viernes, 24 de julio de 2020
miércoles, 22 de julio de 2020
Hildegarda de Bingen / ¡Dios eterno!
¡Dios eterno!
que ahora te sea grato
arder en ese amor,
que [nosotros] seamos aquellos miembros
que tú hiciste en ese mismo amor,
cuando engendraste a tu Hijo
en la aurora primera
antes que a toda creatura.
Y fija tu mirada en esta necesidad
que cae sobre nosotros,
y, por tu Hijo,
arráncala de nosotros
y condúcenos
a la dicha de la salvación.
Santa Hildegarda de Bingen es una de las más famosas mujeres místicas de Occidente. A los 42 años, cinco después de haberse convertido en la abadesa del convento de Jutta, una voz le ordenó dar a conocer sus experiencias. En su vejez, Hildegard describió su campo visual como uno en el que siempre hubo una luminosidad de fondo en la cual se proyectaban sus visiones; fenómeno al que denominó "la sombra de la Luz viviente."
Su obra contiene detalladas descripciones así como pinturas de sus visiones, así como dos extensos tratados de ciencia natural, ética, medicina, y cosmología. El poema que presentamos proviene de la Sinfonía de la Armonía de las Revelaciones Celestiales, que fuera escrita en latín como parte de la liturgia de las monjas, y cantado con música escrita por ella misma.
Hildegarda realizó más de 150 composiciones de carácter litúrgico, y hacia 1150 reunió algunas de ellas con el título de Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales (Symphonia armonie celestium revelationum). Son 77 poemas o cantos espirituales, compuestos de 1140 a 1150 con adiciones y correcciones posteriores, destinados a su comunidad de Rupertsberg: 43 antífonas, 17 responsorios, ocho himnos, 1 Kyrie, 1 pieza libre y siete secuencias para la misa.
El título alude a los cantos celestes que oía en sus arrobos y que después escribía. Hildegarda se describió a sí misma como "La trompeta de Dios", un instrumento, una mensajera del Señor. Para Hildegarda, la música es una reminiscencia del saber divino que el hombre perdió después de la caída, y uno de los pocos lazos que todavía le une con las realidades espirituales y le alivia el agobio de verse lejos de la armonía celeste y desterrado del paraíso.
lunes, 20 de julio de 2020
José Gorostiza / Muerte sin fin (fragmento)
Lleno de mí, sitiado en mi epidermis
por un dios inasible que me ahoga,
mentido acaso
por su radiante atmósfera de luces
que oculta mi conciencia derramada,
mis alas rotas en esquirlas de aire,
mi torpe andar a tientas por el lodo;
lleno de mí —ahíto— me descubro
en la imagen atónita del agua,
que tan sólo es un tumbo inmarcesible,
un desplome de ángeles caídos
a la delicia intacta de su peso,
que nada tiene
sino la cara en blanco
hundida a medias, ya, como una risa agónica,
en las tenues holandas de la nube
y en los funestos cánticos del mar
—más resabio de sal o albor de cúmulo
que sola prisa de acosada espuma.
No obstante —oh paradoja— constreñida
por el rigor del vaso que la aclara,
el agua toma forma.
En él se asienta, ahonda y edifica,
cumple una edad amarga de silencios
y un reposo gentil de muerte niña,
sonriente, que desflora
un más allá de pájaros
en desbandada.
En la red de cristal que la estrangula,
allí, como en el agua de un espejo,
se reconoce;
atada allí, gota con gota,
marchito el tropo de espuma en la garganta
¡qué desnudez de agua tan intensa,
qué agua tan agua,
está en su orbe tornasol soñando,
cantando ya una sed de hielo justo!
¡Mas qué vaso —también— más providente
éste que así se hinche
como una estrella en grano,
que así, en heroica promisión, se enciende
como un seno habitado por la dicha,
y rinde así, puntual,
una rotunda flor
de transparencia al agua,
un ojo proyectil que cobra alturas
y una ventana a gritos luminosos
sobre esa libertad enardecida
que se agobia de candidas prisiones!
¡Mas qué vaso —también— más providente!
Tal vez esta oquedad que nos estrecha
en islas de monólogos sin eco,
aunque se llama Dios,
no sea sino un vaso
que nos amolda el alma perdidiza,
pero que acaso el alma sólo advierte
en una transparencia acumulada
que tiñe la noción de Él, de azul.
El mismo Dios,
en sus presencias tímidas,
ha de gastar la tez azul
y una clara inocencia imponderable,
oculta al ojo, pero fresca al tacto,
como este mar fantasma en que respiran
—peces del aire altísimo—
los hombres.
¡Sí, es azul! ¡Tiene que ser azul!
Un coagulado azul de lontananza,
un circundante amor de la criatura,
en donde el ojo de agua de su cuerpo
que mana en lentas ondas de estatura
entre fiebres y llagas;
en donde el río hostil de su conciencia
¡agua fofa, mordiente, que se tira,
ay, incapaz de cohesión al suelo!
en donde el brusco andar de la criatura
amortigua su enojo,
se redondea
como una cifra generosa,
se pone en pie, veraz, como una estatua.
¿Qué puede ser —si no— si un vaso no?
Un minuto quizá que se enardece
hasta la incandescencia,
que alarga el arrebato de su brasa,
ay, tanto más hacia lo eterno mínimo
cuanto es más hondo el tiempo que lo colma.
