domingo, 12 de julio de 2020

Lucian Blaga / La milagrosa semilla



Sonriendo, con dulces palabras me imploras

que te busque esas semillas por tantos codiciadas 

que germinan en el hermoso huerto de la Utopía 

a cuyo alrededor relámpagos fecundos

juegan iluminando las apacibles linfas.


Iré dejando a un lado la ciudad rumorosa,

y con pasos más firmes

que aquellos que me llevan bajo floridos arcos, 

caminaré por los mercados de la primavera

en busca de los vendedores de semillas.

Tú has adivinado mi natural predilección,

mi amor profundo

por todo lo que nace en la tierra de mi patria,

todo lo que en sus fuentes se multiplica y crece. 

Tú has adivinado cómo me maravilla 

contemplar la creación aún oculta en el grano, 

ese pequeño dios que espera caer

en los surcos de marzo.


He visto en ocasiones la milagrosa semilla

que guarda en su interior los supremos poderes. 

No hay nada extraordinario en su apariencia, 

pero su estirpe me inclina a suponer

que es ella la semilla que me pides.

Luminosos son siempre los colores que muestra, 

verdaderos tesoros, en los sacos abiertos. 

Pueden los granos ser imaginados: amarillos

o rojos y verdes y sepias y dorados.

Puros en ocasiones, otras veces mezclados.


Semejantes colores, tan nítidos y frescos, 

sólo en los escudos de armas de algún país 

se encuentran, y en los huevos de los pájaros.


Si llevas la joven semilla en las manos,

te parecerá oír el sonido de la sedosa arena 

en las riberas de los mares orientales.


Cuando era niño, me gustaba meterme desnudo 

en las barricadas llenas de trigo,

hundido hasta la boca en los granos de oro.

Sentía entonces en los hombros como el peso de un río. 

Y ahora, cuando han pasado tantos años

y veo alguna vez los sacos de semillas, 

apenas puedo dominar el deseo

de frotarlos contra mi rostro.

Sólo me detiene el temor

de despertar a las deidades solares, 

soñadoras, firmes y dóciles.


¡Benditas sean las semillas de hoy y de siempre! 

El pensamiento de un verano cálido

y un alto cielo de luz violeta y pura

se esconden en ellas mientras dormitan.

Un dulce crujido de campo y mediodía 

palpita en el sueño de las semillas,

un siglo que transcurre,

un pueblo de hondas frondas

y un rumor de estirpe que canta.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario