domingo, 29 de marzo de 2020
Enrique Lihn / ELEGÍA A GABRIELA MISTRAL
Dirán que se ha dormido para siempre, dirán
que un ala color fuego y otra color ceniza
el ángel de su voz baja por ella
lleno de un Cristo único: impaciente en la espera;
que esperezándose de su vida profunda
nunca bien conciliada como sueño de exilio
con ojos que sus ojos de polvo le cegaron
todo lo ve en su Dios que lo ve todo.
Y cae allí donde estuvo su pecho
desenredado el nudo que la hizo cantar;
silencio ahora guarda, feliz, como de niño.
Dirán que está en la Gloria.
Dirán que está en la Gloria y que se encuentra en ella
una a una sus pérdidas como en un arenal
donde acampara el reino del que fue reina.
Su madre se le ofrece nuevamente en la jarra
en que le bebe el rostro con el suyo mil años.
Se yergue y he ahí los niños que no tuvo;
su amor luce en el cielo carne y hueso divinos.
Jóvenes de otra edad, fantasmas vivos
callan para que hable y es en Elqui, su valle
a un paso de países que le dan alegría.
Dirán que es suyo el seno de los suyos.
Son palabras, palabras creo oírle a la tierra
que, como siempre tiene la razón, coge y muele
su presa en un silencio que desvela a las víboras.
Palabras, sí. Pero algo suena en ellas
como en un verso mío un verso suyo
de vivo y cierto y creo y se abre el cielo
bajo la sombra que le da mi mano
No hay secreto ninguno en el azul
que no sea el azul de su secreto
y si otro mundo existe el sol lo abrazaría.
Enero corre incrédulo, apegado a sus días
hombre y buey a la vez, perro salvaje...
Y un absurdo solemne se prepara:
una misa solemne.
No me muevo de aquí, no bajo a la ciudad,
viene en su lugar otra que era apenas su sierva.
La tierra apoderada del cuerpo de Gabriela
bailará al paso lento del cortejo en las calles
y el Cristo mendicante que amó como mendiga
será sólo una cruz de una pieza, dorada
esplendorosa y fría como treinta monedas.
Niñas de blanco, en blanco, demasiado inocentes
bostezarán el sol hasta que entre en escena
seguido del ejército su primo, el gran soldado.
No me muevo de aquí donde está ella,
en su libro, en su voz que le leemos
toda una noche de cerrada vigilia.
Agua que se bebió vuelve a embriagarnos
de una sed, maravilla de las aguas.
Compañía nos hace el pan, su hermano
y la sal que aprendieron, poco a poco, sus sienes.
Envejecemos con sus criaturas
en el desierto que las guarda vivas
para un día feliz no venidero;
y muere, ante nosotros, la extranjera
en una soledad que nos ahoga.
Cabe en un redondel de luz la América
que un corazón contuvo en un gesto de amor.
La vida innominada no vive en nuestra vida
y cuando es justa como lo es su palabra
parece que las cosas sólo existen
para corroborarla desde lejos.
Al sol del Trópico lo alumbra Gabriela
la que levanta a signos toda una cordillera;
y el maíz tiene ojos que ella mira y la miran
innumerablemente como a madre giganta
como el verde amarillo de agradecimiento.
Mil años esperaron que naciera, sus hijos.
Y no ha nacido el día de los días para ella
cuerpo sólo es ahora que se encarna en la tierra,
ola que pierde espumas de su nombre
en la fosa común del mar del fondo.
Por mi parte yo nada le deseo,
busco su dicha allí donde encontró su dicha;
el canto, cuando es bello, cura el dolor que mienta
y le sobra belleza para el dolor más ancho.
Creo verla poner a su desgracia
el rostro grave y dulce que espejea en su verbo.
Escuchémosla hablar, roto el silencio
no atinaremos a llamarla ausente.
Nicanor Parra / Versos a Gabriela Mistral
He dicho varias veces
y lo repito con muchísimo gusto
que este país debiera llamarse Lucila
de lo contrario que se llame Gabriela
debería volvérsela a querer
a releer
a ver
a compadecer
es una novia abierta al infinito
una viuda perpetua
una mamá que no se olvida nunca...
Óscar Castro / BAJORRELlEVE DE GABRlELA
HAY,Gabriela, Gabriela,
con tanta sangre india
repartida en las venas;
con tantos horizontes
y tanto amor de América,
caminas y arrebañas
los perfiles de piedra
de los Andes, que vienen,
como en una marea,
envainando en el cielo
sus cuchillas eternas.
Ay, tú, a quien los maíces,
su enjambre de ballestas,
su americana y verde
puñalada te asestan;
tú que vives vaciándote
en jicara y en quena,
y que nunca te agotas
y siempre te renuevas;
tú que estás repartida
entre el agua y la tierra;
tú que en la geografía
de tu carne morena
portas el Amazonas
con su millar de riendas;
pulidora de cántaros
de colombina greda,
amasadora de alas,
ay, madrina y abueIa
del maguey tropical,
la araucaria chilena,
de la quina y la coca,
del ombú y de la yerba...
¿Cómo canta el sinsonte?
Dímelo tú, Gabriela;
tú que lo sabes, tú
que tienes veinte, ciento,
mil años de sapiencia;
tú que resumes el olivo
y el aceite ardiendo en candelas;
tú que estás con la boca herida
que si un dia te murieras,
seguirías manando cantos,
hecha laurel, maitén y hevea!
Hasta en tu nombre agrario,ay, Gabriela -LABRIEGA-,
llevas en firme cuño
la pasión de la gleba.
Como el higo mamando
la leche de la higuera;
como patagua enraizada
por mil destinos en la tierra;
como viento que va empujando
los oleajes de la selva;como bosque del sur,
sangrando copihueras,
vibras con las corrientes
vegetales de América.Y estás ahi, partida
por enemigas fuerzas,
en una jungla obscura
con hachas que resuenan,
recogiendo en tu seno
la vendimia de estrellas.
Cuando inmóvil te quedes
-¡ay, Gabriela, Gabriela!-,
te acunarán los Andes
como en una moneda
y te harán de greda el sarcófago
para que siempre tengas tierra.
Jorge Luis Borges / GÓNGORA
Marte, la guerra. Febo, el sol. Neptuno,
el mar que ya no pueden ver mis ojos
porque lo borra el dios. Tales despojos
han desterrado a Dios, que es Tres y es Uno,
de mi despierto corazón. El hado
me impone esta curiosa idolatría.
Cercado estoy por la mitología.
Nada puedo. Virgilio me ha hechizado.
Virgilio y el latín. Hice que cada
estrofa fuera un arduo laberinto
de entretejidas voces, un recinto
vedado al vulgo, que es apenas, nada.
Veo en el tiempo que huye una saeta
rígida y un cristal en la corriente
y perlas en la lágrima doliente.
Tal es mi extraño oficio de poeta.
¿Qué me importan las befas o el renombre?
Troqué en oro el cabello, que está vivo.
¿Quién me dirá si en el secreto archivo
de Dios están las letras de mi nombre?
Quiero volver a las comunes cosas:
el agua, el pan, un cántaro, unas rosas...
