domingo, 19 de septiembre de 2021

Orlando Mondragón / El día que mi padre dejó de caminar


El día que mi padre dejó de caminar

gritó mi nombre.

Solté lo que traía en las manos,

me acerqué corriendo.

Mi padre yacía con el cuerpo tendido,

incapaz de levantarse, secuestrado por el suelo.

Lo levanté,

                       me sorprendió lo ligero que era,

no me había percatado hasta entonces

cuánto había adelgazado.

Lo llevé hasta su cama en brazos.

Era tan pequeño, mi padre,

así, cerca de mi pecho,

tan frágil.

Fue como si hubiéramos volteado al tiempo

intercambiando papeles,

como cuando en los espejos

la mano izquierda se vuelve derecha.

Cuando lo dejé en la cama se sacudió un poco

y se enfrió mi sangre de golpe.

Yo pensaba que era una convulsión,

pero sólo estaba llorando.

Mi padre estaba llorando.

Creo que nunca antes lo había visto        

                                                 llorar.



Orlando Mondragón 



Orlando Mondragón / Llegar con el labio partido


Llegar con el labio partido

puede significar que tus compañeros

te hagan su presa con los ojos.

Puede significar también que tu padre

ha descubierto lo que dicen de ti en la escuela

y te ha dado una paliza

para que aprendas a defenderte.

Pero ¿cómo se defiende uno de las palabras?

¿Dónde se aprende a darles la vuelta,

                                             a desoírlas

para que no te despierten en la noche

ladrando los mismos insultos?

¿Dónde se esconde uno de ellas?

Si te descubren hasta en las paredes de los baños,

en las butacas del salón,

saben pegar tu nombre a un dibujo de penes,

a un dibujo de culos penetrados.

Si te persiguen

como un enjambre de abejas alborotadas,

correteándote por todo el camino

y se meten hasta tu cuarto

y se oyen por encima de la televisión,

por encima de la voz de mamá

preguntando cómo te fue en colegio,

y zumban,

                  zumban,

                                     zumban.

Uno termina por creerles,

por voltear a ver cuando alguien grita:          ¡joto!

en la calle.

Cuando ya es inútil disimular

ante la mirada incrédula de tu padre

porque lo ha visto todo.




Orlando Mondragón 



Orlando Mondragón / Recuerdo la primera vez

 


Recuerdo la primera vez

que mi padre se orinó en la cama:

un aroma de hierbas y vinagre

se agazapaba en el cuarto.

No quería que lo bañara.           No podía.

No había forma.

¿Cómo dejarse desnudar por su hijo maricón?

Su hijo

que deseaba los cuerpos de los muchachos

en las canchas de futbol y las piscinas,

que sentía placer adivinando la apretada hinchazón

de las braguetas.

¿Cómo dejarlo acercarse a él sin sentir todos los cuerpos

de los hombres tocados con lujuria,

todas sus manos?

¿Cómo taparle los ojos al acoso y al temor?

Lo dejé solo,

sentado en la tina del baño.

Cuando regresé me sorprendió verlo sin ropa:

se había desnudado.

La piel formaba pliegues como en una cortina,

como si ese traje,

                              el traje de huesos que era mi padre,

le quedara enorme.

Sólo sus costillas apretaban

la piel desde adentro, sólo sus clavículas

parecían romper su viejo cascarón.

Su pubis decolorado

                                       y triste.

Ahí estaba el tallo oscuro de su glande,

un molusco

                        brotando de su pelvis.

Su cuerpo, el cuerpo de mi padre,

era el de un hombre que se estaba muriendo.



De Epicedio al padre (Elefanta Editorial, 2017) 


Orlando Mondragón 



Orlando Mondragón / Desearía regalarle a mi padre

 


Desearía regalarle a mi padre

un hijo que no esté roto.

Un hijo

               sin defectos de fábrica,

con piezas de repuesto para sus enojos,

hábil con los balones o las distancias.

Un hijo que pueda presentarles

una muchacha hermosa en la cena,

sin esta cruz de soledades en la espalda.

Un hijo pared

en el que pueda apoyarse sin miedo.

