jueves, 28 de mayo de 2020

Arthur Rimbaud / Las espulgadoras


Cuando la infantil frente en su roja tormenta
implora el blanco enjambre de los sueños borrosos,
sus dos hermanas llegan y cada una ostenta
las uñas argentinas de sus dedos graciosos.
Sientan al niño enfrente de una ventana abierta,
al aire azul que baña las abundantes flores
y por su pelamesa de rocío cubierta
pasan sus dedos crueles, finos, encantadores.
Y sus respiraciones furiosas y furtivas
con la miel de sus rosas le rozan sin cesar.
Solamente su soplo interrumpen salivas
chupadas por los labios o ganas de besar.
De las negras pestañas escucha las cadencias
en las pausas fragantes y, eléctricos y flojos,
siente que dan los dedos con grises indolencias
entre las regias uñas la muerte a los piojos.
Da el vino de la dulce Pereza su delicia
con acordes de harmónica que puede delirar
y el niño siente, al lento compás de la caricia,
cómo nacen y mueren las ganas de llorar.


Paul Verlaine y Arthur Rimbaud

Arte y lienzo y alma de Goya son también Las Espulgadoras, pero de una grotesca luz exasperada, blanco sobre blanco, con efectos azules o rosados y de una pincelada singular rayana en lo fantástico. ¡Mas cuán superior es siempre al pintor el poeta que cuenta con la alta emoción y el canto de las buenas rimas!

Hasta la irregularidad de rima de la primera estrofa, hasta la última oración que queda suspendida y cortada a pico, sin conjunción con la anterior y rematada con el punto final, todo contribuye por la ligereza de bosquejo y el temblor de factura al delicado encanto de este trozo. Sobre todo en algunos versos que parecen prolongarse en ensueño y música, ¿no es cierto que su balanceo rítmico es de estirpe lamartiniana? Hasta propia de Racine –osaríamos decir– y también ¿por qué no habríamos de confesar que es a veces virgiliana?

Palabras de Paul Verlaine sobre este poema tomadas de su libro Los Poetas Malditos


martes, 26 de mayo de 2020

Marceline Desbordes-Valmore / No escribas. Estoy triste y quisiera extinguirme…


No escribas. Estoy triste y quisiera extinguirme.
El hermoso verano sin ti, es una noche sin luz.
He cerrado mis brazos que no pueden alcanzarte,
Llamar a mi corazón es llamar a una tumba.
¡No escribas!

No escribas. No aprenderemos más que a morir
No pido más que a Dios… más que a ti, ¡tanto te amaba!
En el fondo de tu ausencia escuchar que me amas,
Es vislumbrar el cielo sin alcanzarlo.

No escribas. Te temo, tengo miedo de mi memoria
Ella ha guardado tu voz que me llama a menudo
No muestres el agua a quien no puede beber
Una escritura es un retrato vivo.
¡No escribas!

No escribas esas palabras dulces que no me atrevo a leer:
Parece que tu voz las extiende en mi corazón
Y que las veo arder a través de tu sonrisa,
Parece que un beso las imprime en mi corazón.
¡No escribas!

Desbordes Joseph Constant. Portrait de Marceline Desbordes Musée de la Chartreuse

Marceline Desbordes-Valmore / Separados


No me escribas. Estoy triste, desearía morirme. Los veranos sin ti son como noche sombría.
He cerrado los brazos, que abrazarte no pueden, invocar mi corazón, es invocar la tumba.
¡No me escribas!
No me escribas. Aprendamos únicamente a morir en nosotros. Pregunta sólo a Dios..., sólo a ti mismo, ¡cómo te amaba! Desde tu profunda ausencia, escuchar que me amas
es como oír el cielo sin poder alcanzarlo.
¡No me escribas!
No me escribas. Te temo y temo mis recuerdos; han guardado tu voz, que me llama a menudo. No muestres agua viva a quien beberla no puede. Una caligrafía amada es un retrato vivo.
¡No me escribas!
No me escribas dulces mensajes: no me atrevo a leerlos: parece que tu voz, en mi corazón, los vierte;
los veo brillar a través de tu sonrisa;
como si un beso, en mi corazón, los estampara.
 ¡No me escribas!

De Poésies, 1822


LES SÉPARÉS

N’écris pas. Je suis triste, et je voudrais m’éteindre. Les beaux étés sans toi, c’est la nuit sans flambeau. J’ai refermé mes bras qui ne peuvent t’atteindre,
Et frapper à mon cœur, c’est frapper au tombeau. N’écris pas !
N’écris pas. N’apprenons qu’à mourir à nous-mêmes. Ne demande qu’à Dieu... qu’à toi, si te j’aimais !
Au fond de ton absence écouter que tu m’aimes, C’est entendre le ciel sans y monter jamais.
N’écris pas !
N’écris pas. Je te crains ; j’ai peur de ma mémoire ; Elle a gardé ta voix qui m’appelle souvent.
Ne montre pas l’eau vive à qui ne peut la boire. Une chère écriture est un portrait vivant.
N’écris pas !
N’écris pas ces doux mots que je n’ose plus lire : Il semble que ta voix les répand sur mon cœur ; Que je les vois brûler à travers ton sourire ;
Il semble qu’un baiser les empreint sur mon cœur. N’écris pas !

De Poésies, 1822

lunes, 25 de mayo de 2020

Stéphane Mallarmé / Brisa marina


Leí todos los libros y es, ¡ay! , la carne triste.
¡huir, huir muy lejos! Ebrias aves se alejan
entre el cielo y la espuma. Nada de lo que existe,
ni los viejos jardines que los ojos reflejan,
ni la madre que, amante, da leche a su criatura,
ni la luz que en la noche mi lámpara difunde
sobre el papel en blanco que defiende su albura
retendrá al corazón que ya en el mar se hunde.
¡Yo partiré! ¡Oh, nave, tu velamen despliega
y leva al fin las anclas hacia incógnitos cielos!
Un tedio, desolado por la esperanza ciega,
confía en el supremo adiós de los pañuelos.
Y tal vez, son tus mástiles de los que el viento lanza
sobre perdidos náufragos que no encuentran maderos,
sin mástiles, sin mástiles, ni islote en lontananza…
Corazón, oye cómo cantan los marineros!

Stéphane Mallarmé / La tumba de Edgar Poe


Tal como al fin el tiempo lo transforma en sí mismo,
el poeta despierta con su desnuda espada
a su edad que no supo descubrir, espantada,
que la muerte inundaba su extraña voz de abismo.