Un cóncavo minuto del espíritu
que una noche impensada,
al azar
y en cualquier escenario irrelevante
—en el terco repaso de la acera,
en el bar, entre dos amargas copas
o en las cumbres peladas del insomnio—
ocurre, nada más, madura, cae
sencillamente,
como la edad, el fruto y la catástrofe.
¿También —mejor que un lecho— para el
agua
no es un vaso el minuto incandescente
de su maduración?
Es el tiempo de Dios que aflora un día,
que cae, nada más, madura, ocurre,
para tornar mañana por sorpresa
en un estéril repetirse inédito,
como el de esas eléctricas palabras
—nunca aprehendidas,
siempre nuestras—
que eluden el amor de la memoria,
pero que a cada instante nos sonríen
desde sus claros huecos
en nuestras propias frases despobladas
Es un vaso de tiempo que nos iza
en sus azules botareles de aire
y nos pone su máscara grandiosa,
ay, tan perfecta,
que no difiere un rasgo de nosotros.
Pero en las zonas ínfimas del ojo,
en su nimio saber,
no ocurre nada, no, sólo esta luz,
esta febril diafanidad tirante,
hecha toda de pura exaltación,
que a través de su nítida substancia
nos permite mirar,
sin verlo a Él, a Dios,
lo que detrás de Él anda escondido:
el tintero, la silla, el calendario
—¡todo a voces azules el secreto
de su infantil mecánica!—
en el instante mismo que se empeñan
en el tortuoso afán del universo.
José Gorostiza
Anónimo / Soneto a Cristo crucificado
No me mueve, mi Dios, para quererte,
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
pues si aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Fernando Rielo / Qué es poesía
Qué es poesía...
No lo sé.
Quizá sea ese ser que duerme
en la navecilla de todas las cosas...
Tú le llamas Dios.
Yo le llamo perfume de una rosa...
Quizá sea el vuelo
de las alas muertas...
O el rumor silencioso de otoño
que vive oculto en las frondas...
Qué es poesía...
No lo sé.
Quizá sea ese hilito de luz
que vibra en la lágrima de todos los seres...
Quizá seas tú...
cuando duermes.
Fernando Rielo
San Juan de la Cruz / Otras del mismo a lo divino
Tras de un amoroso lance,
y no de esperanza falto,
volé tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.
Para que yo alcance diese
a aqueste lance divino,
tanto volar me convino,
que de vista me perdiese;
y con todo en este trance
en el vuelo quedé falto;
mas el amor fue tan alto,
que le di a la caza alcance.
Cuando más alto subía
deslumbróseme la vista,
y la más fuerte conquista
en oscuro se hacía;
mas, por ser de amor el lance,
di un ciego y oscuro salto,
y fui tan alto tan alto
que le di a la caza alcance.
Cuando más alto llegaba
de este lance tan subido,
tanto más bajo y rendido
y abatido me hallaba;
dije: No habrá quien alcance;
y abatíme tanto, tanto,
que fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.
Por una extraña manera
mil vuelos pasé de un vuelo,
porque esperanza del cielo
tanto alcanza cuanto espera;
esperé sólo este lance,
y en esperar no fui falto,
pues fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.
San Juan de la Cruz
domingo, 19 de julio de 2020
San Juan de la Cruz / Coplas del,alma que pena por ver a Dios
Vivo sin vivir en mi,
y de tal manera espero,
que muero porque no muero.
En mí yo no vivo ya,
y sin Dios vivir no puedo;
pues sin él y sin mí quedo,
este vivir, ¿qué será?
Mil muertes se me hará,
pues mi misma vida espero,
muriendo porque no muero.
Esta vida que yo vivo
es privación de vivir;
y así, es continuo morir
hasta que viva contigo;
oye, mi Dios, lo que digo
que esta vida no la quiero;
que muero porque no muero.
Estando absente de ti,
¿Qué vida puedo tener,
sino muerte padescer,
la mayor nunca vi?
Lastima tengo de mí,
pues de suerte persevero,
que muero porque no muero.
El pez que del agua sale,
aun de alivio no caresce,
que en la muerte que padesce,
al fin la muerte le vale;
¿qué muerte habrá que se iguale
a mi vivir lastimero,
pues sin más vivo más muero?
Cuando me pienso aliviar
de verte en el Sacramento,
háceme más sentimiento
el no te poder gozar;
todo es para más penar,
por no verte como quiero,
y muero porque no muero.
Y si me gozo, Señor,
con esperanza de verte,
en ver que puedo perderte
se me dobla mi dolor:
viviendo en tanto pavor,
y esperando como espero,
muérome porque no muero.
Sácame de aquesta muerte,
mi Dios y dame la vida;
no me tengas impedida
en este lazo tan fuerte;
mira que peno por verte,
y mi mal es tan entero,
que muero porque no muero.
Lloraré mi muerte ya
y lamentaré mi vida,
en tanto que detenida
por mis pecados está.
¡Oh, mi Dios!, ¿cuándo será
cuando yo diga de vero:
vivo ya porque no muero?
San Juan de la Cruz
San Juan de la Cruz / Llama de amor viva
¡Oh, llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres,
rompe la tela deste dulce encuentro.