Un hijo bonsái

que crezca bajo su sombra.

Un hijo gato que no pierda el camino a casa.

Un hijo con todos los ladrillos que planeaste,        papá.

No este hijo de papel,

                                     no este hijo de vidrio

que se corta con sus propios bordes.


 

De Epicedio al padre (Elefanta editorial, 2017)



Orlando Mondragón
 


sábado, 18 de septiembre de 2021

José María Arguedas / Hombres de paso

No quieras hija mía a hombres de paso,

a esos viajeros que llegan de pueblos extraños.

Cuando tu corazón esté lleno de ternura,

cuando en tu pecho haya crecido el amor,

esos hombres extraños darán media vuelta y te dejarán.

Mas bien ama al árbol del camino,

a la piedra que estira su sombra sobre la tierra.

Cuando el sol arda sobre tu cabeza,

cuando la lluvia bañe tu espalda,

el árbol te ha de dar su sombra dulce,

la piedra un lugar seco para tu cuerpo.

 

(Traducido por J. M. Arguedas, 1934)



José María Arguedas

lunes, 2 de agosto de 2021

Jorge Luis Borges / Beppo


 

El gato blanco y célibe se mira

en la lúcida luna del espejo

y no puede saber que esa blancura

y esos ojos de oro que no ha visto

nunca en la casa, son su propia imagen.

¿Quién le dirá que el otro que lo observa

es apenas un sueño del espejo?

Me digo que esos gatos armoniosos,

el de cristal y el de caliente sangre,

son simulacros que concede al tiempo

un arquetipo eterno. Así lo afirma,

sombra también, Plotino en las Ennéadas.

¿De qué Adán anterior al paraíso,

de qué divinidad indescifrable

somos los hombres un espejo roto?




sábado, 19 de junio de 2021

Enrique Lihn / Celeste hija de la tierra

 


No es lo mismo estar solo que estar solo

en una habitación de la que acabas de salir
como el tiempo: pausada, fugaz, continuamente
en busca de mi ausencia, porque entonces
empiezo a comprender que soy un muerto
y es la palabra, espejo del silencio
y la noche, el fruto del día, su adorable secreto revelado por fin.

Tendría que empezar a ser de nuevo
para aceptar el mundo como si no fuese
solamente lo único que conservo de ti,
tendría que olvidarme
como se olvida lo más negro de un sueño,
soplar en mi conciencia hasta apagar mi imagen,
cerrar los ojos frente a los espejos,
deshacerme y hacerme, soñar siempre con otro,
morirme de mí mismo
para no recordarte a cada instante
como el ciego recuerda la luz y el condenado a muerte
la vida, toda ella, en un abrir y cerrar de ojos,
porque estás más adentro de mí que yo mismo
o existo porque existes
o yo no sé quién soy desde que sé quien eres.

No es lo mismo estar solo que estar sin ti, conmigo
con lo que permanece de mí si tú me dejas:
alguien, no, quizás algo: el aspecto de un hombre, su retrato
que el viento de otro mundo dispersa en el espacio
lleno de tu fantasma desgarrador y dulce.

Monstruo mío, amor mío,
dondequiera que estés, con quienquiera que yazgas
abre por un instante los ojos en mi nombre
e, iluminada por tu despertar,
dime, como si yo fuese la noche,
qué debo hacer para volver a odiarte,
para no amar el odio que te tengo.

Es inútil
buscar a tu enemigo en el infierno
suyo y de esta ciudad, allí donde la música agoniza
larga, ruidosamente en el silencio
y beber en su vaso para verte
con su mirada azul, roja de odio,
el vino que refleja su secreta agonía,
la que en su corazón en ruinas danza
a la luz de una luna tan desnuda como ella
con la misma afrentosa lascivia de la luna
que no se muestra al sol, pero acepta su fuego,
esa virgen tatuada
por los siete pecados capitales
no eres tú o eres otra;
alguien, quizá yo mismo, entonces toca
mi frente y me despierto como el fuego en la noche,
en toda mi pureza,
con tu nombre verídico en los labios.