Jorge Luis Borges / On his blindness
Al cabo de los años me rodea
una terca neblina luminosa
que reduce las cosas a una cosa
sin forma ni color. Casi a una idea.
La vasta noche elemental y el día
lleno de gente son esa neblina
de luz dudosa y fiel que no declina
y que acecha en el alba. Yo querría
ver una cara alguna vez. Ignoro
la inexplorada enciclopedia, el goce
de libros que mi mano reconoce,
las altas aves y las lunas de oro.
A los otros les queda el universo;
a mi penumbra, el hábito del verso.
(Dedicado a John Milton)
Los conjurados, 1985
Jorge Luis Borges / UNA ROSA Y MILTON
De las generaciones de las rosas
que en el fondo del tiempo se han perdido
quiero que una se salve del olvido,
una sin marca o signo entre las cosas
que fueron. El destino me depara
este don de nombrar por vez primera
esa flor silenciosa, la postrera
rosa que Milton acercó a su cara,
sin verla. Oh tú bermeja o amarilla
o blanca rosa de un jardín borrado,
deja mágicamente tu pasado
inmemorial y en este verso brilla,
oro, sangre o marfil o tenebrosa
como en sus manos, invisible rosa.
Omar Lara / Buenas noches, Jorge
A Jorge Teillier
Buenas noches, Jorge
Te busqué en el Hotel Orly
Como quedamos
No estabas en Buenos Aires y te hubiese gustado
El estallido de la hojarasca del atardecer
Tú estabas en La Ligua
Tú estabas en el Hotel Nube
Con tu traje de caballero de Cautín
El que vestías en el último abrazo
Junto a la tumba de tu padre
Cuando algo como un ángel se tendió a nuestro lado
Que no sea este un homenaje ampuloso
Que no sea siquiera un homenaje
Que sea como pasar junto a ti y saludarte
Con un gesto de la mano
Mientras nos apresuramos a ninguna parte
Buenas noches Jorge
Me pregunto cómo te sientes en la otra Frontera
Creo que sonríes
que encoges los hombros
Pero con simpatía
Con algo de piedad por ti y por nosotros
Sobre todo con gentileza y con bondad
Arrullado como estás por nuestros corazones
Llenos de amor y gratitud
Por lo que eres y serás.
Jorge Luis Borges / Emerson
Ese alto caballero americano
cierra el volumen de Montaigne y sale
en busca de otro goce que no vale
menos, la tarde que ya exalta el llano.
Hacia el hondo poniente y su declive,
hacia el confín que ese poniente dora,
camina por los campos como ahora
por la memoria de quien esto escribe.
Piensa: Leí los libros esenciales
y otros compuse que el oscuro olvido
no ha de borrar. Un dios me ha concedido
lo que es dado saber a los mortales.
Por todo el continente anda mi nombre;
no he vivido. Quisiera ser otro hombre.
Federico García Lorca / Salutación elegíaca a Rosalía de Castro
Desde las entrañas de la Andalucía,
mojados con sangre de mi corazón,
te mando a Galicia, dulce Rosalía,
claveles atados con rayos de sol.
Caigan los claveles en tu calavera
manchando su blanco marfil de pasión,
y hagan el efecto de una cabellera
con trenzas de sangre nevada de olor.
Llevan el rocío de mi madrugada
pondrán en tu cráneo vacío mi amor,
y en tus huesos tristes, rumor de Granada
llenando de estrellas la noche cerrada
que como ceniza de sombra quemada
cubre la cobacha de tu panteón.
El clavel es alma de esta tierra fuerte
cubierta de olivos palmeras y al son
que el Mediterráneo sobre el campo vierte,
el clavel asoma rojo entre el verdor
cual copa imposible que beba la muerte,
levantando el alma latina hacia Dios.
Ya ves Rosalía que mando a tus mares
lo que en este campo es estrella flor.
Mándame tú en cambio rumor de pinares
ruido de rebaño que vuelve a sus lares,
y el panal meloso de gaita y cantares
que se oye en tus campos al primer albor.
Quiero que consueles mi vida exaltada
a tiempo mi alma perdió su pastor.
Quiero que me cuentes tu vieja tonada
a la orilla tibia del hogar sentada
por toda la gente sin pan que sufrió.
Quiero que lloremos la melancolía
que sobre nosotros el cielo dejó,
pues vamos cargados con cruz de poesía
y nadie que lleva esta cruz descansó.
Junto a los cipreses que rompen el cielo
saludo a los sauces que tiene Padrón.
Quiero que con estos claveles sangrientos
llegue a tu sepulcro mi llanto y mi voz.
Concha Méndez / A Rosalía de Castro
A tu Galicia he de ir
A oír la voz de tus rías.
Y entre la lluvia he de ver
la casa donde morías..
A la luz de tu quinqué,
te pienso en noches de frío
pulsándote el corazón
-tuyo y también tan mío!-
Y te pienso en el jardín
junto a tu mesa de piedra.
Tu árbol y tu soledad,
ambos cubiertos de yedra.
Sé que andarás por allí,
por la tu casa vacía,
que no sabe estar sin ti...
Iré a hacerte compañía.
¡Juntas hemos de llorar
en tu jardín, Rosalía!
Rafael Alberti / Si Garvilaso volviera
Si Garcilaso volviera,
yo sería su escudero;
que buen caballero era.
Mi traje de marinero
se trocaría en guerrera
ante el brillar de su acero;
que buen caballero era.
¡Qué dulce oírle, guerrero,
al borde de su estribera!
En la mano, mi sombrero;
que buen caballero era.
Jorge Luis Borges / Edgar Allan Poe
Pompas del mármol, negra anatomía
Que ultrajan los gusanos sepulcrales,
Del triunfo de la muerte los glaciales
Símbolos congregó. No los temía.
Temía la otra sombra, la amorosa,
Las comunes venturas de la gente;
No lo cegó el metal resplandeciente
Ni el mármol sepulcral sino la rosa.
Como del otro lado del espejo
Se entregó solitario a su complejo
Destino de inventor de pesadillas.
Quizá, del otro lado de la muerte,
Siga erigiendo solitario y fuerte
Espléndidas y atroces maravillas.
Pablo Neruda / Oda a Federico García Lorca
SI pudiera llorar de miedo en una casa sola,
si pudiera sacarme los ojos y comérmelos,
lo haría por tu voz de naranjo enlutado
y por tu poesía que sale dando gritos.
Porque por ti pintan de azul los hospitales
y crecen las escuelas y los barrios
[marítimos,
y se pueblan de plumas los ángeles heridos,
y se cubren de escamas los pescados
[nupciales,
y van volando al cielo los erizos:
por ti las sastrerías con sus negras
[membranas
se llenan de cucharas y de
sangre
y tragan cintas rotas, y se matan a besos,
y se visten de blanco.