¡Oh, cautiverio suave!
¡Oh, regalada llaga!
¡Oh, mano blanca ¡Oh, toque delicado,
que a vida eterna sabe,
y toda deuda paga!
Matando muerte en vida la has trocado.
¡Oh, lámparas de fuego
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su Querido!
¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras,
y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno
cuán delicadamente me enamoras!
Santa Teresa de Jesús / Vuestra soy, para Vos nací
Vuestra soy, para Vos nací:
¿qué mandáis hacer de mí?
Soberana Majestad,
eterna sabiduría,
bondad buena al alma mía;
Dios alteza, un ser, bondad,
la gran vileza mirad
que hoy os canta amor así:
¿qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, pues me criastes,
vuestra, pues me redimistes,
vuestra, pues que me sufristes,
vuestra, pues que me llamastes,
vuestra, porque me esperastes,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?
¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
Amor dulce, veisme aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí,
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme muerte, dadme vida,
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis, dadme oración;
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
solo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme, pues, sabiduría,
o, por amor, ignorancia;
dadme años de abundancia,
o de hambre y carestía;
dad tiniebla o claro día,
revolvedme aquí y allí,
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis que esté holgando,
quiero por amor holgar.
Si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando.
Decid, ¿dónde, cómo y cuándo?
Decid, dulce Amor, decid:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme Calvario o Tabor,
desierto o tierra abundosa;
sea Job en el dolor,
o Juan que al pecho reposa;
sea viña fructuosa,
o estéril, si cumple así:
¿qué mandáis hacer de mí?
Sea José puesto en cadenas,
o de Egipto adelantado,
o David sufriendo penas,
o ya David encumbrado;
sea Jonás anegado,
o libertado de allí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Esté callando o hablando,
haga fruto o no le haga,
muéstreme la ley mi llaga,
goce de Evangelio blando;
esté penando o gozando,
solo Vos en mí vivid:
¿qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, para Vos nací:
¿qué mandáis hacer de mí?
Santa Teresa de Jesús
Santa Teresa de Jesús / Vivo sin vivir en mí
Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puso en él este letrero:
que muero porque no muero.
Esta divina prisión,
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Solo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga;
quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.
Solo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo el vivir
me asegura mi esperanza;
muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.
Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que solo me resta
para ganarte perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero,
que muero porque no muero.
Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva;
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.
Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios que vive en mí,
si no es el perderte a ti,
para merecer ganarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.
Santa Teresa de Jesús
Santa Teresa de Jesús / Coloqio amoroso
—Si el amor que me tenéis,
Dios mío, es como el que os tengo,
decidme: ¿en qué me detengo?
O Vos, ¿en qué os detenéis?
—Alma, ¿qué quieres de mí?
—Dios mío, no más que verte.
—Y ¿qué temes más de ti?
—Lo que más temo es perderte.
—Un alma en Dios escondida
¿qué tiene que desear
sino amar y más amar,
y en amor toda encendida
tornarle de nuevo a amar?
—Un amor que ocupe os pido,
Dios mío, mi alma os tenga,
para hacer un dulce nido
adonde más la convenga.
Santa Teresa de Jesús
sábado, 18 de julio de 2020
Teilhard de Chardin / La misa sobre el mundo
Esta oración se la inspiró a Teilhard la imposibilidad de celebrar la eucaristía al encontrarse en pleno desierto de Ordos, durante una expedición científica. Probablemente fuera el día de la Transfiguración, fiesta por la que sentía una predilección especial.
EL OFERTORIO
No tengo ni pan, ni vino, ni altar. Otra vez, Señor. Ya no en los bosques del Aisne, sino en la estepas de Asia. Por cual trascenderé los símbolos para sumergirme en la pura majestad de lo Real, y yo, tu sacerdote, te ofreceré el trabajo y la aflicción del mundo sobre el altar de la Tierra entera.
A lo lejos el sol ha terminado de iluminar las fronteras del primer Oriente. Una vez más, bajo el manto ondulante de sus fuegos, la superficie de la tierra se despierta, se estremece, y reanuda su mágico trabajo. Colocaré sobre mi patena, oh mi Dios, la cosecha anhelada de este nuevo esfuerzo. Derramaré en mi cáliz el zumo de todos frutos que hoy habrán madurado.
Mi cáliz y mi patena son las profundidades de un alma pródigamente abierta a todas las fuerzas que, dentro de un instante, se elevarán de todos los puntos del Globo para derramarse hacia el Espíritu. Que vengan pues hacia mí el recuerdo y la mística presencia de aquellos que la luz despierta para una nueva jornada.
Uno a uno, Señor, veo y amo a todos lo que me has regalado como sostén y como encanto natural de mi existencia. Uno a uno, también, los considero miembros de una familia nueva y muy querida. A mi alrededor se han ido juntando paulatinamente, a partir de los elementos más disparatados, las parentescos del corazón, de la investigación científica y del pensamiento. De modo más impreciso, evoco, sin excepción, a todos los que conforman la hueste anónima, la masa innumerable de los vivientes : los que me rodean y me sustentan, sin que los conozca ; los que vienen y los que se van ; especialmente los que en la verdad o en el error, en su escritorio, en su laboratorio o en su fábrica, creen en el progreso de las Cosas, y buscarán hoy apasionadamente la luz.
