martes, 16 de febrero de 2021

William Butler Yeats / Allá en los jardines de Salley

 


Allá en los jardines de Salley mi amor y yo nos encontramos; 
Pasó por los jardines de Salley con pies pequeños, blancos como nieve. 
Me dijo que me tomase el amor con naturalidad, como las hojas que crecen en el árbol; 
Pero yo, siendo joven y tonto, no estuve de acuerdo con ella.

 

En un prado junto al río mi amor y yo nos encontrábamos, 
Y en mi hombro inclinado ella apoyó su mano, blanca como nieve. 
Me dijo que me tomase la vida con naturalidad, como la yerba crece en las presas; 
Pero yo era joven y tonto, y ahora estoy lleno de lágrimas.

 

 

Down by the Salley gardens

 

Down by the salley gardens my love and I did meet; 
She passed the salley gardens with little snow-white feet. 
She bid me take love easy, as the leaves grow on the tree; 
But I, being young and foolish, with her would not agree.

 

In a field by the river my love and I did stand, 
And on my leaning shoulder she laid her snow-white hand. 
She bid me take life easy, as the grass grows on the weirs; 
But I was young and foolish, and now am full of tears.


William Butler Yeats


William Butler Yeats / El niño robado

 


Donde se zambullen las montañas rocosas 
Del bosque de Sleuth en el lago, 
Hay una boscosa isla 
Donde las garzas al aletear despiertan 
A las soñolientas ratas de agua: 
Allí hemos ocultado nuestras tinajas encantadas, 
Llenas de bayas 
Y de las cerezas robadas más rojas. 
¡Márchate, oh niño humano! 
A las aguas y lo silvestre 
con un hada, de la mano, 
pues hay en el mundo más llanto del que puedes entender.

 

Donde las olas del claro de luna alumbran 
Las oscuras arenas grises con su brillo, 
Lejos, en el lejano Rosses 
Nosotros caminamos por ellas toda la noche, 
Tejiendo viejas danzas, 
Juntando las manos y juntando las miradas 
Hasta que la luna emprende el vuelo; 
Saltamos de un lado a otro 
Y cazamos las burbujas de la espuma, 
Mientras el mundo está lleno de problemas 
Y duerme con ansiedad. 
¡Márchate, oh niño humano! 
A las aguas y lo silvestre 
con un hada, de la mano, 
pues hay en el mundo más llanto del que puedes entender.

 

Donde el agua errante cae 
Desde los cerros a Glen-Car, 
En lagunas entre los rápidos 
Que casi podrían bañar una estrella, 
Buscamos las truchas que dormitan 
Y susurrando en sus oídos 
Les damos sueños inquietos; 
Inclinándonos con suavidad desde 
Los helechos que lloran 
Sobre los jóvenes arroyos. 
¡Márchate, oh niño humano! 
A las aguas y lo silvestre 
con un hada, de la mano, 
pues hay en el mundo más llanto del que puedes entender.

 

Con nosotros se marcha 
El de mirada solemne: 
Ya no oirá el mugido 
De los terneros en la cálida colina 
O a la tetera en la cocina 
Cantar paz para su pecho, 
Ni verá el cuello pardo de los ratones 
Alrededor del cajón de la harina de avena. 
Pues se viene, el niño humano, 
A las aguas y lo silvestre 
Con un hada, de la mano, 
Desde un mundo con más llanto del que puede entender.



The stolen child

 

Where dips the rocky highland 
Of Sleuth Wood in the lake, 
There lies a leafy island 
Where flapping herons wake 
The drowsy water-rats: 
There we've hid our faery vats, 
Full of berries 
And of reddest stolen cherries. 
Come away, O human child! 
To the waters and the wild 
With a faery, hand in hand, 
For the world's more full of weeping than you can understand.

 

Where the wave of moonlight glosses 
The dim grey sands with light, 
Far off by furthest Rosses 
We foot it all the night, 
Weaving olden dances, 
Mingling hands and mingling glances 
Till the moon has taken flight; 
To and fro we leap 
And chase the frothy bubbles, 
While the world is full of troubles 
And is anxious in its sleep. 
Come away, O human child! 
To the waters and the wild 
With a faery, hand in hand, 
For the world's more full of weeping than you can understand.