Enrique Lihn


 

lunes, 31 de mayo de 2021

Adham Abu-Saif / Rabia

Se nos destina
al nacer
una cantidad finita de palabras


un espejo bruñido en roca.


Yo hubiera querido decir cientos de veces:
iPod
hip-hop
sexo oral en el centro comercial. 


Mi reflejo no sería
entonces
sombra entre arenas y casas prohibidas.


Otros que también viven aquí
gastan su arsenal
diminuto
en gritar imprecaciones, maldecir 
a la madre del soldado que es la madre puta 
de Dios que nos olvida. 


Guardo silencio en los olivares
por miedo a gastar mis palabras.
He sido un avaro para poder, una tarde cualquiera
en mitad del hambre o de las balas,
decir: auxilio o perdón;
Palestina sí existe, 

no llores 
padre
fue un gusto
ser tu hijo.
 Y la ausencia de imagen tornará 
en olvido la memoria.


Traducción Julio César Toledo



Campamento de refugiados de Gaza, 1998. Publicó Todo está en aquella zanja en 2016, en los cuadernos de difusión de la Universidad de Granada. Escribió La rabia niña antes de su desaparición en 2017. Hasta hoy no se conoce su paradero.


jueves, 27 de mayo de 2021

Rainer María Rilke / Elegías de Duino


Primera Elegía

 

¿Quién me escucharía 

entre las cohortes de ángeles, si grito?

Y aún cuando en su propio corazón, de súbito, 

me tomara alguno, me aniquilaría su ser más pujante.

Pues, de lo terrible lo bello no es más que ese grado 

que aún soportamos. Y si lo admiramos 

es porque en su calma desdeña destruirnos.

 Terrible es todo ángel. Por eso me callo 

y de mis oscuros sollozos el clamos ahogo.

¡Ay! ¿De quién podemos valernos? No de ángeles ni de hombres.

 

Ya los animales, sagaces, advierten 

que en el mundo dado no estamos tan cómodos 

como en nuestra casa. Nos queda quizá 

un árbol en una ladera; nos queda el camino de ayer 

y también el apego de un hábito 

al que le agradaba nuestra compañía; 

se quedó y está.

¡La noche! ¡Oh, la noche, cuando el viento henchido 

del espacio cósmico nos consume el rostro!...

¡Con quién la anhelada no se quedaría,

ella que tan suave, que tan dulcemente nos desilusiona! 

Para el alma a solas una nueva prueba...

¿Es quizás más leve para los amantes?

¡Pero ellos se ocultan entre sí la suerte!

¿No lo sabes? Lanza fuera de tus brazos 

hacia los espacios tu vacío, al aire donde respiramos; 

todo su tamaño las aves, quizá, 

lo sientan como un vuelo más hondo.

Sí, las primaveras te han necesitado.

Y entre las estrellas muchas te obligaban 

a que las sintieras.

Hacia ti, del tiempo pasado se acercaba una ola 

o cuando pasabas junto a una ventana 

un violín se daba. Todo era un mensaje.

Pero, ¿lo has captado? ¿No te distraías aún en la espera, 

como si las cosas todas el anuncio 

fuera de una amada? ¿Dónde has de guardarla 

cuando tus extraños grandes pensamientos 

entren a tu casa 

o salgan... y a veces se queden en la noche?

Si sientes nostalgia, canta a los amantes.

Todavía falta para que su célebre 

sentimiento alcance la inmortalidad.

Recuerda que el héroe se mantiene siempre; 

no fue su caída más que un subterfugio 

para ser: un nuevo, sumo nacimiento.

Cántalas a ésas, las abandonadas 

que por poco envidias y te parecieron 

tanto más amantes que las satisfechas.

¡Comienza de nuevo la loa jamás accesible!

¡Pero las amantes! A ellas, extenuada, las naturaleza 

las toma en su seno de nuevo, 

como si dos veces no tuviera fuerzas 

para producirlas. A Gaspara Stampa 

no la has recordado lo bastante para que cualquiera joven 

que perdió al amado, con el noble ejemplo 

de esta amante sienta: “Yo seré como ella”?