Cuando vuelas vestido de durazno,
cuando ríes con risa de arroz huracanado,
cuando para cantar sacudes las arterias y
[los dientes,
la garganta y los dedos,
me moriría por lo dulce que eres,
me moriría por los lagos rojos
en donde en medio del otoño vives
con un corcel caído y un dios
[ensangrentado,
me moriría por los cementerios
que como cenicientos ríos pasan
con agua y tumbas,
de noche, entre campanas ahogadas:
ríos espesos como dormitorios
de soldados enfermos, que de súbito crecen
hacia la muerte en ríos con números de
[mármol
y coronas podridas, y aceites funerales:
me moriría por verte de noche
mirar pasar las cruces anegadas,
de pie llorando,
porque ante el río de la muerte lloras
abandonadamente, heridamente,
lloras llorando, con los ojos llenos
de lágrimas, de lágrimas, de lágrimas.
Si pudiera de noche,
perdidamente solo,
acumular olvido y sombra y
humo
sobre ferrocarriles y vapores,
con un embudo negro,
mordiendo las cenizas,
lo haría por el árbol en que creces,
por los nidos de aguas doradas que reúnes,
y por la enredadera que te cubre los huesos
comunicándote el secreto de la noche.
Ciudades con olor a cebolla mojada
esperan que tú pases cantando roncamente,
y silenciosos barcos de esperma te
[persiguen,
y golondrinas verdes hacen nido en tu pelo,
y además caracoles y semanas,
mástiles enrollados y cerezas
definitivamente circulan cuando asoman
tu pálida cabeza de quince ojos
y tu boca de sangre sumergida.
Si pudiera llenar de hollín las alcaldías
y, sollozando, derribar relojes,
sería para ver cuándo a tu casa
llega el verano con los labios rotos,
llegan muchas personas de traje agonizante,
llegan regiones de triste esplendor,
llegan arados muertos y amapolas,
llegan enterradores y jinetes,
llegan planetas y mapas con sangre,
llegan buzos cubiertos de ceniza,
llegan enmascarado
arrastrando doncellas
atravesadas por grandes cuchillos,
llegan raíces, venas, hospitales,
manantiales, hormigas,
llega la noche con la cama en donde
muere entre las arañas un húsar solitario,
llega una rosa de odio y alfileres,
llega una embarcación amarillenta,
llega un día de viento con un niño,
llego yo con Oliverio, Norah
Vicente Aleixandre, Delia,
Maruca, Malva Marina, María Luisa y
[Larco,
la Rubia, Rafael Ugarte,
Cotapos, Rafael Alberti,
Carlos, Bebé, Manolo Altolaguirre,
Molinari,
Rosales, Concha Méndez,
y otros que se me olvidan.
Ven a que te corone, joven de la salud
y de la mariposa, joven puro
como un negro relámpago perpetuamente
[libre,
y conversando entre nosotros,
ahora, cuando no queda nadie entre las
[rocas,
hablemos sencillamente como eres tú y soy
[yo:
para qué sirven los versos si no es para el
[rocío?
Para qué sirven los versos si no es para esa
[noche
en que un puñal amargo nos averigua, para
[ese día,
para ese crepúsculo, para ese rincón roto
donde el golpeado corazón del hombre se
[dispone a morir?
Sobre todo de noche,
de noche hay muchas estrellas,
todas dentro de un río
como una cinta junto a las ventanas
de las casas llenas de pobres gentes.
Alguien se les ha muerto, tal vez
han perdido sus colocaciones en las oficinas,
en los hospitales, en los ascensores,
en las minas,
sufren los seres tercamente heridos
y hay propósito y llanto en todas partes:
mientras las estrellas corren dentro de un
[río interminable
hay mucho llanto en las ventanas,
los umbrales están gastados por el llanto,
las alcobas están mojadas por el llanto
que llega en forma de ola a morder las
[alfombras.
Federico,
tú ves el mundo, las calles,
el vinagre,
las despedidas en las estaciones
cuando el humo levanta sus ruedas
[decisivas
hacia donde no hay nada sino algunas
separaciones, piedras, vías férreas.
Hay tantas gentes haciendo preguntas
por todas partes.
Hay el ciego sangriento, y el iracundo, y el
desanimado,
y el miserable, el árbol de las uñas,
el bandolero con la envidia a cuestas.
Así es la vida, Federico, aquí tienes
las cosas que te puede ofrecer mi amistad
de melancólico varón varonil.
Ya sabes por ti mismo muchas cosas.
Y otras irás sabiendo lentamente.
Óscar Castro / Muerte de Alfonsina Storni
1. El llamado
Todos los barcos perdidos
tocaban negras sirenas,
cuando Alfonsina se erguía,
sola, entre el mar y la tierra.
El Atlántico soplaba
su caracol de tormentas.
Mil capitanes fantasmas,
las manos en las viseras,
surgían ante Alfonsina,
rígidos, sobre cubierta:
en sus pechos transparentes
el cielo ponía estrellas;
bajo sus cuencas profundas
la noche se anocheciera.
“Te aguardamos, Capitana
-con voz de vientos dijeran-;
falta nos hacen tus ojos
para ver en las tinieblas.
Perdidos vamos, y mudos,
por un país de salmuera.
la Cruz del Sur te daremos
por insignia marinera”.
Alfonsina estaba sola
sobre las rocas enhiestas.
El llamado galopaba
por el latir de sus venas.
El viento la ve avanzar
y aúlla por detenerla.
Caminos de espacio fresco
recorre un segundo apenas.
Y luego, el mar en sus ojos,
el mar en su cabellera;
el mar mojando sus pechos,
subiendo por sus caderas;
el mar para conservarla,
cerrando sus verdes puertas.
Alfonsina está en el mar,
isla menuda y eterna.
2. AIfonsina en el mar
En mensaje de magnolias
la espuma fue a la ribera.
Con luz de lámparas verdes
el mar alumbró la fiesta.
(Fiesta del agua que se abre,
fiesta de un cuerpo que llega).
Peces de escamas fulgentes
guiaron a la viajera.
Ostras abrieron sus cofres
repletos de grandes perlas.
Rojos corales cantaron
pregones de sangre fresca.
Sonámbula va Alfonsina
por calles mudas y quietas.
El agua lustra el asombro
de sus pupilas abiertas.
El mar agita las frágiles
algas de su cabellera.
Hondo país de silencio,
país de rosas secretas,
de misteriosas ciudades,
de altas paredes siniestras;
dársena definitiva
de las perdidas goletas;
joyel de las maravillas
que nunca tuvo la tierra.
AIfonsina con sus manos
abrió la invisible puerta.
El mar la tuvo por fin,
después de siglos de espera.
El mar que para llamarla
pulsó guitarras de ausencia.
Novia del mar, Alfonsina,
el mar está poseyéndola.
3. EI retorno
Un ángel que se inclina, doblando la cerviz,
y el cuerpo de Alfonsina sobre la playa gris.
Nada más. El océano, su profundo latir,
y el pulso de Alfonsina sin poderlo seguir.
Un claror tiritaba sobre rosas de frío.
La barca de Alfonsina por un lejano río ...
Iba llegando el alba, 1ento.barco de malva.
El cuerpo de Alfonsina era blanco en el alba.
No sería más blanco un almendro polar
que Alfonsina vestida con espuma de mar.
Sobre celestes plumas, la cabeza de Dios
se despertó: Alfonsina, sin mirada y sin voz,
atrajo hacia la tierra su profunda pupila.
Y dijo Dios: “Por fin solitaria y tranquila,
tú, la sufriente, estás, ancla sin su navío.
