme la suprema alegría
De haceros substancia mía.
Todo esto que nace en el suelo
Quiero sentirlo adentro.

Y Adán habló, y el hombre puso palabras
En todas partes donde antes callaba,
En donde siempre estuvo silencioso,
Donde sólo se oían los grillos sonoros.
¡La Tierra, santa de paz y de calma,
Oyó en éxtasis la primera palabra
Y quiso acogerla para eternizarla!

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