¿Estos más antiguos dolores al cabo 

no han de resultarnos más fecundos? ¿No es tiempo 

ya que nos libremos, nosotros que amamos, 

del objeto amado?

lo resistamos temblando, 

tal como la cuerda resiste la flecha, 

para, así, en el salto reunida la fuerza, 

ser más que ella misma.

No hay que detenerse.

 

¡Voces, voces, voces!

Corazón: escucha como antes tan sólo 

los santos lo hacían, tanto que el inmenso llamado

del suelo elevábalos; pero, inconmovibles, se estaban de hinojos 

y no lo seguían; tan sólo escuchaban.

No es, ni mucho menos, que la voz pudieras soportar de Dios.

Pero oye la brisa que sopla, el anuncio 

que, hecho de silencio, jamás se interrumpe.

Pues, ahora, de esos que murieron jóvenes 

te llega el murmullo. Dondequiera entraste 

¿no te habló en iglesias de Roma o de Nápoles 

con sereno acento su propio destino?

O quizás su augusto mensaje lo hallaste 

en una inscripción, 

como últimamente en la placa de Santa María Formosa.

¿Qué quieren de mí? Con dulzura debo 

quitar la apariencia de injusticia en ellos, 

que en algo al espíritu, 

a veces, el puro movimiento estorba.

 

Realmente es extraño no habitar la tierra, 

no ejercer empleos recién aprehendidos, 

no dar a las rosas 

ni a las otras cosas en sí promisorias 

el significado el destino humano; 

no ser más lo que uno antes era en las manos 

infinitamente medrosas y hasta el propio nombre 

dejar, como un roto juguete, de lado.

Raro los deseos no desear como antes; 

raro ver flotando tan libre en el aire 

lo que estaba unido.

Es el estar muerto tarea difícil, 

un recuperarse de lleno, para, paso a paso, 

sentir un asomo de la eternidad.

Todos los que viven cometen la falta 

de hacer diferencias demasiado netas.

Los ángeles mismos (se dice) a menudo 

no sabrían si andan por entre los vivos 

o los que ya han muerto. La corriente eterna 

sin cesar arrastra todas las edades 

por las dos esferas 

y en ambas impone silencio su voz.



 

Los arrebatados prematuramente 

no nos necesitan al fin. Poco a poco 

nos deshabituamos de lo terrenal, 

como de los senos de maternos se apartan los niños.

No obstante, nosotros, que necesitamos 

tan grandes misterios, para quienes nace tan frecuentemente 

del duelo un progreso dichoso...

sin ellos, ¿podríamos ser?

¿Es vana leyenda creer que en el luto 

por Linos, osada, la primera música

penetró la inánime materia reseca?

¿Qué en aquel espacio trémulo de espanto 

del cual para siempre, casi un dios, el joven 

se escapó de pronto, recién el vacío 

convirtióse en esa vibración sublime 

que hoy nos arrebata, consuela y ayuda?


Rainer María Rilke

Boris Pasternak / El viento

 


Yo he muerto, pero tú aún respiras.

Y el viento, con su queja desdichada,

desde las lejanías infinitas

hace temblar al bosque y a la dacha..

No sacude los pinos uno a uno

sino que los agita a todos juntos

como si fuesen cascos de veleros 

meciéndose en los muelles de algún puerto. 

Y no lo hace por simple atrevimiento

sino porque desea encontrar dentro

de la tristeza las palabras justas

que necesita tu canción de cuna.


 

Traducción de Francisco Segovia y Selma Ancira


Boris Pasternak y Olga Ivinskaya


Adonis* / No el libro

El libro

para poder leer lo oculto en una rosa

y pronunciar el verbo sin palabras

 

¿Hay en verdad un libro 

o lenguajes seduciendo nuestras entrañas?