La piel del infinito siente tu calofrío”.
Junto al cuerpo yacente pusiéronse a rezar
el ángel de la aurora y el centauro del mar.
Y Alfonsina sentía, su alta sien en el cielo,
un translúcido soplo de planetas en vuelo.
iY más allá de todo, más allá de ese soplo,
Dios esculpía estrellas con un celeste escoplo!
sábado, 28 de marzo de 2020
A.E. Housman / Mis sueños son de un campo muy lejano
Mis sueños son de un campo muy lejano
entre la sangre, el humo y los disparos:
allí están mis amigos en sus tumbas
pero yo en mi sepulcro no me encuentro.
Conocí los oficios de los hombres,
Yo también aprendí la lección simple:
Mas cuando olvidé y corrí, ellos
rememoraron y permanecieron.
Frederic Manning / Grotesco
Estos son los malditos círculos que Dante pisó,
Terribles en su desesperanza,
Pero hasta las calaveras tienen su gracia,
una parodia sin ojos, sardónica:
Y nosotros,
Sentados con los ojos llorosos en medio del humo acre,
Que oscurece nuestro sucio, húmedo acuartelamiento,
Entonamos amargamente, con voces roncas
Como un coro de ranas,
Con horrible ironía nuestras canciones patrióticas.
Jan Skácel / La guerra
Llueve Mi ropa está empapada
No así mi corazón Cantan los soldados
Y cargan sus armas como básculas
Como las mujeres los pechos magros por el hambre
Con pequeñas puntadas la lluvia cose
El lienzo de la camisa contra el cuerpo desnudo
Las gotas salpican en el lago
Y yo no puedo creer esas palabras
Miklós Radnóti / No puedo saber...
(17 de enero, 1944)
No puedo saber qué significa para otros este paisaje,
mi patria, este pequeño país abrazado al fuego,
el mundo de mi niñez que lejana se mece.
Crecí de él, como una tierna rama del tronco de un árbol,
y espero ver mi cuerpo hundirse en él un día.
Estoy aquí, en casa. Y si alguna vez a mis pies se arrodilla
un arbusto, conozco su flor y hasta su nombre,
sé adónde van y quiénes van por el camino,
y sé qué significa en la madrugada del verano
ese dolor rojo que nace en el muro de las casa.
Para el piloto que lo sobrevuela, este paisaje es tan sólo un mapa
y no sabe en qué lugar vivió Mihäly Vörösmarty,
¿qué esconde para él esta región?, fábricas y áridos cuarteles.
Yo veo un saltamontes, un buey, la torre, una granja apacible,
pero él ve fábricas con los prismáticos, y campos de labranza;
yo veo trabajadores que tiemblan por lo suyo,
temporeros que silban, bosques, viñedos y tumbas,
y entre las tumbas madres que lloran en silencio.
Y lo que desde arriba son raíles y fábricas indemnes que hay que destruir
es el guardagujas y el ferroviario dando la señal
rodeado de niños y con una bandera roja en la manos,
y en el patio de la fábrica se revuelca un perro pastor,
y allí está el parque, la huella de los viejos amores,
y el sabor a miel y arándano de los besos en mi boca,
y aquí la piedra que puse al borde de la acera
para que el maestro no me preguntara,
la piedra que ahora piso y nadie pude ver desde lo alto.
Es verdad, somos culpables, pero no más que el resto de los pueblos,
y sabemos bien cuándo hemos pecado, dónde y de qué modo,
pero aquí vive gente que trabaja, y poetas sin culpa,
y niños de pecho en los que la razón madura,
la misma que ahora los alumbra y protege en los sótanos oscuros
hasta que el dedo de la paz dibuje de nuevo una señal en nuestra tierra
y con su fresca voz responda a las palabras nuestras tan ahogadas.
Cúbrenos ya con tus extensas alas, nube del amanecer.
Robert Graves / La mañana antes de la batalla
Hoy, la pelea: mi fin está muy cerca,
y sellada la orden que limita mis horas:
lo supe mientras caminaba ayer al mediodía
por un desierto jardín lleno de flores.
... Cantando, despreocupado, me prendí unas rosas en el pecho,
corté una rama de cerezas... y luego, luego la Muerte
sopló en el jardín desde el norte y el este
agostando toda la belleza con un aliento helado.
Miré, y ¡ah! vi de pie ante mí a mi espectro,
con la cabeza aplastada por violento golpes:
la fruta entre mis labios en sangre coagulada
se había transubstanciado, y exudaba la pálida rosa un olor enfermizo,
hasta que me pareció a través de una inundación de llanto
que hombres muertos en el cercado jardín florecían.
Versión de Rolando Costa Picazo
Sankichi Together / Devuélvanme la gente
devuélvanme mi padre
devuélvanme mi madre
devuélvanme mis abuelos
devuélvanme mis hijos
devuélvanme mi persona
devuélvanme mis hijos y los hijos de mis hijos
devuélvanme la paz
la paz humana
inquebrantable mientras exista la vida humana.
Sadako Kunhara / Haremos nacer
Fue una noche
en el sótano de un edificio destruido.
Heridos de la bomba atómica llenaban
ese sótano que no encendía ni una vela.
Olor de sangre y de cadáveres descompuestos.
En medio de un sofocante olor de sudor y de quejidos se oyó una voz extraña, decía
"va a nacer un bebé"
en un sótano como el fondo del infierno.
Una mujer jóven tenía contracciones.
En un lugar donde no prendía ni la luz de
un cerillo, ¿qué se podía hacer?
Todos preocupados se olvidaron de su propio dolor. De pronto, "yo soy partera, yo haré nacer".
La que dijo eso fue una mujer gravemente herida que un momento antes gemía.
Así nació una nueva vida en las tinieblas infernales. Así la partera expiró cubierta de sangre
sin esperar a ver amanecer.
Haremos nacer,
haremos nacer,
aunque se pierda nuestra vida.
Li Po / Luchando al sur de la ciudad
El año pasado luchamos en las puertas del Sangkan;
este año, a lo largo de los lechos de los ríos en el Pamir,
hemos lavado nuestras espadas en la espuma de los mares partos
y apacentamos nuestros caballos entre las nieves de Tienshan.
Después de una campaña de diez mil líes
nuestros hombres están fatigados y envejecidos.
Batallar, masacrar, para los hunos es igual que sembrar:
huesos blancos son la única cosecha en estas arenas amarillas.
Donde la Casa de Chin construyó la Gran Muralla contra los nómades,
la Casa de Han conservó encendidos los fuegos del faro y éstos arden aún:
parece que no hay fin para la lucha.
En el yermo los hombres se cortan en pedazos,
caballos sin jinete relinchan furiosamente hacia los cielos,
milanos y cuervos arrancan las entrañas humanas,
vuelan con ellas y las cuelgan
en las ramas de los árboles muertos.
La sangre de los soldados mancha la hierba y las zarzas.
¿Para qué sirve un jefe sin sus tropas?
La guerra es algo temible y el príncipe juicioso recurre a ella sólo si debe hacerlo.
Miguel Hernández / Canción del esposo soldado
He poblado tu vientre de amor y sementera, he prolongado el eco de sangre a que respondo y espero sobre el surco como el arado espera: he llegado hasta el fondo.