Vio la hidra del vulgo, con un vil paroxismo,
que en él la antigua lengua nació purificada,
creyendo que él bebía esa magia encantada
en la onda vergonzosa de un oscuro exorcismo.

Si, hostiles alas nubes y al suelo que lo roe,
bajo-relieve suyo no esculpe nuestra mente
para adornar la tumba deslumbrante de Poe,

que, como bloque intacto de un cataclismo oscuro,
este granito al menos detenga eternamente
los negros vuelos que alce el Blasfemo futuro.

Traducción de Andrés Holguín

Stéphane Mallarmé (1842 - 1898)

Tristan Corbière / Soneto a sir Bob


Perro de mujer ligera, braco inglés pura sangre.
Hermoso perro, al verte besuquear a tu dueña,
A pesar mío gruño –¿por qué? – No sabes nada…
¡Ah! Es que yo –lo ves– no acaricio jamás,
No soy un perro hermoso, y… carezco de dueña.

–¡Bob! ¡Bob!– ¡Oh! ¡Nombre altivo hasta aullar de alegría!…
Si me llamase Bob… ¡Lo pronuncia tan bien!…
Mas no soy pura sangre. –Por falta de pericia,
Me han hecho también braco… cruzado de cristiano.

¡Oh Bob! Nos cambiaremos en la metempsicosis:
Toma tú mi soneto, yo cascabel y cinta;
Tú mi piel, yo tu pelo –con pulgas o sin ellas…

Y yo seré sir Bob –¡Su amor único y fiel!
Yo morderé a los gozques, ¡ella me morderá!
Y llevaré Su nombre grabado en el collar.

                                                               British channel. -15 de mayo.


SONNET À SIR BOB // Chien de femme légère, braque/ anglais pur sang.// Beau chien, quand je te vois caresser ta maîtresse,/ Je grogne malgré moi –pourquoi ?- Tu n´en sais rien…/ -Ah ! c´est que moi –vois-tu- jamais je ne caresse,/ Je n´ai pas de maîtresse, et… ne suis pas beau chien.// -Bob ! Bob !- Oh ! le fier nom à hurler d´allégresse !…/ Si je m´appelais Bob… Elle dit Bob si bien !…/Mais moi je ne suis pas pur sang. –Par maladresse,/ On m´a fait braque aussi… mâtiné de chrétien.// -Ô Bob ! nous changerons, à la métempsycose:/ Prends mon sonnet, moi ta sonnette à faveur rose ;/Toi ma peau, moi ton poil –avec puces ou non…// Et je serai sir Bob son seul amour fidèle !/ Je mordrai les roquets, elle me mordrait, Elle !…/ Et j´aurait le collier portant Son petit nom.// British channel. -15 may.

Tristan Corbière / Al eterno señora


Ideal maniquí, comodín del señuelo,
¡Eterno femenino!… plancha tus pañoletas:
Siéntate en mis rodillas cuando lo ordene y dime
Qué artimañas usáis, ángeles degradados.

Sé perversa y alégranos la hora desdichada,
Piafa con pie ligero los senderos abruptos.
¡Arde, ídolo puro! ¡y ríe! ¡y canta! ¡y llora,
Querida! ¡Y de amor muere!… en los ratos perdidos.

¡Ninfa de mármol! ¡vamos! sé soñadora ¡y frívola!
Amante, ¡carne mía! hazte virgen, lasciva…
Feroz y santa y torpe, buscando un corazón…

Sé la hembra del hombre, mujer, sirve de Musa
Cuando el poeta brama ¡en Alma, Espada y Llama!
Y después –cuando ronque– ¡besa a tu Vencedor!

À L´ETERNEL MADAME // Mannequin idéal, tête-de-turc du leurre,/ Éternel Féminin… repasse tes fichus;/ Et viens sur mes genoux, quand je marquerai l´heure,/ Me montrer comme on fait chez vous, anges déchus.// Sois pire, et fais pour nous la joie à la malheure,/ Piaffe d´un pied léger dans les sentiers ardus,/ Damne-toi, pure idole ! et ris ! et chante ! et pleure/ Amante ! Et meurs d´amour !… à nos moments perdus.// Fille de marbre ! en rut ! sois folâtre… et pensive./ Maîtresse, chair de moi ! fait toi vierge et lascive…/ Féroce, sainte, et bête, en me cherchant un coeur…// Soir femelle de l´homme, et sers de Muse, ô femme,/ Quand le poète brame en Ame, en Lame, en flamme !/ Puis –quand il ronflera- viens baiser ton Vainqueur !

Á L´ÉTERNEL MADAME / AL ETERNO SEÑORA
L´éternel madame remite a “l´éternel feminin”, pero con la ruptura de la concordancia y la sustitución de ‘femenino’ por ‘señora’, Corbière pone de relieve, ya desde el título, el carácter burlesco de este soneto que abre la primera sección  de Les amours jaunes. Si, para Goethe, en su Fausto, “El eterno femenino nos lleva hacia lo alto”, para Corbière, esa imagen idealizada y romántica se convertirá en la de los “ángeles degradados” y, más adelante  en la “ninfa de mármol”: la cortesana o prostituta. El carácter antirromántico del soneto se acentuará con el rechazo de la expresión hinchada que atribuye a Victor Hugo, el poeta del penúltimo verso. Las exigencias métricas me han llevado a traducir ‘tête-de turc’ por ‘comodín’. Creo que el sentido de pretexto o excusa es común a ambos términos.


sábado, 23 de mayo de 2020

Una sonrisa es una línea curva que lo endereza todo


Pedro Salinas / Que se apaguen las lumbres...


¡Que se apaguen las lumbres,
que se paren los labios,
que las voces no digan
ya más: «Te quiero» ¡Que
un gran silencio reine,
una quietud redonda,
y se evite el desastre
que unos labios buscándose
traerían a esta suma
de aciertos que es la tierra!
Que apenas la mirada,
lo que hay más inocente
en el cuerpo del hombre,
se quede conservándole
al amor su futuro,
en esa leve estrella
que los ojos albergan
y que por ser tan pura
no puede romper nada.

Tan débil está el mundo
-cendales o cristales-que
hay que moverse en él
como en las ilusiones,
donde un amor se puede
morir si hacemos ruido.
Sólo
una trémula espera,
un respirar secreto,
una fe sin señales,
van a poder salvar
hoy,
la gran fragilidad
de este mundo.