Quiero que en este momento todo mi ser repique al son del murmullo profundo de esta multitud de contornos confusos o definidos cuya inmensidad espanta, estremecido al eco de este Océano humano, cuyas oscilaciones parsimoniosas y monótonas trastornan el corazón de muchos creyentes. Señor, me esfuerzo en fusionar todo lo que a lo largo de esta jornada va a progresar en el Mundo, todo lo que va a disminuir, y también todo lo que va a morir, a fin de convertirlo en la materia de mi sacrificio, el único que te es agradable.
Antiguamente llevaban a tu templo las primicias de las cosechas o lo mejor de los rebaños. El crecimiento del Mundo conducido por el devenir universal es la ofrenda que ciertamente tu esperas, de la cual tienes una misteriosa necesidad para calmar tu hambre cotidiana, para apagar tu sed.
Recibe, Señor, esta Hostia total que la Creación, muda por tu atractivo, te presenta en el alba recién estrenada. Sé bien que este pan, nuestro esfuerzo, por si mismo no es más que una inmensa desagregación. Desgraciadamente este vino, nuestro dolor, es apenas una bebida disolvente. Pero tu has colocado en el fondo de esta masa informe, estoy seguro, y así lo siento, un irresistible y santificante deseo que nos hace gritar a todos, desde el impío hasta el fiel : ¡Señor, haznos uno !
A falta del celo espiritual y de la sublime pureza de tus santos, me has dado, Dios mío, una simpatía irresistible por todo lo que se mueve en la materia oscura. Me reconozco al punto como un hijo de la tierra más que como un vástago del cielo, y por eso me elevaré esta mañana, en el pensamiento, sobre los altos espacios, cargados de la esperanzas y de las miserias de mi madre; y allí, con la fortaleza de un sacerdocio que solamente tú, estoy seguro, me has regalado, invocaré el fuego sobre todo lo que en carne humana se apresta a nacer o a morir bajo el sol que asciende.
EL FUEGO MÁS ALLÁ DEL MUNDO
El fuego, es el principio del ser. Hemos sido dominados por la ilusión pertinaz de que el fuego nace de las profundidades de la Tierra y que su lumbre se enciende progresivamente a lo largo del brillante andamiaje de la Vida. Señor, me has concedido la gracia de comprender que esta visión era falsa, y que para descubrirte tenía que invertirla. Al principio existía la potencia inteligente, amante y activa. Al principio estaba el Verbo soberanamente capaz de consolidar y dar consistencia a toda la materia que iría luego a nacer. Al principio no había frío y tinieblas, estaba el Fuego. He aquí la verdad.
Nuestra noche no engendra gradualmente la luz, sino que por el contrario es la luz preexistente la que, paciente e infaliblemente, destierra nuestras sombras. Nosotros, creaturas, somos, por nosotros mismos, la Sombra y el Vacío. Tu eres, Dios mío, el fondo mismo y la estabilidad del Medio eterno, sin duración ni espacio, en el cual, gradualmente, nuestro Universo emerge y culmina, perdiendo los límites por los cuales nos parece tan enorme. Todo es ser y no existe sino el ser está por doquier, más allá de la fragmentación de las creaturas, y de la oposición de sus átomos.
Espíritu ardiente, tú eres el Fuego fundamental y persona, Manantial real de una unión mil veces más hermosa y deseable que la fusión devastadora imaginada por todos los panteísmos. Dígnate descender una vez más, para darle un alma, sobre la impalpable película de la materia nueva, de la cual se va a hoy a arrebujar el mundo.
Lo se. No sabríamos dictar, ni siquiera anticipar, el menor de tus gestos. Tuyas son todas las iniciativas, comenzando por la de mi oración.
Verbo resplandeciente, Potencia ardiente, Tu que petrificas el Múltiple para insuflarle tu vida, impone, te lo ruego, sobre nosotros, tus manos santas, tus manos previsoras, tus manos omnipresentes. Manos que no están aquí o allá, como una mano humana, sino que se encuentran fundidas en la profundidad y la universalidad presente y pasada de las Cosas, manos que nos acarician simultáneamente en lo que tenemos de más vasto y de más interior, dentro y en derredor nuestro.
Prepara con tus manos invencibles la gran obra que imaginas y acepta, con suprema condescendencia, el esfuerzo terrestre que te presento en este momento, anudando la totalidad de las cosas en mi corazón. Tú que sabes porqué es imposible que la creatura nazca de otro modo, arregla, rectifica, refunda, desde sus orígenes, todo lo que ahora está siendo conducido en alas del diseño de una interminable evolución.
Pronuncia ahora sobre mí y por mi boca, la doble y eficaz palabra, sin la cual todo se estremece, todo se separa, en nuestra sabiduría y en nuestra experiencia. Palabras con las que todo se une y todo se consolida hasta perderse de vista en nuestras especulaciones y en nuestra práctica del Universo. Sobre toda vida que va hoy a germinar, crecer, florecer y madurar repite ”Este es mi cuerpo”. Y sobre toda muerte que se apresta a morder, herir, cortar, ordena (misterio de fe por excelencia) “Esto es mi sangre”.
EL FUEGO EN EL MUNDO
Ya está.