 

 Where the wandering water gushes 
From the hills above Glen-Car, 
In pools among the rushes 
That scarce could bathe a star, 
We seek for slumbering trout 
And whispering in their ears 
Give them unquiet dreams; 
Leaning softly out 
From ferns that drop their tears 
Over the young streams. 
Come away, O human child! 
To the waters and the wild 
With a faery, hand in hand, 
For the world's more full of weeping than you can understand.

 

Away with us he's going, 
The solemn-eyed: 
He'll hear no more the lowing 
Of the calves on the warm hillside 
Or the kettle on the hob 
Sing peace into his breast, 
Or see the brown mice bob 
Round and round the oatmeal-chest. 
For he comes, the human child, 
To the waters and the wild 
With a faery, hand in hand, 
From a world more full of weeping than he can understand.



William Butler Yeats

Germán Carrasco / Temed la muerte por agua


hay una boya en un mar bravo 
y dos que se aman tratan de asirse
a la boya con desesperación

 

pero es resbaladiza de musgo y algas

es redonda y no tiene de dónde tomarla

es un muñeco porfiado siniestro

 

empieza a anochecer como en la montaña

en donde hay que llegar a la cumbre con sol

sin luz se pone todo más difícil 

 

deciden flotar de espaldas

controlar la respiración

y miran las estrellas.

 

por qué no fuimos felices

–dicen– era tan fácil.

 

Germán Carrasco

Silvio Mattoni / Padre e hija

 

Te espero en un café de paredes de vidrio

que transmiten el frío de una noche

demasiado invernal. No es cierto que lo hermoso

tenga que morir, a veces sólo crece

y se desenvuelve. Todavía no llegaste

a la cumbre orgullosa de tu cara

y a manejar la gracia de tu cuerpo.

Ahora estarás arriba ya explorando

las maneras de hablar que llevarás

de a poco hasta la forma femenina

que quieras ser. ¿En qué, hijita,

el tiempo te ha de convertir,

por cuántos días más, aquí y ahora,

seguirás callando los descubrimientos

de no ser nadie más, sólo vos,

tu fantasía del imperio del sol

y tu sensación de haber nacido

en el lugar, el cuerpo equivocado?

No es hora de cambiar, hablá en secreto

con el oído rentado de una mujer grande

que tiene la forma típica de nuestra raza:

inmigrantes que aspiran a todo, inclusive

idiomas, títulos, lujos imaginarios.

Calmate, como dice la canción,

tranquilizate. Tu único error está

en la extensión de la rampa que lleva

de la juventud a otra parte, que sube

y también baja. Hay muchas cosas

que tengo que saber: ¿cómo expresarte

mi afición a tu presencia, mi alegría

por tu existencia altiva? Y vos acaso

tengas que saber más, mucho más,

para eso están mis libros, el lado amable

del áspero intratable que parece ignorarte

o retarte en exceso. Encontrá a alguien,

aunque no ahora mismo, tal vez

cerca de los dieciocho, si querés, algún día

podés casarte. El cantante es un gato

y habla un idioma que conocés bien,

en el que llora tu voz y estremece el silencio

de mi cuerpo que tiembla al escucharte.

Mirame, soy un viejo, pero estoy

contento. Me vas a decir que querés

irte lejos, muy lejos, a las antípodas.

Yo también exploté, me vi llevado

a tu edad a las palabras, al exilio

de ser sólo yo. Pero quedate un poco

más, una década más, tus hermanas

mayores y tu hermanito, tus mascotas,

sobre todo tu madre no podrían estar

en calma sin vos. Y yo, mi vida

no tendría sentido sin tus ojos de gris

terciopelo y acero, sin tu marquita

de varicela en el nacimiento de la nariz

más perfecta posible. No creo que puedas

leer este poema hasta que llegue

también tu hora de decir: “Mirame,

soy grande, estoy contenta”. Y está bueno

el tema, se repite, mejora cuando habla

el chico que quiere irse. Vos dirías:

“todas las veces que lloré, guardé

las cosas que empezaba a saber, palabras

que no se pueden olvidar, que duelen

pero más duele ignorarlas. Si ustedes

tienen razón, me daría cuenta, son ellos

y ustedes así, no me conocen, nunca

antes les hablé, ahora tengo la opción:

sé que me tengo que ir”. Está bien, te diría,

andate alguna vez, pero no este año, no

en esta estación fría. Sentate un poco

a tocar en el piano una canción de chicas

que sufren al expresarse aunque suenen

con la agudeza de la vida futura.