Morena de altas torres, alta luz y ojos altos, esposa de mi piel, gran trago de mi vida, tus pechos locos crecen hasta mí dando saltos de cierva concebida.
Ya me parece que eres un cristal delicado, temo que te me rompas al más leve tropiezo, y a reforzar tus venas con mi piel de soldado fuera como el cerezo.
Espejo de mi carne, sustento de mis alas, te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas, ansiado por el plomo.
Sobre los ataúdes feroces en acecho, sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho hasta en el polvo, esposa.
Cuando junto a los campos de combate te piensa mi frente que no enfría ni aplaca tu figura, te acercas hacia mí como una boca inmensa de hambrienta dentadura.
Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo, y defiendo tu vientre de pobre que me espera, y defiendo tu hijo.
Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado, envuelto en un clamor de victoria y guitarras, y dejaré a tu puerta mi vida de soldado sin colmillos ni garras.
Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano.
Y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo cosida por tu mano.
Tus piernas implacables al parto van derechas, y tu implacable boca de labios indomables, y ante mi soledad de explosiones y brechas recorres un camino de besos implacables. Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos, tu corazón y el mío naufragarán, quedando una mujer y un hombre gastados por los besos.
Wislawa Szymborska / Fin y principio
Después de cada guerra
alguien tiene que limpiar.
No se van a ordenar solas las cosas,
digo yo.
Alguien debe echar los escombros
a la cuneta
para que puedan pasar
los carros llenos de cadáveres.
Alguien debe meterse
entre el barro, las cenizas,
los muelles de los sofás,
las astillas de cristal
y los trapos sangrientos.
Alguien tiene que arrastrar una viga
para apuntalar un muro,
alguien poner un vidrio en la ventana
y la puerta en sus goznes.
Eso de fotogénico tiene poco
y requiere años.
Todas las cámaras se han ido ya
a otra guerra.
A reconstruir puentes
y estaciones de nuevo.
Las mangas quedarán hechas jirones
de tanto arremangarse.
Alguien con la escoba en las manos
recordará todavía cómo fue.
Alguien escuchará
asintiendo con la cabeza en su sitio.
Pero a su alrededor
empezará a haber algunos
a quienes les aburra.
Todavía habrá quien a veces
encuentre entre hierbajos
argumentos mordidos por la herrumbre,
y los lleve al montón de la basura.
Aquellos que sabían
de qué iba aquí la cosa
tendrán que dejar su lugar
a los que saben poco.
Y menos que poco.
E incluso prácticamente nada.
En la hierba que cubra
causas y consecuencias
seguro que habrá alguien tumbado,
con una espiga entre los dientes,
mirando las nubes.
(Versión de Abel A. Murcia)
Siegfried Sassoon / Memoria
Cuando era joven mi corazón y mi cabeza
estaban llenos de brío; era alegre e indómito
como un potro en la campiña al llegar la mañana de
primavera,
mi aliento sobre la hierba, mis alas sobre el huerto en
floración.
Oh dulce emoción, mi júbilo, cuando la vida era libre
y todos los senderos conducían
desde la estación de los espinos
al sonoro estío de las praderas.
Pero ahora mi corazón está oprimido. Me siento
junto al fuego e incendio mis sueños:
pues la muerte me ha hecho prudente, amargo y fuerte;
no tengo más patrimonio que cuanto he perdido.
Oh reluciente estrella que brillas en los terruños del pasado,
tráeme oscuridad y ruiseñores
y sombríos bosques de desaparecidos veranos;
tráeme el sosiego del hogar
y el silencio y los amados rostros de los amigos ya idos.
Trad.: Armando Roa. Covers 36 poetas en lengua inglesa.
Gustavo Caso Rosendi / El último enemigo
Jorge se despertaba
entre la tempestad del fuego
con esa tos de cañoneo
que no se le iba nunca
y antes del desayuno
se afeitaba en un pedazo
de espejo que latía
Esa mañana besó
a sus hijos a su mujer
besó como el sueño
profundo y suave
besó de una manera
imperdonable y dulce
Más tarde en el baño de un bar
sacó un revólver y disparó
justo en el lugar donde
se apostaba la tristeza
Gustavo Caso Rosendi / En el camarote del Canberra
Se fregó y se refregó
bajo una lluvia caliente
Consiguió sacarse la mugre
pero no la angustia
pero no la desolación
Se miró al espejo
y supo que ya no era
y supo que nunca
se marcharía del todo
de esas dos islas rojas
como mordida de vampiro.
Gustavo Caso Rosendi / Trinchera
Comenzamos cavando como si
fuera nuestra propia tumba
Pero cuando el cielo escupía fuego
nos dábamos cuenta
que era un buen hogar
después de todo.
…
Cuando cayó el soldado Vojkovic
dejó de vivir el papá de Vojkovic
y la mamá de Vojkovic y la hermana
También la novia que tejía
y destejía desolaciones de lana
y los hijos que nunca
llegaron a tener
Los tíos los abuelos los primos
los primos segundos
y el cuñado y los sobrinos
a los que Vojkovic regalaba chocolates
y algunos vecinos y unos pocos
amigos de Vojkovic y Colita el perro
y un compañero de la primaria
que Vojkovic tenía medio olvidado
y hasta el almacenero
a quien Vojkovic
le compraba la yerba
cuando estaba de guardia
Cuando cayó el soldado Vojkovic
cayeron todas las hojas de la cuadra
todos los gorriones todas las persianas.
Jorge Luis Borges / Trinchera
Angustia
En lo último una montaña camina
Hombres color de tierra naufragan en la grieta más baja
El fatalismo unce las almas de aquellos
Que su pequeña esperanza en las piletas de la noche,
Las bayonetas sueñan con los entreveros nupciales
El mundo se ha perdido y los ojos de los muertos lo buscan
El silencio aúlla en los horizontes hundidos.
Jorge Luis Borges en Grecia (n.° 43, l-VI-1920, Sevilla), incluido en Antología de la poesía latinoamericana de vanguardia (1916-1935) (Ediciones Hiperión, Madrid, 2003, ed. de Mihai G. Grünfeld).
Aleksandr Aleksandrovich Block
Todo es desastre y pérdida.
¿Qué guarda oculto el futuro?
marca con el signo de la Cruz
tu coraza de acero.
[Versión en inglés de Vladimir Nabokov]
Fyodor Ivanovich Tyutchev / Pacificación
La tormenta se retiró, pero Thor ya había encontrado su roble,
y ahí yace magníficamente abatido,
y de sus miembros un resto de humo azul
se propaga a los brillosos árboles repintados por la lluvia-
-mientras que el zorzal y la oropéndola se apuran a remendar
sus rotas melodías a lo ancho del bosquecillo,
sobre la cresta del cual apunta el extremo
de un torciente arcoiris bordeado de malva.
