jueves, 27 de mayo de 2021

Rainer María Rilke / Elegías de Duino


Primera Elegía

 

¿Quién me escucharía 

entre las cohortes de ángeles, si grito?

Y aún cuando en su propio corazón, de súbito, 

me tomara alguno, me aniquilaría su ser más pujante.

Pues, de lo terrible lo bello no es más que ese grado 

que aún soportamos. Y si lo admiramos 

es porque en su calma desdeña destruirnos.

 Terrible es todo ángel. Por eso me callo 

y de mis oscuros sollozos el clamos ahogo.

¡Ay! ¿De quién podemos valernos? No de ángeles ni de hombres.

 

Ya los animales, sagaces, advierten 

que en el mundo dado no estamos tan cómodos 

como en nuestra casa. Nos queda quizá 

un árbol en una ladera; nos queda el camino de ayer 

y también el apego de un hábito 

al que le agradaba nuestra compañía; 

se quedó y está.

¡La noche! ¡Oh, la noche, cuando el viento henchido 

del espacio cósmico nos consume el rostro!...

¡Con quién la anhelada no se quedaría,

ella que tan suave, que tan dulcemente nos desilusiona! 

Para el alma a solas una nueva prueba...

¿Es quizás más leve para los amantes?

¡Pero ellos se ocultan entre sí la suerte!

¿No lo sabes? Lanza fuera de tus brazos 

hacia los espacios tu vacío, al aire donde respiramos; 

todo su tamaño las aves, quizá, 

lo sientan como un vuelo más hondo.

Sí, las primaveras te han necesitado.

Y entre las estrellas muchas te obligaban 

a que las sintieras.

Hacia ti, del tiempo pasado se acercaba una ola 

o cuando pasabas junto a una ventana 

un violín se daba. Todo era un mensaje.

Pero, ¿lo has captado? ¿No te distraías aún en la espera, 

como si las cosas todas el anuncio 

fuera de una amada? ¿Dónde has de guardarla 

cuando tus extraños grandes pensamientos 

entren a tu casa 

o salgan... y a veces se queden en la noche?

Si sientes nostalgia, canta a los amantes.

Todavía falta para que su célebre 

sentimiento alcance la inmortalidad.

Recuerda que el héroe se mantiene siempre; 

no fue su caída más que un subterfugio 

para ser: un nuevo, sumo nacimiento.

Cántalas a ésas, las abandonadas 

que por poco envidias y te parecieron 

tanto más amantes que las satisfechas.

¡Comienza de nuevo la loa jamás accesible!

¡Pero las amantes! A ellas, extenuada, las naturaleza 

las toma en su seno de nuevo, 

como si dos veces no tuviera fuerzas 

para producirlas. A Gaspara Stampa 

no la has recordado lo bastante para que cualquiera joven 

que perdió al amado, con el noble ejemplo 

de esta amante sienta: “Yo seré como ella”?

¿Estos más antiguos dolores al cabo 

no han de resultarnos más fecundos? ¿No es tiempo 

ya que nos libremos, nosotros que amamos, 

del objeto amado?

lo resistamos temblando, 

tal como la cuerda resiste la flecha, 

para, así, en el salto reunida la fuerza, 

ser más que ella misma.

No hay que detenerse.

 

¡Voces, voces, voces!

Corazón: escucha como antes tan sólo 

los santos lo hacían, tanto que el inmenso llamado

del suelo elevábalos; pero, inconmovibles, se estaban de hinojos 

y no lo seguían; tan sólo escuchaban.

No es, ni mucho menos, que la voz pudieras soportar de Dios.

Pero oye la brisa que sopla, el anuncio 

que, hecho de silencio, jamás se interrumpe.

Pues, ahora, de esos que murieron jóvenes 

te llega el murmullo. Dondequiera entraste 

¿no te habló en iglesias de Roma o de Nápoles 

con sereno acento su propio destino?

O quizás su augusto mensaje lo hallaste 

en una inscripción, 

como últimamente en la placa de Santa María Formosa.

¿Qué quieren de mí? Con dulzura debo 

quitar la apariencia de injusticia en ellos, 

que en algo al espíritu, 

a veces, el puro movimiento estorba.

 

Realmente es extraño no habitar la tierra, 

no ejercer empleos recién aprehendidos, 

no dar a las rosas 

ni a las otras cosas en sí promisorias 

el significado el destino humano; 

no ser más lo que uno antes era en las manos 

infinitamente medrosas y hasta el propio nombre 

dejar, como un roto juguete, de lado.

Raro los deseos no desear como antes; 

raro ver flotando tan libre en el aire 

lo que estaba unido.

Es el estar muerto tarea difícil, 

un recuperarse de lleno, para, paso a paso, 

sentir un asomo de la eternidad.

Todos los que viven cometen la falta 

de hacer diferencias demasiado netas.

Los ángeles mismos (se dice) a menudo 

no sabrían si andan por entre los vivos 

o los que ya han muerto. La corriente eterna 

sin cesar arrastra todas las edades 

por las dos esferas 

y en ambas impone silencio su voz.



 

Los arrebatados prematuramente 

no nos necesitan al fin. Poco a poco 

nos deshabituamos de lo terrenal, 

como de los senos de maternos se apartan los niños.

No obstante, nosotros, que necesitamos 

tan grandes misterios, para quienes nace tan frecuentemente 

del duelo un progreso dichoso...

sin ellos, ¿podríamos ser?

¿Es vana leyenda creer que en el luto 

por Linos, osada, la primera música

penetró la inánime materia reseca?

¿Qué en aquel espacio trémulo de espanto 

del cual para siempre, casi un dios, el joven 

se escapó de pronto, recién el vacío 

convirtióse en esa vibración sublime 

que hoy nos arrebata, consuela y ayuda?


Rainer María Rilke

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