Una vez más el Fuego ha penetrado la Tierra.
No ha caído estrepitosamente, como un rayo sobre las montañas. ¿Acaso el Dueño tiene que forzar las puertas para entrar en su casa ?
Sin seísmos, sin truenos, aparece la llama que ha iluminado todas las cosas por dentro. Desde el corazón del menor de los átomos hasta la energía de las leyes más universales, ha invadido con total naturalidad, a cada individuo y en su conjunto, cada elemento, cada patrón, cada unión de nuestro Cosmos, tanto que podría creerse que éste se ha incendiado espontáneamente.
En cada nueva Humanidad que se hoy se engendra, el Verbo ha prolongado el acto sin fin de su nacimiento, y por la virtud de su inmersión en el seno del Mundo, las grandes aguas de la Materia, sin un escalofrío, han sido cargadas de vida. En apariencia nada se ha estremecido, bajo la inefable transformación. Sin embargo, misteriosa y realmente, al contacto con la palabra substancial, el Universo, inmensa Hostia, se ha hecho Carne. A partir de entonces toda materia se ha encarnado, Dios, mío, por tu encarnación.
El Universo : hace ya mucho tiempo que había reconocido en nuestros pensamientos y nuestras experiencias humanas las extrañas propiedades que hacen al Universo tan parecido a una carne...
Como la Carne, nos atrae el encanto que flota en el misterio de sus pliegues y la profundidad de sus ojos.
Como la Carne, se descompone y se disipa bajo el trabajo de nuestros análisis, de nuestras frustraciones y de su propia duración.
Como la Carne, no se le disfruta verdaderamente sino mediante el esfuerzo infinito por llegar siempre más allá de lo que no es concedido.
Señor, todos al nacer participamos de la herencia de dolor y esperanza que transmiten las generaciones y experimentamos la conjunción desconcertante de proximidad y de distancia. No hay nostalgia más desolada que la que hace llorar al hombre de irritación y de deseo en el regazo de la Presencia que flota impalpable y anónima, en todas las cosas y en su derredor, “¡Ay, si por acaso lo pudiera poseer !”.
Señor, por la Consagración del Mundo, el fulgor y el perfume flotando en el Universo asumen en este momento cuerpo y rostro en Tí. Lo que vislumbraba mi pensamiento titubeante, lo que reclamaba mi corazón por un deseo inverosímil, me lo has regalado con esplendidez. Las creaturas no son no sólo solidarias entre ellas de modo que ninguna pueda existir sin las que la rodean. Están todas consolidadas en un único centro real. En definitiva, una única Vida verdadera recibida en común les otorga su consistencia y su unidad.
Dios Mío, ¡destraba por la audacia de tu Revelación la timidez de un pensamiento pueril que no se atreve a concebir nada más dilatado, ni más viviente en el mundo, que la perfección miserable de nuestro organismo humano ! En el camino de una comprensión más osada del Universo, los hijos del siglo aventajan habitualmente a los maestros de Israel. Señor Jesús (en quien todas las cosas encuentran su consistencia), revélate por fin a quienes te aman, como el Alma superior y el Solar físico de la Creación. ¿Él está en tu vida, no lo ves ? Si yo no pudiera creer que tu presencia real anima, aligera, caldea la menor de las energías que me penetran o me tocan, ¿acaso no moriría yo de frío, aterido en los resquicios de mi ser ?
¡Gracias, Dios mío, por haber conducido mi mirada, de mil maneras, hasta hacerme descubrir la inmensa simplicidad de las Cosas! Gradualmente las aspiraciones que haz depositado en mí cuando era todavía un niño han ido creciendo irresistiblemente. Me has hecho pasar las órbitas progresivas gracias a la influencia de amigos excepcionales, que se encontraron en puntos claves de la ruta para esclarecer y fortificar mi espíritu. Al despertar de iniciaciones terribles y dulces he llegado a no poder nada ver ni respirar fuera del medio en el cual todo no es nada más que Uno.
Tu Vida acaba de sobrevenir con fuerza desbordante en el Sacramento del Mundo, y por eso gustaré, con una conciencia exasperada, la fuerte y calma embriaguez de una visión de la que no puedo agotar la coherencia y las armonías.
En presencia de y dentro del mundo asimilado por tu carne, devenido tu carne no experimento ni la absorción del monismo ávido de fundirse en la unidad de las cosas, ni la emoción del pagano prosternado a los pies de una divinidad tangible, ni el abandono pasivo del quietista acunado al antojo de las energías místicas.
Tomando de cada una de estas corrientes algo de su energía sin optar por ninguna, tu Presencia universal me dispone en una admirable síntesis en la cual se asocian, corrigiéndose, las tres pasiones más formidables que puedan jamás desencadenarse en un corazón humano.
Como el monista me sumerjo en la Unidad total, pero la Unidad que me recibe es tan perfecta que en ella descubro, perdiéndome, el último acabamiento de mi individualidad.
Como el pagano adoro un Dios tangible, llego a palpar a ese Dios en toda la superficie y en toda la profundidad del Mundo de la Materia a la que estoy ligado. Pero para atraparlo como yo quisiera (o simplemente para seguir tocándolo) tengo que desplazarme cada vez más lejos, a través y más allá de toda tentativa, sin poder jamás descansarme en nada, transportado incesantemente por las creaturas, dejándolas por el camino, en continua acogida y en constante abandono.
