Una mujer ha entrado en el viejo hotel
y va hacia el mostrador.
Una mujer se quita el abrigo gris,
el sombrero, el vestido y los recuerdos.
Una mujer retira la áspera colcha
de la cama de hotel.
Una mujer sin rostro, casi desnuda,
está sentada al borde de su vida.
Una mujer se esconde dentro del miedo
y, tras leer la carta,
mide su soledad interminable.
Howard Hopper, Habitación de hotel (1931)
La tela nos muestra un tema recurrente en la trayectoria pictórica de Hopper: la soledad. Y es que este autor plasmó como ningún otro el vacío existencial que estaba surgiendo en la sociedades modernas de las esas décadas iniciales del siglo XX. De hecho, esa situación de colocar a su personajes en una habitación de hotel la repitió en varias ocasiones, ya que realizó una serie de obras ambientadas en los típicos moteles norteamericanos, y el plasmaba la imagen como si fuera un voyeur que observaba clandestinamente desde una ventana de la habitación.
En esta ocasión vemos una mujer recluida en la habitación, encerrada ahí y también en sí misma. Algo que pintó infinidad de veces, y para ello casi siempre posó su propia esposa, Jo Nivinson.
Imágenes como ésas son las que mejor retrata los Estados Unidos de la Gran Depresión, a la que fue abocado el país tras la Crisis del 29. Es decir, la pintura de Hopper es propia de su tiempo, y no solo en cuanto al mensaje, sino también en cuanto a la forma. Porque Edward Hopper optó por volcar en la pintura imágenes más propias de los encuadres del emergente arte cinematográfico.
El cuadro es como un fotograma de una secuencia. Nos podemos imaginar que la mujer ha llegado a la habitación, se ha quitado su ropa para estar más cómoda y todavía no ha abierto su equipaje. Y se sienta sobre la cama a ojear un papel, tal vez un horario de trenes. Y parece pensar ¿qué hago aquí? ¿por qué tengo que estar aquí sola? ¿adónde tengo que ir después?
Y como es tradicional en el arte figurativo, una de sus máximas preocupación fue la plasmación de la luz. Algo que le obsesionaba. En este caso nos plantea una luz artificial que no se ve, que cae sobre la espalda de la mujer y llega a iluminar sus piernas. Una luz que sobre todo le sirve para acentuar de una forma muy poética los contrastes de color.
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