Y la nuestra.

Pedro Salinas / Poesía


¿Tú sabes lo que eres
de mí?
¿Sabes tú el nombre?
                            No es
el que todos te llaman
esa palabra usada
que se dicen las gentes,
si besan o se quieren,
porque ya se lo han dicho
otros que se besaron.
Yo no lo sé, lo digo,
se me asoma a los labios
como una aurora virgen
de la que no soy dueño.
Tú tampoco lo sabes,
lo oyes. Y lo recibe
tu oído igual que el silencio
que nos llega hasta el alma
sin saber de qué ausencias
de ruidos está hecho.
¿Son letras, son sonidos?
Es mucho más antiguo.
Lengua de paraíso,
sanes primeros, vírgenes
tanteos de los labios,
cuando, antes de los números,
en el aire del mundo
se estrenaban los nombres
de los gozos primeros.
Que se olvidaban luego
para llamarlo todo
de otro modo al hacerlo
otra vez nuevo son
para el júbilo nuevo.
En ese paraíso
de los tiempos del alma,
allí, en el más antiguo,
es donde está tu nombre.
Y aunque yo te lo llamo
en mi vida, a tu vida,
con mi boca, a tu oído,
en esta realidad,
como él no deja huella
en memoria ni en signo,
y apenas lo percibes,
nítido y momentáneo,
a su cielo se vuelve
todo alado de olvido,
dicho parece en sueños,
sólo en sueños oído.
Y así, lo que tú quieres,
cuando yo te lo diga
no podrá serlo nadie,
nadie podrá decírtelo.
Porque ni tú ni yo
conocemos su nombre
que sobre mi desciende,
pasajero de labios,
huésped
fugaz de los oídos
cuando desde mi alma
lo sientes en la tuya,
sin poderlo aprender,
sin saberlo yo mismo.

Gerardo Diego / El ciprés de Silos


A Ángel del Río

Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.

Mástil de soledad, prodigio isleño,
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.

Cuando te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,

como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.

viernes, 22 de mayo de 2020

Luis Cernuda / Adonde fueron despeñadas aquellas cataratas


¿Adonde fueron despeñadas aquellas cataratas,
Tantos besos de amantes, que la pálida historia
Con signos venenosos presenta luego al peregrino
Sobre el desierto, como un guante
Que olvidado pregunta por su mano?

Tú lo sabes, Corsario;
Corsario que se goza en tibios arrecifes,
Cuerpos gritando bajo el cuerpo que les visita
Y sólo piensan en la caricia,
Sólo piensan en el deseo,
Como bloque de vida
Derretido lentamente por el frío de la muerte.

Otros cuerpos, Cosario, nada saben;
Déjalos pues.
Vierte, viértete sobre mis deseos,
Ahórcame en tus brazos tan jóvenes,
Que con la vista ahogada,
Con la voz última que aún brotan mis labios,
Diré amargamente cómo te amo.

Luis Cernuda / Donde habite el olvido


Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mí pechó su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allá donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
 Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.

Luis Cernuda / Si el hombre pudiera decir


Si el hombre pudiera decir lo que ama,
Si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
Como una nube en la luz;
Si como muros que se derrumban,
Para saludar la verdad erguida en medio,
Pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor,
La verdad de sí mismo,
Que no se llama gloria, fortuna o ambición,
Sino amor o deseo,
Yo sería al fin aquel que imaginaba;
Aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
Proclama ante los hombres la verdad ignorada.
La verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
Alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,
Por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
Y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu,
Como leños perdidos que el mar anega o levanta,
Libremente, con la libertad del amor,
La única libertad que me exalta,
La única libertad porque muero.
Tú justificas mi existencia.
Si no te conozco, no he vivido;
Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

Luis Cernuda / Góngora


El andaluz envejecido que tiene gran razón para su orgullo,
El poeta cuya palabra lúcida es como diamante,
Harto de fatigar sus esperanzas por la corte,
Harto de su pobreza noble que le obliga
A no salir de casa cuando el día, sino al atardecer, ya que las sombras,
Más generosas que los hombres, disimulan
En la común tiniebla parda de las calles
La bayeta caduca de su coche y el tafetán delgado de su traje;
Harto de pretender favores de magnates,
Su altivez humillada por el ruego insistente,
Harto de los años tan largos malgastados
En perseguir fortuna lejos de Córdoba la llana y de su muro excelso,
Vuelve al rincón nativo para morir tranquilo y silencioso.
Ya restituye el alma a soledad sin esperar de nadie
Si no es de su conciencia, y menos todavía
De aquel sol invernal de la grandeza
Que no atempera el frío del desdichado,
Y aprende a desearles buen viaje
A príncipes, virreyes, duques altisonantes,
Vulgo luciente no menos estúpido que el otro;
Ya se resigna a ver pasar la vida tal sueño inconsistente
Que el alba desvanece, a amar el rincón solo
Adonde conllevar paciente su pobreza,
Olvidando que tantos menos dignos que él, como la bestia ávida
Toman hasta saciarse la parte mejor de toda cosa,
Dejándole la amarga, el desecho del paria.
Pero en la poesía encontró siempre, no tan sólo hermosura, sino ánimo,
La fuerza del vivir más libre y más soberbio,
Como un neblí que deja el puño duro para buscar las nubes
Traslúcidas de oro allá en el cielo alto.
Ahora al reducto último de su casa y su huerto le alcanzan todavía
Las piedras de los otros, salpicaduras tristes
Del aguachirle caro para las gentes
Que forman el común y como público son árbitro de gloria.
Ni aun esto Dios le perdonó en la hora de su muerte.
Decretado es al fin que Góngora jamás fuera poeta,
Que amó lo oscuro y vanidad tan sólo le dictó sus versos.
Menéndez y Pelayo, el montañés henchido por sus dogmas,
No gustó de él y le condena con fallo inapelable.
Viva pues Góngora, puesto que así los otros
Con desdén le ignoraron, menosprecio
Tras del cual aparece su palabra encendida
Como estrella perdida en lo hondo de la noche,
Como metal insomne en las entrañas de la tierra.
Ventaja grande es que esté ya muerto
Y que de muerto cumpla los tres siglos, que así pueden
Los descendientes mismos de quienes le insultaban
Inclinarse a su nombre, dar premio al erudito,
Sucesor del gusano, royendo su memoria.
Mas él no transigió en la vida ni en la muerte
Y a salvo puso su alma irreductible
Como demonio arisco que ríe entre negruras.
Gracias demos a Dios por la paz de Góngora vencido;
Gracias demos a Dios por la paz de Góngora exaltado;
Gracias demos a Dios, que supo devolverle (como hará con nosotros),
Nulo al fin, ya tranquilo, entre su nada.