Como el quietista, me dejo acunar deliciosamente por la divina Fantasía. Sabiendo, sin embargo que la Voluntad divina no me será revelada en un abrir y cerrar de ojos, sino al llegar al extremo de mi esfuerzo. No tocaré a Dios en la materia, como Jacob, sino cuando haya sido vencido por él.
Me ha sido manifestado el Objeto definitivo, total, sobre el cual se ha despertado mi naturaleza. Las potencias de mi ser se ponen a vibrar espontáneamente siguiendo una Nota Única, increíblemente rica, donde no distingo, unidas sin esfuerzo, las tendencias más opuestas : la exaltación del obrar y la alegría del padecer; la voluptuosidad de poseer y la fiebre de desechar; el orgullo de crecer y el bienestar de desaparecer en alguien más grande que uno mismo.
Rico de la savia del Mundo, asciendo hacia el Espíritu que me sonríe después de cada conquista, vestido con el esplendor concreto del Universo. No sabría decir, perdido en el misterio de la Carne divina, cual es la más esplendorosa de la bienaventuranzas : haber encontrado el Verbo para dominar la Materia, o poseer la Materia para alcanzar y abismarse en la luz de Dios.
Señor, haz que tu habitación bajo las Especies universales se convierta verdaderamente en una Presencia real y no sea solamente querida y acariciada por mí como el fruto de una especulación filosófica. Querámoslo o no, por tu poder y por derecho propio, te has encarnado en el Mundo, y nosotros vivimos adheridos a tí. Pero es necesario, y cuánto, que tú estés próximo de cada uno de nosotros. Por una parte todos estamos siendo conducidos al regazo de un idéntico Mundo. Por otra cada individuo constituye su pequeño Universo en el cual la Encarnación se realiza independientemente, con intensidad de matices incomunicables. En nuestra plegaria en el altar pedimos, pues, que en la consagración el misterio se haga realidad para nosotros: “Para que sea para nosotros el Cuerpo y la Sangre... » Si creo firmemente que todo a mi alrededor es el Cuerpo y la sangre del Verbo, para mí ( y en cierto modo sólo para mí mismo), se produce la maravillosa “Diafanía”. Ella hace posible objetivamente que en la profundidad de todo acontecimiento y de todo elemento transparentemos el calor luminoso de un mismo Camino. La luz se apaga, todo se vuelve oscuro, todo se malogra apenas, desdichadamente, mi fe se debilita,.
En la jornada que comienza, Señor, acabas de descender. Por los mismos acontecimientos que se preparan a nacer ¡todos acogemos aquella infinita diversidad en la graduación de tu Presencia! Concretamente te harás presente un poco, mucho, progresivamente, o de ningún modo en idénticas circunstancias que me habrán de comprometer tanto a mí como a mis hermanos.
Para que hoy no me pueda dañar ningún veneno, para ninguna muerte me mate, para que ningún vino me aturda, para que en toda creatura te descubra y te sienta, Señor, haz que yo crea.
COMUNIÓN
El Fuego ha descendido en el corazón del Mundo para poseerme y absorberme. Desde luego que no es suficiente que lo contemple y que por una fe cultivada intensifique su lumbre a mi alrededor. Es necesario que después de haber cooperado, con todas mis fuerzas, a la Consagración que le hace irradiar, acepte también la Comunión que le dará, en mi persona, el alimento que vino a buscar.
Me prosterno, Dios mío, ante tu Presencia en el Universo inflamado, y, te deseo y te espero bajo los rasgos de todo lo que habré de encontrar, y de todos lo que habrá de suceder, y de todo lo que habré realizar en este día.
Es terrible haber nacido, es decir encontrarse irrevocablemente involucrado, sin haberlo querido, en un torrente de energía formidable que parece querer destruir todo lo que arrastra en su interior.
Dios mío, por una inversión de fuerzas que tú solo puedes hacer, quiero que el miedo que me asalta ante las incontables alteraciones que renovarán mi ser, se cambie en la alegría desbordante de ser transformado en Ti.
Extenderé sin vacilar la mano hacia el pan caliente que me presentas. En este pan, donde has condensado el germen de todo perfeccionamiento, reconozco el principio y el secreto del futuro que me reservas. Estoy seguro de que consumirlo implica abandonarme a las potencias que me desarraigarán dolorosamente de mí mismo para lanzarme al peligro, al trabajo, a la renovación constante de las ideas, al desapego austero en los afectos. Comerlo es aceptar en todo y sobre todo, un gusto y una afinidad que volverán desde ahora imposibles las alegrías en las que se solazaba mi vida. Señor Jesús, acepto ser poseído por Tí. Unido a tu Cuerpo seré conducido por su inefable potencia hacia las soledades donde no habría jamás osado subir solo. Instintivamente, como todo Hombre, me gustaría levantar aquí una tienda sobre una cima elegida. Como todos mis hermanos tengo miedo de un futuro sobradamente misterioso y demasiado nuevo hacia el cual me empuja el tiempo. Me pregunto, ansioso como ellos, donde me conduce la vida.... Pueda esta Comunión del pan, el Cristo revestido de las potencias que dilatan el Mundo, liberarme de mi timidez y de mi falta de desafíos ! Dios mío, me abandono a tu palabra en medio del torbellino de las luchas y de las energías donde se desarrollará mi capacidad para atrapar y saborear tu Santa Presencia. Aquel que ame apasionadamente a Jesús escondido en las fuerzas que hacen crecer la Tierra, a él la Tierra, maternalmente, lo alzará en sus brazos gigantes, y le hará contemplar el rostro de Dios.