Guillaume Apollinaire / Si yo muero allá lejos
Si yo muero allá lejos en el frente de guerra
Tú llorarás un día oh Lou mi gran amor
y después mi recuerdo se apagará en la tierra
Como un obús que estalla en el frente de guerra
Bello obús semejante a la mimosa en flor
Más tarde este recuerdo que en el aire ha estallado
Cubrirá con mi sangre la tierra toda entera
El valle el mar y el astro que pasa como al lado
De Baratier los frutos de oro en primavera
Presencia en cada cosa olvidada y viviente
Yo encenderé el color de tus senos rosados
Encenderé tus labios y tu cabello ardiente
Tú no envejecerás y todo lo existente
Cobrará nueva vida sobre el destino amado
La fuga ineluctable de mi sangre en el mundo
Dará un fulgor más vivo al sol agonizante
Hará la flor más roja y hará el mar más profundo
Un amor inaudito descenderá hasta el mundo
Y tendrá más poder en tu cuerpo tu amante
Si al morir allá lejos mi recuerdo se olvida
Recuerda Lou en los éxtasis más puros de tu vida
-En tus días de ardor y pasión amorosa-
Que mi sangre es la fuente de esta dicha futura
Y siendo la más bella sé tú la más dichosa
Oh mi amor oh mi única oh mi inmensa locura!
Andrés Eloy Blanco / Canto de los hijos en marcha
Madre, si me matan,
que no venga el hombre de las sillas negras;
que no vengan todos a pasar la noche
rumiando pesares, mientras tú me lloras;
que no esté la sala con los cuatro cirios
y yo en una urna, mirando hacia arriba;
que no estén las mesas llenas de remedios,
que no esté el pañuelo cubriéndome el rostro,
que no venga el mozo con la tarjetera,
ni cuelguen las flores de los candelabros
ni estén mis hermanas llorando en la sala,
ni estés tú sentada, con tu ropa nueva.
Madre, si me matan,
que no venga el hombre de las sillas negras.
Lléname la casa de hombres y mujeres
que cuenten el último amor de su vida;
que ardan en la sala flores impetuosas,
que en dos grandes copas quemen melaleuca,
que toquen violines el sueño de Schuman;
los frascos rebosen de vino y perfumes;
que me miren todos, que se digan todos
que tengo una cara de soldado muerto.
Lléname la casa
de flores regaladas, como en una selva.
Déjame en tu cuarto, cerca de tu cama;
con mis cuatro hermanas, hagamos consejo;
tenme de la mano, tenme de los labios,
como aquella noche de mi padre muerto,
y al cabo, dormidos iremos quedando,
uno con su muerte y otro con su sueño.
Madre, si me matan,
que no venga el coche para los entierros,
con sus dos caballos gordos y pesados,
como de levita, como del Gobierno.
Que si traen caballos, traigan dos potrillos
finos de cabeza, delgados de remos,
que vayan saltando con claros relinchos,
como si apostaran cuál llega primero.
Que parezca, madre,
que voy a salirme de la caja negra
y a saltar al lomo del mejor caballo
y a volver al fuego.
Madre, si me matan,
que no venga el coche para los entierros.
Madres, si me matan,
y muero en los bosques o en mitad del llano,
pide a los soldados que te den tu muerto;
que los labradores y las labradoras
y tú y mis hermanas, derramando flores,
hasta un pueblo manso se lleven mi cuerpo;
que con unos juncos hagan angarillas,
que pongan mastranto y hojas y cayenas
y que así me lleven hasta un cementerio
con cerca de alambres y enredaderas.
Y cuando pasen los años
tráeme a mi pedazo, junto al padre muerto
y allí, que me pongan donde a ti te pongan,
en tu misma fosa y a tu lado izquierdo.
Madre, si me matan,
pide a los soldados que te den tu muerto.
Madre, si me matan, no me entierres todo,
de la herida abierta sácame una gota,
de la honda melena sácame una trenza;
cuando tengas frío, quémate en mi brasa;
cuando no respires, suelta mi tormenta.
Madre, si me matan, no me entierres todo.
Madre, si me matan,
ábreme la herida, ciérrame los ojos
y tráeme un pobre hombre de algún pobre pueblo
y esa pobre mano por la que me matan,
pónmela en la herida por la que me muero.
Llora en un pañuelo que no tenga encajes;
ponme tu pañuelo
bajo la cabeza, triste todavía
por las despedida del último sueño,
bajo la cabeza como casa sola,
densa de un perfume de inquilino muerto.
Si vienen mujeres, diles, sin sollozos:
—¡Si hablara, qué lindas cosas te diría!
Ábreme la herida, ciérrame los ojos...
Y una palabra: JUSTICIA
escriban sobre la tumba
Y un domingo, con sol afuera,
vengan la Madre y las Hermanas
y sonrían a la hermosa tumba
con nardos, violetas y helechos de agua
y hombres y mujeres del pueblo cercano
que digan mi nombre como de su casa
y alcen a los cielos cantos de victoria,
Madre, si me matan.
Anthony Hecht / NATURALEZA MUERTA
Un vapor sonámbulo, como un visitante fantasmal,
flota suspendido sobre un lago
de tennynsoniana calma justo antes del amanecer.
Árboles invertidos y pedruscos tiemblan y se escurren
en la bruñida oscuridad. Plateados destellos apuntan
entre el líquido follaje, y un poco después desaparecen.
Todo está empapado y brillante de humedad.
Una telaraña, tejida con tirantez
en el bastidor de las puntas dobladas de la hierba,
se comba como un trampolín o la red de un bombero
con todo el oropel y las riquezas que ha atrapado,
cada gota un pisapapeles de cristal de Steuben.
Ningún canto de pájaro aún, ni un grillo, ni una trucha
explota en los remolinos
en busca de una rasante mosca. Todo está por llegar.
Las cosas están tan detenidas y calmadas a lo largo
de todo el universo como antiguos cuencos chinos,
y la naturaleza permanece espléndidamente muda.
¿Por qué me agita tanto todo esto, como un código
o un sordo presentimiento
de propósitos y sucesos ya preestablecidos?
Me conoce, y yo reconozco esta forma
de vacilación cautelosa, lista para saltar,
este silencio tan comprimido y tan intenso.
Como en una superficie de agua contemplo
el primer y suave decreto
de la luz, su pálidas, inaudibles órdenes.
Permanezco junto a un pino en el frío,
justo antes del amanecer, en algún lugar de Alemania,
con un helado, húmedo fusil Garand en mis manos.
(Traducción de A. Catalán)
Louis Simpson / La Batalla
Casco y rifle, mochila y capote
Marchando por el bosque. En algún lugar adelante
Los cañones retumban. Como el círculo de una garganta
La noche a cada costado se hace roja.
Se detienen y cavan. Se hunden como topos
En la viscosa tierra entre los árboles
Y pronto los centinelas alertas en sus huecos
Sienten la primera nieve. Sus pies se comienzan a helar.
Al amanecer la primera granada cae con un estallido,
Luego granadas y balas cruzan las heladas maderas.
Esto duró muchos días, la nieve estaba negra,
Los cadáveres hedían en sus huecos escarlata.
Lo que más claramente recuerdo de esta batalla:
El cansancio de los ojos, como las manos parecían delgadas
En torno a un cigarrillo y la brillante ascua
Vacilaría con toda la vida que en ella hay.
Gavin Ewart / Muertos de Guerra
Con un brazo gris doblado sobre un rostro verde
El polvo de los carros que pasan lo cubren,
Yaciendo a la vera del camino en el lugar apropiado.