Adrienne Rich / Sueño que soy la muerte de Orfeo


Camino rápidamente a través de las estrías de luz y sombra
que arroja una arcada

Soy una mujer en la plenitud de la vida, con ciertos poderes
y estos poderes limitados severamente
por autoridades a las que pocas veces veo el rostro.
Soy una mujer en la plenitud de la vida
que conduce a su poeta muerto en un Rolls-Royce negro
por un paisaje de crepúsculo y espinas.
Una mujer con una cierta misión
que la dejará intacta si se obedece al pie de la letra.
Una mujer con los nervios de una pantera
una mujer con contactos entre los Ángeles del Infierno
una mujer que siente la grandeza de sus poderes
cn el preciso momento en que no debe usarlos
una mujer comprometida con la lucidez
que ve, a través de la confusión, los fuegos humeantes
de estas calles subterráneas
a su poeta muerto aprendiendo a caminar hacia atrás, contra el viento,
por el lado equivocado del espejo

Versión de María Soledad Sánchez Gómez

Isabel de Los Ángeles Ruano / A Luis Cernuda


Viejo solitario de la tarde,
te veo con tu vaso de ron, escribiendo
tu tristeza de niebla, trajinante
como una yegua loca, sorbiendo lentamente
una lágrima gris, deslucida, amarillando
junto a la briosa estación del verano.

Te veo envuelto en papeles oscuros
en el departamento quieto, separado
de la ciudad, caminando en sigilo,
viendo que gota a gota se te escapaba el cielo,
huyendo en la bruma metálica de la lluvia,
resguardado en los terribles potros que cabalgaban
tu antiguo vicio de llorar despierto.

Te resucito en las pavesas alejadas
en las remotas playas del insomnio acezante
y en los inquietos torbellinos de espera.
De niño te encuentro en un caserón deshabitado
y siento crecer en ti brillantes mariposas,
el júbilo de los cuerpos desconocidos
deseados en cualquier parte.

Te quiero en ese resplandor de miedo voluptuoso
donde nació el acento melancólico,
en las ventanas del sueño, en ese gemir suave
de adolescente incendiado en el otoño,
te quiero en el vaivén de habitaciones olvidadas,
ignorado en escalerillas fantasmas,
martillando una angustia sin nombre,
tragando besos sucios a hurtadillas del día,
comprando una primavera inexistente
bajo un silencio de sombras y sábanas revueltas.

Te busco guarecido en oscuros cinematógrafos,
hundido en cualquier esquina, pensativo,
rumiando tu ingenuidad desmelenada,
sentado en algún bar, fugitivo en derrota,
oyendo un vulgar silbido de jauría,
almacenando siluetas, rompiendo espejos falsos,
lanzando amargas flechas sin respuesta.

Y te gustaba pasear sobre los puentes,
sentir correr los ríos, oír el mar,
te esfumabas con las volutas del ocaso
y mirabas de vez en cuando a las estrellas.

A veces te dolía la vida, casi recuerdo tu gesto,
tu voz taciturna, aquellos ojos que se perdían
tras una lejanía invisible,
tus manos desgranadas en las puertas del alba,
la canción siempre hirviendo en tus torres de espanto,
el violín cabizbajo que reptaba tu ensueño
la máquina de escribir que te seguía
y los discos de jazz disfrazándose en la penumbra.

Entonces añoro las cortinas regadas en torno tuyo,
ese misterio vacío, esa leyendas de avenidas esparcidas,
la guitarra del viento acompañada de roncas voces,
las vacilantes perspectivas de los desvanes macilentos,
el suicidio de peregrinas campanas desquiciadas
desapareciendo en las esclusas derruidas del tiempo.

Añoro las dispersas ansiedades que desgarraron
tu vibrar de avecilla desgajada al invierno,
tu displicente recorrido de espermas apagadas,
la aguja que rompía tu vibrante relámpago,
la cuchilla del sexo trepando tus nervios,
tu tibio abrazo dulce de ruiseñor tremendo,
las noches en que el mundo te crujía insepulto
tras una cordillera de plumajes azules,
la rosa que perdiste en las veredas náuticas,
la emoción presentida, los caminos abiertos
a tus zapatos que hollaban las inciertas regiones
donde un ancla de bermellón ataja los placeres prohibidos
tras las puertas abiertas desbocadas al sueño.

Te siento pasajero, de una inmensidad amorfa
viviendo en las filas de los que retan, en esa
difícil soledad de ir cargando una cantidad de absurdas cosas,
entre fórmulas aparatosas y obligadas,
en una pirámide de aburrimientos continuados,
y el hastío de ir repitiendo historias
en evasiones que se esconden en laberintos
dislocados, en ese rugir sordo que nace y quema,
en la protesta que vuelca y hiere
junto a las murallas.
Porque llega la hora en que ya nada importa
y entonces explotaron tus versos, te regaste
como una erupción incandescente, como una lava violenta.

Porque morías en la secuencia de las semanas
de disecadas focas, en las farolas mudas
que quiebran los anhelos caracoleantes,
en los lechos abandonados, en los cocodrilos
de taxidermia inconclusa, en los años que doblan,
en ese instante de ya no sorprenderse,
en ese susto repentino que arrasaba, desolador,
temible, en la repentina voz que aullaba
exigente, profunda, en un fluido de fiebre
como una líquida plataforma que te llevara.

Ahí estaban las azoteas del hielo,
el grito partiéndose en pedazos,
la atribulada pesadumbre de repartirse,
de huir, de esconderse en suburbios pedregosos,
de ser frágil, de humo, efímero, de sólo aventar
un ruego caldeado en disgregados cristales,
en un frío que recorría callejones sonámbulos,
intemperies agonizando bajo epilépticos alambres
sincronizados al fúnebre estertor.

Y te esfumabas en la sangre disuelta de los cadáveres morados,
en la serenidad del paseante
que violaba las tiránicas ataduras, en la fiera,
inextinguible antorcha que encendías, en la valiente
y dolorosa actitud de ser tú mismo.