Si tu Reino, Dios mío, fuese de este Mundo, para poseerte sería suficiente el que me confíe a esa potencia que mientras nos hacer sufrir y morir nos dilata manifiestamente tanto a nosotros como a lo que es más querido que nosotros mismos. El Término hacia el cual se mueve la Tierra está en el más allá, trascendiendo no sólo de cada individuo, sino el conjunto de las cosas. La misión del Mundo no consiste en engendrar en su intimidad una Realidad suprema, sino en perfeccionarse mediante la unión en un Ser preexistente. Por lo cual para llegar al centro refulgente del Universo, al Hombre no le es suficiente vivir de más en más para sí mismo, ni gastar su vida en una causa terrestre, por más grande que esta sea. El Mundo no puede alcanzar su meta, Señor, sino por una especie de inversión, de viraje, de excentricidad, en la que desaparezcan temporalmente tanto los conquistas de los individuos como la misma apariencia de toda recompensa humana. De ese modo mi ser será definitivamente incorporado al tuyo. Es necesario que muera en mí no solamente la mónada, sino el Mundo, es decir que yo pase por la fase desgarradora de una disminución que nada de tangible vendrá a resarcir. Es por eso que tú me ofreces este Cáliz que recoge la amargura de todas las separaciones, de todas las limitaciones, de todos los fracasos estériles.
“BEBED TODOS DE ÉL”
Cómo podría apartar de mí, Señor, este cáliz, una vez que me has hecho gustar el pan, y que se ha deslizado en la médula de mi ser la inextinguible pasión por aferrarte, más allá de la vida, a través de la muerte. La Consagración del Mundo se interrumpiría inmediatamente si en tus escogidos, los futuros creyentes, tu no vigorizaras las fuerzas que inmolan junto a las que vivifican.
Mi Comunión sería incompleta (simplemente no sería cristiana) si, con los progresos que me aporta esta nueva jornada, no recibiera en mi nombre y en nombre del Mundo, como la participación más directa a tí mismo, el trabajo, sordo o manifiesto, de desgaste, de vejez y de muerte que mina incesantemente el Universo, para su salvación o para su condenación. Me abandono perdidamente, oh mi Dios, a las acciones impresionantes de disolución por las cuales hoy tu divina Presencia reemplazará, quiero creerlo ciegamente, mi estrecha personalidad. Aquel que habrá amado apasionadamente a Jesús escondido en las fuerzas que hacen madurar la Tierra, a él la Tierra extenuada lo apretará en sus brazos gigantes y, junto a ella, se despertará en el seno de Dios.
ORACIÓN
Jesús, escondido bajo las potencias del mundo te has convertido verdaderamente y físicamente en todo para mí, todo alrededor de mí, todo en mí. Quiero ahora consumir en una misma aspiración la embriaguez de lo que ya poseo y la sed de lo que aún carezco. Yo, tu servidor, te repetiré las palabras inflamadas por las que será reconocido de modo siempre más patente, creo en ello ineluctablemente, el Cristianismo del mañana.
Señor, guárdame en lo más profundo de las entrañas de tu corazón. Y cuando me hayas poseído, quémame, purifícame, inflámame, sublímame, hasta la satisfacción perfecta de tu querer, hasta la más completa aniquilación de mí mismo.
“Tu autem, Domine mi, include me in imis visceribus Cordis tui. Atque ibi me detine, excoque, expurga, accende, ignifac, sublima, ad purissimum Cordis tui gustum atque placitum, ad puram annihilationem meam.”
“Señor”. ¡Oh, al fin ! ¡Mediante la celebración del doble misterio de la Consagración y de la Comunión universales he descubierto a alguien a quien pueda designar, a corazón pleno, con el nombre de Señor ! Mi amor ha sido tímido y tedioso mientras solamente me he atrevido a ver en tí, Jesús, al hombre de hace dos mil años, el Moralista sublime, el Amigo, el hermano. Amigos, hermanos, sabios, ¿qué es lo más grande que tenemos, lo más exquisito y más cercano a nuestro alrededor? ¿Acaso el Hombre puede entregarse plenamente a una naturaleza meramente humana? Desde siempre el Mundo por encima de todo Elemento del Mundo había conquistado mi corazón, y jamás ante ninguna otra persona, hubiera orado con sinceridad. Hace mucho tiempo, inclusive creyendo, me equivocaba no sabiendo lo que amaba. Hoy por la manifestación de los poderes sobrehumanos que te ha conferido la Resurrección, te haces transparente para mí, Maestro, a través de todas las Potencias de la Tierra, ahora, te reconozco como mi Soberano y me entrego deliciosamente a Tí.