Emigramos en ellos hacia ellos

En ellos buscamos refugio

para liberar nuestra cadencia

del encadenamiento de sus ritmos

Y a ellos volvemos

para repetirlos en lenguajes distintos

 

No el libro, sino los deseos insaciables 

de las profundidades del cuerpo

y el vacío que se abriga a su sombra

 

No el libro, sino la poesía infinita

No el libro, sino el viento que lee lo escrito por las arenas

y aquello que dirá la espuma

No el libro: las rutas que a él nos llevan

son ciudades bajo llave 

No el libro, escribe tú, revuelta

el cuerpo del canto 

y grita ¡ven a mí

mi amor, bóveda celeste!

 

No el libro, las palabras son velos

Cada vez que leo, me implico más con las cosas 

Acaso me verás ascender, como por primera vez 

los escalones del libro, transformar sus espejismos, 

y convulsionar el cielo que lo alberga,

el espacio cuya sombra lo cobija

 

No el libro,

sino Adán

Adán, al fin, no es sino una herida, 

y al domeñarse, la herida se avoca

hasta el cielo, tornándose imagen 

Se hubiera dicho entonces

que se humaniza su arcilla

 

No el libro, 

sino Adán

Adán no es sino una palabra

que comprende en su composición la sangre 

Al balbucear, resbaló la man zana de su mano

 

Desde entonces, el cuerpo de la poesía 

entrega sus miembros a la locura,

el vértigo se adueñó de sus días

No el libro,

sino Adán

 

Adán , cuyo comienzo es el agua,

¿en que barro grabaste el final?

Henos descifrando el verbo en la arcilla, 

Extrayendo su agua del barro

¿Saldremos alguna vez de esta oscuridad? 

Adán, en éstas las letras de tu nombre

está el dolor de los cuerpos, la voz del tiempo 

Me enredo en ellos, de su tañer fabrico un astro

me esbozo, así mi rostro es de palabras

 

Ese rostro es la eternidad.

 

París, 1993

 

 

( Traducciónde Fernando Cisneros)

 

* Ali Ahmad Sa'ld, egresado de la Universidad de Damasco en 1954, se radica poco más tarde en Beirut y a partir de 1985 en París y en Ginebra. Es una de las personalidades más sobresalientes de la cultura árabe contemporánea. A partir de su interés por las figuras míticas del Oriente Antiguo adoptó el pseudónimo de Adonis, con el que es conocido tanto por su poesía como por su abundante obra crítica. 




domingo, 23 de mayo de 2021

Percy Bysshe Shelley / El Triunfo de la Vida (fragmento: versos 1 al 116)


Veloz como un espíritu se apresura a su tarea 

de gloria y de bondad, el sol saltó adelante 

regocijándose en su esplendor, y cayó la máscara 

de la oscuridad desde la tierra despierta --

 

Los altares sin humo de las montañas nevadas 

flamean sobre nubes carmesí, y en el nacimiento 

de la luz, la plegaria del océano se presentó, 

para que las aves templaran su triste canción.

 

Todas las flores en el campo o el bosque que no cerraron 

sus temblorosos párpados para el beso del día, 

oscilando sus incensarios en el elemento, 

con incienso de Oriente iluminados por el rayo nuevo 

lentamente quemado y inconsumible, que envía 

sus suspiros olorosos hasta el aire sonriente;

 

Y, en debida sucesión, por continente, 

isla, océano y todas las cosas que en ellos usan 

la forma y el carácter del molde mortal, 

ascendiendo como el sol, su padre se levantó, para llevar 

su porción de la fatiga, que él tomó del viejo 

como si fuera suya y luego le impusieron.

 

Pero yo, a quien incalculables pensamientos habían 

mantenido despierto como a las estrellas que brillan 

en el cono de la noche, ahora que ellas se quedaron dormidas

estiré mis piernas débiles por debajo de la raíz 

de un viejo castaño que atravesaba la cuesta 

de un verde Apenino: delante de mi huyó 

la noche; detrás de mí se levantó el día; lo profundo 

estaba a mis pies y el cielo por encima de mi cabeza.

 

Entonces un extraño trance en mi fantasía surgió, 

que no era un sueño, la sombra se desvaneció 

fue tan transparente, que la escena se me clarificó 

como cuando un velo de luz se dibuja 

en las colinas, con tenue luz, al atardecer; y yo sabía 

que había sentido la frescura de ese amanecer 

bañar con el mismo frío rocío mis cejas y cabello,

 

Y así sintiéndome recostado sobre el césped,

bajo mi propia rama, oyendo como 

los pájaros, las fuentes y el océano mantenían una 

dulce charla que sonaba a música a través del aire enamorado,

una visión sobre mi destino se implementó

...