Luis Cernuda / A un poeta muerto (F.G.L.)


Así como en la roca nunca vemos
La clara flor abrirse,
Entre un pueblo hosco y duro
No brilla hermosamente
El fresco y alto ornato de la vida.
Por esto te mataron, porque eras
Verdor en nuestra tierra árida
Y azul en nuestro oscuro aire.

Leve es la parte de la vida
Que como dioses rescatan los poetas.
El odio y destrucción perduran siempre
Sordamente en la entraña
Toda hiel sempiterna del español terrible,
Que acecha lo cimero
Con su piedra en la mano.

Triste sino nacer
Con algún don ilustre
Aquí, donde los hombres
En su miseria sólo saben
El insulto, la mofa, el recelo profundo
Ante aquel que ilumina las palabras opacas
Por el oculto fuego originario.

La sal de nuestro mundo eras,
Vivo estabas como un rayo de sol,
Y ya es tan sólo tu recuerdo
Quien yerra y pasa, acariciando
El muro de los cuerpos
Con el dejo de las adormideras
Que nuestros predecesores ingirieron
A orillas del olvido.

Si tu ángel acude a la memoria,
Sombras son estos hombres
Que aún palpitan tras las malezas de la tierra;
La muerte se diría
Más viva que la vida
Porque tú estás con ella,
Pasado el arco de tu vasto imperio,
Poblándola de pájaros y hojas
Con tu gracia y tu juventud incomparables.

Aquí la primavera luce ahora.
Mira los radiantes mancebos
Que vivo tanto amaste
Efímeros pasar junto al fulgor del mar.
Desnudos cuerpos bellos que se llevan
Tras de sí los deseos
Con su exquisita forma, y sólo encierran
Amargo zumo, que no alberga su espíritu
Un destello de amor ni de alto pensamiento.

Igual todo prosigue,
Como entonces, tan mágico,
Que parece imposible
La sombra en que has caído.
Mas un inmenso afán oculto advierte
Que su ignoto aguijón tan sólo puede
Aplacarse en nosotros con la muerte,
Como el afán del agua,
A quien no basta esculpirse en las olas,
Sino perderse anónima
En los limbos del mar.

Pero antes no sabías
La realidad más honda de este mundo:
El odio, el triste odio de los hombres,
Que en ti señalar quiso
Por el acero horrible su victoria,
Con tu angustia postrera
Bajo la luz tranquila de Granada,
Distante entre cipreses y laureles,
Y entre tus propias gentes
Y por las mismas manos
Que un día servilmente te halagaran.

Para el poeta la muerte es la victoria;
Un viento demoníaco le impulsa por la vida,
Y si una fuerza ciega
Sin comprensión de amor
Transforma por un crimen
A ti, cantor, en héroe,
Contempla en cambio, hermano,
Cómo entre la tristeza y el desdén
Un poder más magnánimo permite a tus amigos
En un rincón pudrirse libremente.

Tenga tu sombra paz,
Busque otros valles,
Un río donde del viento
Se lleve los sonidos entre juncos
Y lirios y el encanto
Tan viejo de las aguas elocuentes,
En donde el eco como la gloria humana ruede,
Como ella de remoto,
Ajeno como ella y tan estéril.

Halle tu gran afán enajenado
El puro amor de un dios adolescente
Entre el verdor de las rosas eternas;
Porque este ansia divina, perdida aquí en la tierra,
Tras de tanto dolor y dejamiento,
Con su propia grandeza nos advierte
De alguna mente creadora inmensa,
Que concibe al poeta cual lengua de su gloria
Y luego le consuela a través de la muerte.

domingo, 17 de mayo de 2020

Carlos Pezoa Véliz / Tarde en el hospital


Sobre el campo el agua mustia
cae fina, grácil, leve;
con el agua cae angustia:
llueve...

Y pues solo en amplia pieza,
yazgo en cama, yazgo enfermo,
para espantar la tristeza,
duermo.

Pero el agua ha lloriqueado
junto a mí, cansada, leve;
despierto sobresaltado:
llueve...

Entonces, muerto de angustia
ante el panorama inmenso,
mientras cae el agua mustia,
pienso.


Carlos Drummond de Andrade / Ausencia


Por mucho tiempo pensé que la ausencia era una falta.
E, ignorante, la falta me afligía.
Hoy no me aflige.
No hay falta en la ausencia.
La ausencia es un estar en mí.
La siento, blanca, tan pegada, arropada en mis brazos,
que río y bailo, e invento exclamaciones alegres,
porque la ausencia, esa ausencia asimilada,
nadie me la puede robar.


AUSÊNCIA

Por muito tempo achei que a ausência é falta.
E lastimava, ignorante, a falta.
Hoje não a lastimo.
Não há falta na ausência.
A ausência é um estar em mim.
E sinto-a, branca, tão pegada, aconchegada nos meus braços,
que rio e danço e invento exclamações alegres,
porque a ausência, essa ausência assimilada,
ninguém a rouba mais de mim.

Luis de Camões / Soneto LXXX


Alma mía gentil que te partiste
tan pronto, de esta vida indiferente,
reposa allá en el cielo eternamente
mientras yo, acá en la tierra, ando tan triste.

Si en la etérea región a donde fuiste,
memoria de esta vida se consiente,
no te olvides de aquel amor ardiente
aunque tan puro que en mis ojos viste.

Y si vieras que puede merecerte
algún caso, el dolor que me quedó
del mal irremediable de perderte,

ruega a Dios que tus años acortó,
que tan presto de acá me lleve a verte,
cuan pronto de mis ojos te llevó.

Sor Juana Inés de la Cruz / Redondillas


Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Cambatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco
el niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo,
y siente que no esté claro?

Con el favor y desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por crüel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues como ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?

Mas, entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?

Pues ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.

sábado, 16 de mayo de 2020

Pablo Neruda / Alturas de Machu Pichu - Canto VI


Esta fue la morada, este es el sitio:
aquí los anchos granos del maíz ascendieron
y bajaron de nuevo como granizo rojo.

Aquí la hebra dorada salió de la vicuña
a vestir los amores, los túmulos, las madres,
el rey, las oraciones, los guerreros.

Aquí los pies del hombre descansaron de noche
junto a los pies del águila en las altas guaridas
carniceras, y en la aurora
pisaron con los pies del trueno la niebla enrarecida
y tocaron las tierras y las piedras
hasta reconocerlas en la noche o la muerte.