Porque ha cruzado la última visión lejana
Que nos oculta el valle de los muertos.
Yace como equipo usado, dejado de lado,
Del cual nuestro rápido avance no puede sacar ventaja:
Rosas, carros triunfales, pero éste murió.
Otrora monumentos guerreros, lamentable intento
En cierta forma vaga, una lamentable excusa
Para esos perdidos futuros que los muertos soñaron.
Cubierta la tierra con su lamentable piedra.
pero en nuestros corazones llevamos una carga más pesada:
Los cuerpos de los muertos que yacen a la vera del camino.
Siegfried Sassoon / LA INVESTIDURA
Con una lista de caídos en Su mano, Dios
se sienta dando la bienvenida a los héroes que han muerto
mientras ángeles sin pena se alinean a cada lado
tranquilos en pie en los prados Elíseos.
Entonces, tú llegas tímido al jardín a través de las puertas
luciendo un vendaje empapado en sangre en la cabeza
y Dios dice algo amable porque estás muerto
y añoras tu casa, descontento con tu destino.
Si yo estuviera allí, lanzaríamos calaveras como bolas de
nieve a la muerte
o nos fugaríamos para cazar en el Bosque del Diablo
con fantasmas de cachorros que antaño paseamos.
Pero estás solo y la soledad anula
nuestras bromas terrenas; y extrañamente sabio y bueno
vagas desamparado por calles de oro.
Siegfried Sassoon / SUICIDIO EN LAS TRINCHERAS
Siegfried Sassoon / SUICIDIO EN LAS TRINCHERAS
Conocí a un soldado raso
que sonreía a la vida con alegría hueca,
dormía profundamente en la oscuridad solitaria
y silbaba temprano con la alondra.
En trincheras invernales, intimidado y triste,
con bombas y piojos y ron ausente,
se metió una bala en la sien.
Nadie volvió a hablar de él.
Vosotros, masas ceñudas de ojos incendiados
que vitoreáis cuando desfilan los soldados,
id a casa y rezad para no saber jamás
el infIerno al que la juventud y la risa van.
Conocí a un soldado raso
que sonreía a la vida con alegría hueca,
dormía profundamente en la oscuridad solitaria
y silbaba temprano con la alondra.
En trincheras invernales, intimidado y triste,
con bombas y piojos y ron ausente,
se metió una bala en la sien.
Nadie volvió a hablar de él.
Vosotros, masas ceñudas de ojos incendiados
que vitoreáis cuando desfilan los soldados,
id a casa y rezad para no saber jamás
el infIerno al que la juventud y la risa van.
Siegfried Sassoon / ELLOS
El Obispo nos dijo: Cuando los muchachos regresen
No serán los mismos. Porque ellos pelearon
En una causa justa: lideraron el último ataque
Contra el Anti Cristo; su sangre de camaradas compró
El nuevo derecho para multiplicar una raza honorable,
Ellos retaron a la muerte y la enfrentaron cara a cara.”
“¡Ninguno de nosotros es el mismo!”, Replicaron los muchachos.
Para George fue perder sus dos piernas; y Bill esta ciego como una piedra;
Al pobre Jim le perforaron los pulmones y le gustaría morirse;
Y a Bert se lo llevó la sífilis: Usted no encontrará
Un chico que no haya tenido un cambio al servir”
Y el Obispo dijo: “Los caminos de Dios son extraños.”
Ana María Martínez Sagi / Por el río suena
Venía tu cuerpo moreno
En el agua rosada del río.
Un viento, de pena callada,
Retorcía los grises olivos.
Venía tu cuerpo moreno,
Inmóvil y frío.
El agua, cantando, pasaba
Por tus dedos rígidos.
¡Venías tan pálido,
soldado, en el río!
La boca cerrada, las manos heladas,
La piel como el lirio;
Y una herida roja, en la frente blanca,
Y una luz de aurora, en los ojos limpios…
¡Qué muerte la tuya, soldado del pueblo,
bravo miliciano, corazón amigo;
qué muerte más dulce, cien brazos de agua
ceñidos en torno de tu rostro lívido!
No venías muerto sobre el agua clara;
Sobre el agua clara, venías dormido:
Un clavel granate, en la sien nevada,
Y en los ojos quietos, dos luceros vivos.
¡Qué pálido y frío,
venía tu cuerpo moreno
sobre el agua rosada del río!
Vladímir Maiakovski / Guerra
La tierra ya no tendrá más miembros intactos
Y mañana el alma será pisoteada
Por pies extranjeros
Y todo ello para que un tipo cualquiera
Pueda extender sus manos
Sobre alguna Mesopotamia…
Tú, que combates por ellos y mueres,
¿Cuándo te alzarás en pie
Con toda tu estatura
Y lanzarás a su cara
Tu ira profunda
En un grito:-¿Por qué se libra esta guerra?
Siegfried Sassoon / ‘Preludio: las tropas’, un poema
Tenue, gradual, se diluye la penumbra sin forma
se estremece en la llovizna del alba que revela
hombres desconsolados con empapadas botas
tornan al cielo rostros apagados y hundidos,
demacrados, desesperados. Ellos, que tras vencer
la rancia angustia de la noche, deben renovar
su desolación en la tregua del amanecer
matando las horas pálidas que buscan la paz a tientas.
Estos, que se aferran a la vida con brazos tercos,
aún pueden sonreír entre tormentas de muerte y hallar hueco
en los crueles enredos zarpados de su defensa.
Marchan desde el amparo y la alegría de los pájaros
en arbustos verdes hacia la tierra donde todo
es ruina y nada florece excepto el cielo
que se apresura sobre ellos, donde sufren
tristes, humeantes horizontes planos, bosques malolientes
y trincheras hundidas que volean muerte por muerte.
Oh mis valientes compañeros pardos, cuando vuestras almas
vuelen en silencio y los muertos sin ojos
se avergüencen de la bestia de la lucha en la cresta
la muerte quedará llorando en ese campo de batalla
pues se acabó vuestro invicto esfuerzo.
Y pasarán a través de algún Valhalla de luna
batallones y batallones, lacerados en el infierno,
la armada que fue juventud y que no vuelve;
las legiones que han sufrido y ahora son polvo.
Trad: Eva Gallud Jurado
Wilfred Owen / EXTRAÑO ENCUENTRO
Imaginaba haber salido del combate
por un profundo túnel, excavado hace tiempo en la roca por mano de titanes.
Pero también allí gemían, apiñados
durmientes, cuyo sueño temía importunar.
Luego, al hablarle, uno se puso en pie: miraba
hacia mí fijamente, con ojos compasivos
y una mano que alzaba como en gesto de dádiva.
Por su sonrisa conocí aquel hosco lugar,
en su mueca de muerte supe que era el Infierno.
Un enorme dolor afligía a aquel rostro
pero no había sangre que filtrara la tierra,
ni estruendo de rifles, ni gemido de obuses.
“Amigo—dije—aquí no hay nada que llorar”.
Nada—respondió él—salvo el tiempo abolido
y la desesperanza. Cualquiera que fue tuya
fue también mía un día: busqué sin freno alguno
la hermosura mayor que en el mundo cupiera
y no está en unos ojos serenos, ni unas trenzas,
sino en algo que burla la huida de las horas
y no sana su herida nada que sea del mundo.
