Veloz como un espíritu se apresura a su tarea
de gloria y de bondad, el sol saltó adelante
regocijándose en su esplendor, y cayó la máscara
de la oscuridad desde la tierra despierta --
Los altares sin humo de las montañas nevadas
flamean sobre nubes carmesí, y en el nacimiento
de la luz, la plegaria del océano se presentó,
para que las aves templaran su triste canción.
Todas las flores en el campo o el bosque que no cerraron
sus temblorosos párpados para el beso del día,
oscilando sus incensarios en el elemento,
con incienso de Oriente iluminados por el rayo nuevo
lentamente quemado y inconsumible, que envía
sus suspiros olorosos hasta el aire sonriente;
Y, en debida sucesión, por continente,
isla, océano y todas las cosas que en ellos usan
la forma y el carácter del molde mortal,
ascendiendo como el sol, su padre se levantó, para llevar
su porción de la fatiga, que él tomó del viejo
como si fuera suya y luego le impusieron.
Pero yo, a quien incalculables pensamientos habían
mantenido despierto como a las estrellas que brillan
en el cono de la noche, ahora que ellas se quedaron dormidas
estiré mis piernas débiles por debajo de la raíz
de un viejo castaño que atravesaba la cuesta
de un verde Apenino: delante de mi huyó
la noche; detrás de mí se levantó el día; lo profundo
estaba a mis pies y el cielo por encima de mi cabeza.
Entonces un extraño trance en mi fantasía surgió,
que no era un sueño, la sombra se desvaneció
fue tan transparente, que la escena se me clarificó
como cuando un velo de luz se dibuja
en las colinas, con tenue luz, al atardecer; y yo sabía
que había sentido la frescura de ese amanecer
bañar con el mismo frío rocío mis cejas y cabello,
Y así sintiéndome recostado sobre el césped,
bajo mi propia rama, oyendo como
los pájaros, las fuentes y el océano mantenían una
dulce charla que sonaba a música a través del aire enamorado,
una visión sobre mi destino se implementó
...
En ese trance de pensamiento maravilloso,
este fue el tenor de mi estado de vigilia:
Creí encontrarme junto a un camino público
cubierto de espeso polvo de verano y gran caudal
de gentes que corrían de un lado para otro
como un sinfín de mosquitos en el fulgor del ocaso,
y aunque todos se afanaban, nadie parecía saber
adonde iba, ni de dónde venía, ni por qué
formaba parte de la muchedumbre, y así
era arrastrado por el tumulto, como por el cielo
una entre un millón de hojas del ataúd del verano.
Vejez y juventud, madurez e infancia,
aparecían mezcladas en un torrente poderoso;
algunos escapaban de aquello que temían, y algunos
buscaban el objeto del temor de otro,
y otros como quien marcha hacia la tumba,
miraban los pisoteados gusanos que se arrastraban abajo,
y otros más andaban doloridos en la penumbra
de su propia sombra, a la cual llamaban muerte...
Y otros huían de ella como si fuera un fantasma,
desmayando casi en la aflicción de un vano aliento.
Pero muchos más con ademanes contagiados
perseguían o evitaban las sombras que las nubes
o las pájaros perdidos en el aire del mediodía
arrojaban en aquel camino donde no crecían flores;
y fatigados de ajetreo vano y una débil sed,
en vez de oír las fuentes de cuyas células musgosas
brota eternamente un rocío melodioso
u oír a la brisa que viene de los bosques
hablar de sendas de hierba y claros que se alternan
con entrelazados olmos y cavernas frías
y márgenes violetas donde rumian dulces sueños,
iban detrás, como de antiguo, de su seria locura...
Y mientras miraba, me pareció que en el camino
el tropel se encrespaba, como los bosques en junio
cuando el viento del sur agita el día extinto;
y un frío resplandor, más intenso que el mediodía,
pero helado, oscureció de luz
el sol y las estrellas. Como la luna nueva,
cuando en las lindes soleadas de la noche
pone a temblar su blanca concha en el aire carmesí
y, mientras la tempestad dormida junta fuerzas,
transporta, como heraldo de su arribo,
el fantasma de su madre muerta, cuya tenue forma
se inclina hacia el oscuro éter desde la silla de su hija,
así vino un carruaje en la tormenta silenciosa
de su propio brillo arrasador, y así una Forma
iba sentada en él como quien, deformado por los años,
bajo una lúgubre capucha y una doble capa
se agacha a la sombra de una tumba, y sobre
lo que parecía la cabeza, se cernía, cual crespón,
una nube, y con pardo, débil y etéreo resplandor
amortiguaba la luz; en el rayo del carruaje
una Sombra con los rostros de Jano asumía
la conducción del prodigioso carro alado.
Las Figuras que lo arrastraban entre densos relámpagos
se perdieron: en el suave fluir del aire sólo se oía ya
la música de las alas incesantes.
Las cuatro caras del auriga
tenían los ojos vendados... De poco sirve
que un carro sea veloz si lo guía la ceguera,
ni vale entonces que los rayos eclipsen el sol
o que los vendados ojos puedan penetrar la esfera
de todo lo que es, ha sido o será hecho.
Pero, por mal que el carruaje fuera conducido,
pasó majestuosamente con solemne rapidez...
La multitud cedió y me levanté espantado,
o parecía elevarme, tan poderoso era el trance,
y ví, como las nubes en la explosión del trueno,
a millones entonar una feroz canción y danzar locos
y furiosos alrededor — tal parecía el Jubileo
que saluda el avance de algún conquistador
sobre la Roma Imperial, despreciando lo que era su vida,
el Senado, el foro, el teatro,
no presintiendo que a la libertad le
habían atado un yugo, que prontamente aceptarían llevar.