Miro las vestiduras y las manos,
el vestigio del agua en la oquedad sonora,
la pared suavizada por el tacto de un rostro
que miró con mis ojos las lámparas terrestres,
que aceitó con mis manos las desaparecidas
maderas: porque todo, ropaje, piel, vasijas,
palabras, vino, panes,
se fue, cayó a la tierra.

Y el aire entró con dedos
de azahar sobre todos los dormidos:
mil años de aire, meses, semanas de aire,
de viento azul, de cordillera férrea,
que fueron como suaves huracanes de pasos
lustrando el solitario recinto de la piedra.


La creación mapuche / Tren - Tren y Kai - Kai Filú


Miles de lunas atrás, antes de el genocidio coronado por la espada y la cruz en manos de los colonizadores, Chau Padre gobernaba el cielo y la tierra junto a Kushe Madre. De día, Chau Padre iluminaba y vigilaba sus creaciones, el cielo, las estrellas, nubes, ríos, bosques, lagos, cerros y la tierra donde podían vivir todas las criaturas vivientes, entre ellas, los mapuches. Por la noche, Kuche madre velaba el sueño de todas sus amadas criaturas.

Con el pasar del tiempo, algunos de sus hijos comenzaron a manifestar un impulso de rebelión espiritual, azuzando a sus hermanos a negar y desconocer la influencia y el poder de Chau Padre en sus corazones y en el mundo en que habitaban. Dicen los abuelos de nuestros abuelos que Chau Padre sufría profundamente por la ingratitud y agravios de sus hijos, al mismo tiempo que paulatinamente crecía en él una rabia incontrolable contra sus insolentes y rebeldes hijos. Kushe Madre en su infinito amor por ellos, intentaba calmarlo pidiéndole que no les diera importancia y los perdonara.

Chau Padre, desoyendo las súplicas de Kuche Madre, explotó iracundo en llamas como los volcanes, con todas sus fuerzas tomo a todos sus ingratos hijos, los elevo hasta las nubes y los arrojó con fuerza sobre las montañas rocosas. La cordillera tembló brutalmente hasta sus entrañas, con los impactos de los cuerpos gigantescos, los cuales se hundieron en la roca firme y en la tierra se formaron dos inmensos cráteres.

Kushe Madre, desesperada queriendo ser testigo de lo que ocurría con sus amados hijos, abrió una ventana luminosa en el cielo que hoy conocemos con el nombre Kuyén o Madre Luna, ventana que desde entonces vigila el sueño de los hombres. Kushe Madre se precipitó hacia la tierra entre las nubes con un llanto ciego y desgarrado, dejando caer enormes lágrimas sobre la cima de las montañas que inundaron rápidamente los profundos cráteres dejados por el impacto de los jóvenes. Se formaron así dos inmensos lagos vecinos, el Lacar y el Lolog, brillantes y cristalinos como el rostro de Kushe y profundos como la enorme pena que destrozaba su corazón.

Dicen los abuelos de nuestros abuelos que cuando el gran Chau Padre volvió a la calma, abrió una gran ventana redonda en el cielo para mirar lo ocurrido, esa ventana sería conocida como Antú, el Padre Sol, y su misión desde entonces es prodigar abrigo a todas las criaturas y alentar la vida en su eterno nacer y morir día tras día.


Miles de lunas después Chau Padre y Kushe Madre esperanzados volvieron a crear la vida en la tierra. Esta vez el hijo único y primer hombre creado se sentía terriblemente solitario. Con tristeza miró hacia el cielo estrellado diciendo: “¿Padre, porqué he de estar solo?”. Ngnechén el espíritu progenitor lo escuchó compasivo y dijo a Chau Padre “En realidad necesita una compañera”

Pronto enviaron desde lo alto una primera mujer de cuerpo suave y grácil, la que cayó dócilmente sobre la tierra. El cuerpo desnudo de la mujer sintió mucho frío, para evitar morir helada, echó a caminar por días y días. Y sucedió que a cada paso suyo crecía la espesa hierba y brotaba el dulce aroma de las flores, y cuando juguetona, su tierna voz entono un canto melodioso, de su boca brotaron mariposas e insectos a raudales. Muy pronto llego hasta los oídos del hijo creado Lituche, el armónico sonido del canto de aquella ninfa.

Cuando estuvieron uno frente al otro, dijo ella: -Qué hermoso eres, ¿cómo he de llamarte?. -Yo soy Lituche, el hombre del comienzo – replicó él. -Yo soy Domo, la primera mujer, estaremos juntos por siempre y amándonos haremos florecer la vida – dijo ella. -Así debe ser, juntos llenaremos el vacío de la tierra – dijo Lituche.

Mientras la primera mujer y el primer hombre construían su hogar-ruka, el cielo se pobló de nuevos cherruves (espíritus). Estos traviesos cherruves eran temibles torbellinos. Lituche pronto aprendió que los frutos del pewén eran su mejor alimento y con ellos hizo harina y con ella panes y así aguardo en calma y esperaron en tranquilidad la llegada del gélido invierno. Domo cortó la lana de una robusta oveja, luego con las dos manos, frotando y moviéndolas una contra otra hizo un hilo grueso. Después en cuatro palos grandes enrolló la hebra y comenzó a entrecruzarlas. Teñidas con raíces y hojas frescas, nacen sus tejidos de colores naturales y armoniosos.

Pasó el tiempo y los hijos de Lituche y Domo trajeron otros hijos y estos a otros hijos y así la tribu se fue multiplicando y poblando el territorio desde el mar hasta la cordillera.


Mucho tiempo después, tuvo lugar un gran cataclismo, las aguas del mar comenzaron a subir indómitas hacia la tierra, guiadas por la serpiente gigante Kai-Kai Filu. Al darse cuenta de que sus hijos corrían grave riesgo, Chau Padre busco una arcilla especial y modeló una serpiente benefactora Tren-Tren, con la misión de proteger a los hombres, Tren- Tren hizo crecer la cima de la cordillera más y más para que en ella se pudiesen defender los hombres de la ira de Kai-Kai Filu. Luego de la victoria de Tren- Tren, las aguas regresaron al lecho marino calmas y espumosamente dóciles.

Comenzaron entonces a bajar los sobrevivientes desde los cerros cordilleranos. Desde ese momento, cuentan los abuelos de nuestros abuelos a estos hombres se les conoce como «Hombres de la tierra» Mapuches.