Porque por mi alegría han reído los hombres
y de mi oscuro llanto algo ha sobrevivido
y debe ahora morir: la verdad nunca dicha,
la pena de la guerra. Ahora a muchos hombres
contentará lo que nosotros malgastamos
o, tal vez, descontentos, lo verterán en vano.
Pasarán con la urgencia atroz de una tigresa.
Nadie romperá filas, aunque se retroceda.
Busqué siempre el dolor, pero encontré el misterio.
Busqué siempre el saber, pero encontré el dominio:
perder el paso de este mundo en retirada
a vanas fortalezas carentes de murallas.
Luego, cuando en la sangre se atascaran los tanques,
lavaría las ruedas con un agua muy dulce,
incluso con verdades demasiado profundas,
y daría a mi espíritu rienda suelta, sin freno
y sin herir a nadie, terminada la guerra.
Hay hombres que han sangrado sin tener ni una herida.
“Yo soy, amigo mío, aquel al que mataste.
Te conocí en lo oscuro, pues tenías el gesto
con el que ayer hundiste en mí tu bayoneta.
Intenté, sí, esquivarla, pero estaban heladas
y dormidas mis manos. Durmamos, pues, ahora...”.
Traducción de Gabriel Insausti Herrero-Velarde
viernes, 27 de marzo de 2020
Moya Cannon / Estorninos
Algunas cosas no pueden ser
atrapadas en palabras,
los estorninos sobre un río de octubre, por ejemplo:
el modo en que se elevan desde el borde de un
tejado en una nube
dirigida por un coreógrafo oculto;
el modo en que suben, se agrupan y descienden,
tirando de alguna arteria desconocida del
corazón humano;
el modo en que la nube se rompe y fusiona
las partes inferiores de las alas recogiendo toda la luz
que quedaba en el cielo del crepúsculo;
el modo en que vuelan y confluyen hacia el
tejado de un depósito,
un pájaro marrón tras otro.
Cai Tianxin / El pájaro rojo
Tantos brazos se unen
tantos talles se inclinan
tantas piernas crecen en los troncos de árboles
tantas cabelleras se desatan como las hojas
Cuelgan de las ramas y se mecen con el viento
entretanto, el pájaro rojo posa su sombra en el verde
desde el hogar propio y verdadero
casi emite un sonido de humanidad
Robinson Quintero / Pintura con pájaro
Todo el color del lienzo es nieve.
Nieve sobre las cumbres, por las colinas, en los bajos tejados de la casa solitaria.
En el camino que se curva y que nadie recorre, nieve.
Y en el recodo de un río un árbol pelado de hojas sostiene apenas sus varas.
Y sobre una de las varas una pequeña mancha roja.
Georg Trakl / Los cuervos
Sobre el negro rincón se precipitan
al mediodía los cuervos con duro grito.
Sus sombras rozando pasan a una cierva
y a veces se la ve paciendo hoscamente.
Oh cómo perturban el pardo sosiego
en el que un sembrado se embelesa,
como una mujer hechizada por un barrunto grave,
y a veces se los oye refunfuñado
en torno a una carroña que husmean por cualquier sitio
y de improviso al norte el vuelo orientan
y cual cortejo fúnebre se desvanecen,
en aires que tiemblan voluptuosos.
Raymond Carver / Mi cuervo
Un cuervo voló hasta el árbol del exterior de mi ventana.
No era el cuervo de Ted Hughes, ni el cuervo de Galway,
ni el cuervo de Frost, Pasternak, o Lorca.
Ni uno de los cuervos de Homero, harto de sangre
después de la batalla. Era sólo un cuervo.
Que jamás encajó en parte alguna,
ni hizo nada digno de mención.
Estuvo posado allí en la rama durante unos cuantos minutos.
Luego alzó el vuelo y desapareció bellamente
de mi vida.
Vincenzo Cardarelli / Gaviotas
No sé dónde las gaviotas tienen el nido,
Dónde encuentran paz.
Yo soy como ellas,
En perpetuo vuelo
Rozo la vida
Como ellas el agua para atrapar el alimento.
Y quizás también como ellas amo la quietud.
La gran quietud marina,
Pero mi destino es vivir
Relampagueando en la borrasca.
Alejandro Velázquez León/ Golondrina en vuelo
Una mancha oscura
que se esparce
en el fondo del cielo
sin dejar huella.
Un agujero móvil
que le hicieran
a la mañana
para encontrar en ella
otra vez la noche.
Una ligera sombra
que la luz nunca pudo domar
y ahora,
de día en día…
se esconde en el aire,
como un pájaro.
Charles Baudelaire / Los búhos
Bajo los techos negros que los abrigan,
Los búhos se mantienen alineados,
Como dioses extraños,
Clavando su mirada roja. Meditan.
Sin moverse se mantendrán
Hasta la hora melancólica
En que, empujando el sol oblicuo,
Las tinieblas se establezcan.
Su actitud, por sabia, enseña
Que es preciso en este mundo que tema
El tumulto y el movimiento;
El hombre embriagado por la sombra que pasa
Lleva siempre el castigo
De haber querido cambiar de sitio.
José Eustasio Rivera / Tierra de promisión
Segunda parte
II
En un bloque saliente de la audaz cordillera
el cóndor soberano los jaguares devora;
y olvidando la presa, las alturas explora
con sus ojos de un vivo resplandor de lumbrera.
Entre locos planetas ha girado en la esfera;
vencedor de los vientos, lo abrillanta la aurora,
y al llenar el espacio con su cauda sonora
quema el sol los encajes de su heroica gorguera.
Recordando en la roca los silencios supremos,
se levanta al empuje colosal de sus remos;
zumban ráfagas sordas en las nubes distantes,
y violando el misterio que en el éter se encierra,
llega al sol, y al tenderle los plumones triunfantes,
va corriendo una sombra sobre toda la tierra.
Clemente Althaus / A un cóndor enjaulado
Un tiempo, allá en el suelo americano,
rey te aclamó la voladora plebe,
y de los Andes la más alta nieve
atrás dejabas en tu vuelo ufano:
el espacio sin fin del aire vano
era tu imperio; mas en cárcel breve
hoy en vano tus alas alza y mueve
tu no perdido instinto soberano.
¡Cuánto, al mirarte, oh cóndor, me apïadas
preso, y en suelo, como yo, extranjero!
Mas yo pronto a las playas adoradas
de mi dulce Perú tornar espero,
y tú, blanco curioso a las miradas,
ausente morirás y prisionero.
Pablo Neruda / El cóndor
Yo soy el cóndor, vuelo
sobre ti que caminas
y de pronto en un ruedo
de viento, pluma, garras,
te asalto y te levanto
en un ciclón silbante
de huracanado frío.
Y a mi torre de nieve,
a mi guarida negra
te llevo y sola vives,
y te llenas de plumas
y vuelas sobre el mundo,
inmóvil, en la altura.
Hembra cóndor, saltemos
sobre esta presa roja,
desgarremos la vida
que pasa palpitando
y levantemos juntos
nuestro vuelo salvaje.
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