En ese trance de pensamiento maravilloso, 

este fue el tenor de mi estado de vigilia:

 

Creí encontrarme junto a un camino público

cubierto de espeso polvo de verano y gran caudal

de gentes que corrían de un lado para otro

como un sinfín de mosquitos en el fulgor del ocaso,

y aunque todos se afanaban, nadie parecía saber

adonde iba, ni de dónde venía, ni por qué

formaba parte de la muchedumbre, y así

era arrastrado por el tumulto, como por el cielo

una entre un millón de hojas del ataúd del verano.

 

Vejez y juventud, madurez e infancia,

aparecían mezcladas en un torrente poderoso;

algunos escapaban de aquello que temían, y algunos

buscaban el objeto del temor de otro,

y otros como quien marcha hacia la tumba,

miraban los pisoteados gusanos que se arrastraban abajo,

y otros más andaban doloridos en la penumbra

de su propia sombra, a la cual llamaban muerte...

Y otros huían de ella como si fuera un fantasma,

desmayando casi en la aflicción de un vano aliento.

 

Pero muchos más con ademanes contagiados

perseguían o evitaban las sombras que las nubes

o las pájaros perdidos en el aire del mediodía

arrojaban en aquel camino donde no crecían flores;

y fatigados de ajetreo vano y una débil sed,

en vez de oír las fuentes de cuyas células musgosas

brota eternamente un rocío melodioso

u oír a la brisa que viene de los bosques

hablar de sendas de hierba y claros que se alternan

con entrelazados olmos y cavernas frías

y márgenes violetas donde rumian dulces sueños,

iban detrás, como de antiguo, de su seria locura...

 

Y mientras miraba, me pareció que en el camino

el tropel se encrespaba, como los bosques en junio

cuando el viento del sur agita el día extinto;

y un frío resplandor, más intenso que el mediodía,

pero helado, oscureció de luz

el sol y las estrellas. Como la luna nueva,

cuando en las lindes soleadas de la noche

pone a temblar su blanca concha en el aire carmesí

y, mientras la tempestad dormida junta fuerzas,

transporta, como heraldo de su arribo,

el fantasma de su madre muerta, cuya tenue forma

se inclina hacia el oscuro éter desde la silla de su hija,

 

así vino un carruaje en la tormenta silenciosa

de su propio brillo arrasador, y así una Forma

iba sentada en él como quien, deformado por los años,

bajo una lúgubre capucha y una doble capa

se agacha a la sombra de una tumba, y sobre

lo que parecía la cabeza, se cernía, cual crespón,

una nube, y con pardo, débil y etéreo resplandor

amortiguaba la luz; en el rayo del carruaje

una Sombra con los rostros de Jano asumía

la conducción del prodigioso carro alado.

 

Las Figuras que lo arrastraban entre densos  relámpagos

se perdieron: en el suave fluir del aire sólo se oía ya

la música de las alas incesantes.

Las cuatro caras del auriga

tenían los ojos vendados... De poco sirve

que un carro sea veloz si lo guía la ceguera,

ni vale entonces que los rayos eclipsen el sol

o que los vendados ojos puedan penetrar la esfera

de todo lo que es, ha sido o será hecho.

Pero, por mal que el carruaje fuera conducido,

pasó majestuosamente con solemne rapidez...

 

La multitud cedió y me levanté espantado, 

o parecía elevarme, tan poderoso era el trance, 

y ví, como las nubes en la explosión del trueno, 

a millones entonar una feroz canción y danzar locos 

y furiosos alrededor — tal parecía el Jubileo 

que saluda el avance de algún conquistador 

sobre la Roma Imperial, despreciando lo que era su vida, 

el Senado, el foro, el teatro,

no presintiendo que a la libertad le

habían atado un yugo, que prontamente aceptarían llevar.