Aún hoy en el cielo Kuyén y Antú- la luna y el sol-se turnan para mirarlos y acompañarlos. Por eso la esperanza de un tiempo mejor nunca muere en el espíritu de los mapuches, los hombres de la tierra.

El mismo Chau Padre descendió a la tierra para ver con sus propios ojos los frutos de su obra. Chau padre apareció un día entre los mapuches como si fuera uno más, cubierto su cuerpo por un cuero y con la cabeza desnuda. Les enseño a cumplir los trabajos y a respetar los ciclos del tiempo asociados al arte de la siembra, el riego y la cosecha, la elección de las semillas y la conservación de los alimentos. Les hizo un gran regalo: el fuego. Así fue como el padre obtuvo otro nombre: Küme Huenu, que quiere decir “lo bueno del cielo”, como lo llamaron los hombres.

Chau Padre pleno de gozo, volvió a su casa y paso otro tiempo muy largo, tan prolongado que la gente se fue olvidando poco a poco de las enseñanzas que había recibido, dejaron de ser buenos y empezaron a pelearse entre sí; los propios descendientes de sus hijos hablaban de sus antepasados sin ningún respeto. Y mientras, se quejaban de todo e insultaban mirando al cielo. Los hombres se robaban y asesinaban entre ellos.
Cada vez que se asomaba a contemplar el estado de su creación, el gran Chau Padre se daba vuelta enseguida y apretaba los labios con amargura.

La humanidad desafío nuevamente el orden celestial de Chau Padre, el cual propicio la acción destructora de la serpiente Kai-Kai Filu la cual agitando violentamente su cola producía gigantes olas de espuma blanca, aterrando y ahogando a la comunidad por su débil espíritu y su mala conducta. La serpiente benefactora Tren-Tren vivía en la montaña de la salvación y desde ahí lanzó su silbido de alerta, el que se coló como viento por todas las quebradas, convocando a todos los mapuches.

El pueblo huyo aterrado hacia las alturas de los cerros, acosados y diezmados por la furia de las enormes olas, agitadas por los violentos movimientos de la cola de la serpiente Kai-Kai Filu, que poco a poco atrapaba a los hombres de la tierra ahogándolos despiadadamente. Por su parte el gran Chau Padre enviaba afilados rayos de fuego que terminaban por aniquilar a los que lograban sobrevivir a la gigantesca inundación.

Todos murieron, menos un niño y una niña que sobrevivieron en el abismo profundo de una grieta en la cima cordillerana. Únicos seres humanos de la tierra, crecieron sin padre ni madre, desabrigados de palabras y cariño, amamantados por una zorra y una puma, comiendo los yokones que crecían en las alturas. De ese niño y esa niña descienden todos los mapuches, resucitados.



Pablo Neruda / Vegetaciones


A las tierras sin nombres y sin números
bajaba el viento desde otros dominios,
traía la lluvia hilos celestes,
y el dios de los altares impregnados
devolvía las flores y las vidas.

En la fertilidad crecía el tiempo.

El jacarandá elevaba espuma
hecha de resplandores transmarinos,
la araucaria de lanzas erizadas
era la magnitud contra la nieve,
el primordial árbol caoba
desde su copa destilaba sangre,
y al Sur de los alerces,
el árbol trueno, el árbol rojo,
el árbol de la espina, el árbol madre,
el ceibo bermellón, el árbol caucho,
eran volumen terrenal, sonido,
eran territoriales existencias.
Un nuevo aroma propagado
llenaba, por los intersticios
de la tierra, las respiraciones
convertidas en humo y fragancia:
el tabaco silvestre alzaba
su rosal de aire imaginario.
Como una lanza terminada en fuego
apareció el maíz, y su estatura
se desgranó y nació de nuevo,
diseminó su harina, tuvo
muertos bajo sus raíces,
y, luego, en su cuna, miró
crecer los dioses vegetales.
Arruga y extensión diseminaba
la semilla del viento
sobre las plumas de la cordillera
espesa luz de germen y pezones,
aurora ciega amamantada
por los ungüentos terrenales
de la implacable latitud lluviosa,
de las cerradas noches manantiales,
de las cisternas matutinas.
Y aún en las llanuras
como láminas de planeta,
bajo un fresco pueblo de estrellas,
rey de la hierba, el ombú detenía
el aire libre, el vuelo rumoroso
y montaba la pampa sujetándola
con su ramal de riendas y raíces.

América arboleda,
zarza salvaje entre los mares,
de polo a polo balanceabas,
tesoro verde, tu espesura.
Germinaba la noche
en ciudades de cáscaras sagradas,
en sonoras maderas,
extensas hojas que cubrían
la piedra germinal, los nacimientos.
Útero verde, americana
sabana seminal, bodega espesa,
una rama nació como una isla,
una hoja fue forma de la espada,
una flor fue relámpago y medusa,
un racimo redondeó su resumen,
una raíz descendió a las tinieblas.


La Creación Kawashkar / El hijo del canelo


Se cuenta que hace muchísimo tiempo, como un presagio anterior al exterminio a manos del invasor, en la costa occidental de la isla Wellington, y en otros lugares de la Patagonia occidental, habitaron monstruosos animales, engendros de bestiales fauces, guairabos gigantes, pulpos, ballenas y gaviotas descomunales, tiuques, cormoranes y cuervos gigantes que arrasaban con toda vida humana que encontraban a su paso dispuestos a devorarlos.

Hubo clanes donde no quedó una sola mujer con vida, las monstruosas bestias las aniquilaron a todas junto a sus niños. Solo lograron sobrevivir dos hombres que en el momento de las matanzas se hallaban lejos, en labores de caza para el sustento familiar.

En ese tiempo, en la isla no existía más que un solo árbol un canelo y se dice que de él nació, como una semilla, un hombre. Por la noche, mientras los dos sobrevivientes lloraban la muerte de sus esposas e hijos, oyeron el desolador llanto de un infante. Fueron en busca de esos lamentos guiados por el viento indómito que transportaba el agudo e insistente sonido de esas lagrimas. Finalmente encontraron a un bebe desamparado a los pies del canelo. Si bien los hombres lo acogieron, creyeron que pronto moriría, pues no tenían leche materna para alimentarlo y solo pudieron hacerlo dándole comer carne de pajaritos. Mas vieron que esta criatura era un ser excepcional: después de algunos días se deslumbraron al ver que el niño ya era todo un hombre. Desde entonces se le conoció como el Hijo del Canelo.