Oh Dios mío, ¡qué extrañas son los caminos de tu Espíritu ! Cuando hace dos siglos se ha dejado sentir en tu Iglesia el encanto nuevo de tu Corazón, parecía que las almas eran seducidas al descubrir en Tu Humanidad abstracta un elemento más determinado, más concreto. Pero ¡ahora estamos ante una repentino giro semántico ! Es evidente que por la “revelación” de tu Corazón has querido, Jesús, dotar a nuestro amor el medio de escapar a lo que había de excesivamente estrecho, demasiado preciso, de muy limitado, en la imagen que tí nos hacíamos. En el medio de tu pecho solamente contemplo un horno, y cuanto más me detengo en este horno ardiente más me parece que todo a su alrededor, los contornos de tu Cuerpo, se diluyen, que se agrandan más allá de toda medida hasta que no distingo más en tí otros rasgos que la figura de un Mundo llameante.
Cristo glorioso, influencia secretamente difusa en el seno de la Materia y Centro enceguecedor al que entrelazan las fibras innumerables de lo Múltiple. Potencia implacable como el Mundo y cálida como la Vida. Tú, cuya frente es de nieve, los ojos de fuego, los pies más chisporroteantes que el oro en fusión ; tú cuyas manos aprisionan estrellas ; tú que eres el primero y el último, el viviente, el muerto y el resucitado; Tu que aglutinas en tu unidad exuberante todos los encantos y todos los placeres, todas las fuerzas y todos los estados ; eres Tú a quien mi ser llamaba con un deseo tan inmenso como el universo : Tú eres verdaderamente mi Señor y mi Dios.
APRISIÓNAME EN TI, SEÑOR
¡Ah!, creo (creo inclusive que esta fe ha resultado ser uno de los fundamentos de mi vida íntima), que las tinieblas absolutamente exteriores a Ti serían pura nada. Nada puede subsistir fuera de tu Carne, al punto de que aquellos mismo que ha sido excluidos de tu amor se benefician aún, para su desgracia, del soporte de tu presencia. Todos estamos irremediablemente en Tí, ¡Medio universal de consistencia y de vida ! No somos cosas totalmente acabadas, pasibles de ser concebidas indiferentemente como próximas o alejadas de Tí, porque en nosotros el sujeto de la unión crece juntamente con la misma unión que nos entrega progresivamente a Tí. Señor, en nombre de aquello que hay de más esencial en mi ser, escucha el deseo de esta cosa que me atrevo a llamar mi alma, por más que cada día más, comprenda cuánto es más grande que yo y para calmar mi sed de existir, a través las zonas sucesivas de tu Substancia profunda, hasta los pliegues más íntimos del Centro de tu Corazón, atráeme. !
Mas te encuentro profundo, Maestro, en la medida de que tu influencia se manifiesta universal, más contemplo como en cada instante me abismo en Tí. Todas las cosas conservan a mi alrededor su sabor y sus contornos, pero, a pesar de todo, las veía, por el alma secreta, absorbidas en un Elemento único, infinitamente próximo, e infinitamente distante. Si estuviera aprisionado en la intimidad envidiosa de un santuario divino, me sentiría sin embargo vagar libremente a través del cielo de todas las creaturas. En ese momento sabría que me aproximo al lugar central donde confluye el corazón del Mundo en la irradiación descendente del Corazón de Dios.
En este punto de inclusión universal actúa sobre mí, Señor, por medio del fuego conjunto de todas las acciones interiores y exteriores que, si estuviera más lejos de Ti, serían neutras, equívocas y hostiles. Animadas por una Energía “que puede someter todo a sí mismo”, se convierten en las profundidades síquicas de tu Corazón, en ángeles de operación victoriosa. Por una combinación maravillosa, con tu atractivo, con el encanto de las creaturas y su insuficiencia, con su dulzura y su malicia, su debilidad desencantadora, exalta progresivamente y desengaña mi corazón, enséñale la verdadera pureza, la que no es una separación anémica de las cosas, sino un impulso a través todas las bellezas; revélale la verdadera caridad, la que no es ya el miedo estéril de hacer el mal, sino la voluntad vigorosa de forzar, todos juntos, las puertas de la vida ; concédele, en fin, concédele sobre todo, por una visión prominente de tu omnipresencia, la pasión dichosa de descubrir, de hacer y de padecer, siempre un poco más, el Mundo, a fin de penetrar siempre más en ti.
Toda mi alegría y mi éxito, toda mi razón de ser y mis gusto de vivir, Dios mío, están suspendidos a esta visión fundamental de tu conjunción con el Universo. ¡Que otros anuncien, cumpliendo una función más alta, los esplendores del puro Espíritu ! Para mí, dominado por una vocación que se aferra hasta últimas fibras de mi naturaleza, no quiera ni puedo proclamar otra cosa que las innumerables prolongaciones tu Ser encarnado a través de la materia ; no sabría jamás predicar sino el misterio de tu Carne, oh alma que te transparentas en todo lo que nos rodea !
A tu Cuerpo en toda su extensión, es decir al Mundo que, por tu poder y por mi fe, ha resultado ser el crisol magnífico y viviente donde todo desaparece para renacer, por todos los recursos que me ha hecho brotar en mí tu atracción creadora, por mi ciencia excesivamente débil, por mis lazos religiosos, por mi sacerdocio (al cual sobre todo me aferro), por el fondo de mi convicción humana, a este Cuerpo me consagro para vivir y morir en él, Jesús.
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