miércoles, 22 de julio de 2020

Hildegarda de Bingen / ¡Dios eterno!


¡Dios eterno!

que ahora te sea grato

arder en ese amor,

que [nosotros] seamos aquellos miembros 

que tú hiciste en ese mismo amor,

cuando engendraste a tu Hijo

en la aurora primera

antes que a toda creatura.

Y fija tu mirada en esta necesidad

que cae sobre nosotros,

y, por tu Hijo,

arráncala de nosotros

y condúcenos

a la dicha de la salvación.



Santa Hildegarda de Bingen es una de las más famosas mujeres místicas de Occidente. A los 42 años, cinco después de haberse convertido en la abadesa del convento de Jutta, una voz le ordenó dar a conocer sus experiencias. En su vejez, Hildegard describió su campo visual como uno en el que siempre hubo una luminosidad de fondo en la cual se proyectaban sus visiones; fenómeno al que denominó "la sombra de la Luz viviente."

Su obra contiene detalladas descripciones así como pinturas de sus visiones, así como dos extensos tratados de ciencia natural, ética, medicina, y cosmología. El poema que presentamos proviene de la Sinfonía de la Armonía de las Revelaciones Celestiales, que fuera escrita en latín como parte de la liturgia de las monjas, y cantado con música escrita por ella misma.


Hildegarda realizó más de 150 composiciones de carácter litúrgico, y hacia 1150 reunió algunas de ellas con el título de Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales (Symphonia armonie celestium revelationum). Son 77 poemas o cantos espirituales, compuestos de 1140 a 1150 con adiciones y correcciones posteriores, destinados a su comunidad de Rupertsberg: 43 antífonas, 17 responsorios, ocho himnos, 1 Kyrie, 1 pieza libre  y siete secuencias para la misa. 


El  título alude a los cantos celestes que oía en sus arrobos y que después escribía. Hildegarda se describió a sí misma como "La trompeta de Dios", un instrumento, una mensajera del Señor. Para Hildegarda, la música es una reminiscencia del saber divino que el hombre perdió después de la caída, y uno de los pocos lazos que todavía le une con las realidades espirituales y le alivia el agobio de verse lejos de la armonía celeste y desterrado del paraíso.

 

Hildegarda de Bingen

 

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