El Hijo del Canelo les dijo que aquel árbol era su madre y no permitiría que nadie lo tocara, lo rasmillara ni arrancara su corteza. Ningún animal de la isla se atrevió a hacerle daño al Canelo porque su hijo era muy alto, grande y robusto, y tenía el don de hacerse adulto o niño a su voluntad. Por esto le llamaron Alape (Alto).

Los hombres que lo habían recogido no dejaban que Alape se alejara de la choza temiendo que los bestiales animales gigantes, siempre con sus fauces y garras al acecho, lo devoraran. Mas sus advertencias solo sembraron en él las ansias de ir a cazarlos y para tal fin confeccionó un arpón de piedra y duras raíces.


Un día, los hombres vieron aquel arpón y el Hijo del Canelo les mostró a la distancia sobre el mar a uno de los engendros que tiempo atrás devoraron a su gente diciéndoles: “Eso es lo que yo quiero cazar”. Así, Alape partió a la playa, se sumergió en las aguas y enfrentó los afilados tentáculos de aquel animal insertando su arpón en la cabeza de la bestia. Luego de esta ardua y agotadora faena regresó a la choza y preguntó a los hombres: “¿Dónde está el pájaro que andaba merodeando?”. Ellos le respondieron que no continuara con esta cacería, pues el resto de los monstruosos animales lo aniquilarían en venganza. Pero él prosiguió: “¿Dónde vive el monstruo?”. Y ellos le contestaron: “En el seno”. El joven se embarcó y luego de remar por largo rato avistó al ave gigante. Mientras dormía se aproximó a ella y con su arpón atravesó su duro y tupido plumaje junto con su corazón. De este modo Alape, el Hijo del Canelo se transformó en el héroe que exterminó a las temibles criaturas.
Al tiempo los dos hombres, al ver que no existían amenazas monstruosas, remaron y remaron hacia otras islas cercanas en busca de nuevas esposas y nuevos hijos dejando a Alape junto a su amada madre El Canelo.

Tiempo después, apareció un solitario hombre en la isla al cual Alape tomó a su cuidado, advirtiéndole que debía proteger al canelo, porque era más que un árbol, era su madre. Y el hombre se esmero en cuidar y mantener limpio el canelo, mientras su hijo estaba lejos.


Cierta día, mientras descuidadamente frotaba dos ramitas secas, Alape descubrió el fuego. Su compañero se asustó mucho y apagó la flama, por temor a esas desconocidas lenguas azules y rojas. Varias veces durante ese día, Alape hizo brotar el fuego, pero su compañero insistía en apagarlo, hasta que llegó la gélida noche y ambos se percataron de que las llamas los alumbraban y mantenía abrigados.

Durante mucho tiempo pensaron que estaban solos en el mundo, más un día se encontraron en la isla con un hombre que no tenía abrigo, caminaba completamente desnudo, tampoco conocía el fuego, por que vieron que todo lo comía crudo y a los animales que cazaba les sorbía la sangre. Este hombre les conto que se encontraba extraviado y que tenía una mujer y una hija soltera abandonadas en una isla cercana y que podrían haber sido devoradas por lo monstruos. Alape navego afanosamente bajo tormentosas lluvias por días y días hasta que pudo encontrarlas.

Al fin, Alape el Hijo del Canelo y la hija de ese hombre se casaron y tuvieron un hijo, al que llamaron Arco Iris.


Pablo Neruda / Canto General - Amor América 1400


Antes que la peluca y la casaca
fueron los ríos, ríos arteriales:
fueron las cordilleras, en cuya onda raída
el cóndor o la nieve parecían inmóviles:
fue la humedad y la espesura, el trueno 5 sin nombre todavía, las pampas planetarias.
El hombre tierra fue, vasija, párpado del barro trémulo, forma de la arcilla, fue cántaro caribe, piedra chibcha,
copa imperial o sílice araucana.
Tierno y sangriento fue, pero en la empuñadura
de su arma de cristal humedecido,
las iniciales de la tierra estaban
escritas.
Nadie pudo
recordarlas después: el viento
las olvidó, el idioma del agua
fue enterrado, las claves se perdieron
o se inundaron de silencio o sangre.


Bárbara Délano / Acerca del poeta


Los soles al chocar
dejaban su estela innumerable de sonidos
que el hombre nunca pudo oírlos planetas rotaron
y el mar dando vueltas
extrañamente nunca se caía
Los hombres seguían levantando
sus manos extendidas sobre el cielo
Los dedos de las mujeres tocaban el vientre de sus hijos
y ellos besaron largas noches
los pechos de luna donde se bañaban
las sirenas y los delfines ciegos
Nunca vimos un atardecer en Marte
Los días pasaban
rigurosamente
El tiempo seguía dentro de los caracoles
ascendiendo y descendiendo su fatal escala

Nadie sabía los nombres de las cosas
y cuando se dijo atrás
se disparaba a un hombre
y cuando se dijo mano
caía un pájaro
y cuando se dijo tierra
sonó un mar de huesos y calaveras
fue el poeta el que le puso nombre a las cosas
y las cosas desde entonces fueron dóciles y amargas
y amigas del hombre
y se dijo harina
y hubo pan
y se dijo bomba
y fue Hiroshima
y se dijo beso y hubo bocas
desde entonces las cosas vivieron
y bailaron con el hombre durante los siglos
y vino el poeta y presenciamos el atardecer más rojo
de Marte
y cada vez que chocó una estrella con un cometa
escuchamos un ruido de papel arrugado

Si hay algo aquí adentro
que venga un poeta y se siente a la mesa
que venga un poeta y encienda la luz y busque el volcán
si alguna palabra queda por decir
que venga el poeta y tome desayuno
y dé besos y haga espejos de cada pupila rota y amarilla

Un globo roto en las manos de un niño
un auto que se detiene
un hombre que muere
una mujer compra el pan
cinco hombres se mueren
una bibliotecaria hace ssshht
treinta hombres asesinados
un obrero se arremanga la camisa
cincuenta hombres desaparecidos
una hoja cae de un árbol
el poeta da el último grito
sus amigos aúllan como una sirena
camino al cementerio
y las cosas ahí se quedaron
esperando que su mano resucite
para que este globo pájaro
siga aleteando como un feto de gorrión
en el espacio celeste.