Silvio Mattoni

sábado, 13 de febrero de 2021

Matías Rivas / La esperma sucia de una vela

 

La esperma sucia de una vela
y la incapacidad tuya
para decirme las cosas
está definiendo de alguna manera
mis días. No creo tener
el alcance que tu reclamas
ni la tranquilidad ni los dolores
calmos que tanto te hacen falta.
Las cosas se delinean en la fineza
de sus contornos, y aquí
la esperma se ha mezclado
con la mecha negra quemada.
Lo único que se me ha ocurrido hacer
ya estaba hecho por otro
y mis libros nunca
salieron de mi casa.
Para tu seca belleza extranjera
mal vistas son las despedidas,
yo por mi parte, no tengo qué hacer
sino poner la vista
en los edificios de enfrente,
recordar el patio de mi colegio
formado para entrar a clases
y de esta manera
encubrir el imposible
olvido de estar arriba
o abajo tuyo. Debí aspirar
una vida común,
seca de rabia y sin
tanta ostensible pasión.
Ninguna tarde más
será regada con tu fría mirada
ni sabré cómo me queda
la ropa. Te fuiste sin haber
llegado y yo con el aire
entre los dedos,
reclamo ceguera
en asuntos de amor.



Matías Rivas

Matías Rivas / Mi Buda

 

Perdona, hijo, mis gritos insufribles,
los portazos,
la cruel injusticia de mis palabras
y el tono infame de mis arrebatos.
Sé que no hay consuelo ni piedad posible
ante mi neurosis desatada. Mi gusto por el orden
y mi fe en la voluntad son inverosímiles.
Carezco de la soltura de la que tú gozas,
de esa elasticidad con la que te estiras por el suelo.
Soy a la luz de cualquier vela un manojo de nervios retorcidos.
Te ruego que no me escuches ni me observes.
Mi paciencia es breve
y me duele la cabeza y el cuello de tanto manejar.
En las noches aprieto las mandíbulas hasta triturar mis muelas.
Disculpa mis malos modos.
Detesto mi escaso entusiasmo, mi cansancio crónico
y ese pesimismo jocoso con que amanezco.
Mi mente parece un panal de abejas con humo
y resisto gracias a las maromas
de tu madre y la piedad de mi familia.
Han tenido entereza y excesiva templanza.
Sólo soy un peón de porcelana.
A tu edad mis padres me daban correazos en las piernas si era necesario;
en cambio, lo que a mí me toca es aprender a escucharte
como si fueras un buda.



Matías Rivas

Enrique Lihn / Monólogo de un padre con un hijo de meses

 

Nada se pierde con vivir, ensaya:

aquí tienes un cuerpo a tu medida

Lo hemos hecho en sombra por amor a las artes de la carne

pero también en serio

pensando en tu visita como en un nuevo juego gozoso y doloroso;

por amor a la vida, por temor a la muerte y a la vida,

por amor a la muerte

para ti o para nadie.

 

Eres tu cuerpo, tómalo, haznos ver que te gusta como a nosotros este doble regalo que

te hemos hecho y que nos hemos hecho.

Cierto, tan sólo un poco del vergonzante barro original,

la angustia y el placer en un grito de impotencia.

Ni de lejos un pájaro que se abre en la belleza del huevo,

a plena luz, ligero y jubiloso, sólo un hombre:

la fiera vieja del nacimiento, vencida por las moscas, babeante y rebosante.

 

Pero vive y verás el monstruo que eres con benevolencia

abrir un ojo y otro así de grandes,

encasquetarse el cielo, mirarlo todo como por adentro,

preguntarle a las cosas por sus nombres

reír con lo que ríe,

llorar con lo que llora,

tiranizar a gatos y conejos.

 

Nada se pierde con vivir, tenemos todo el tiempo del tiempo por delante

para ser el vacío que somos en el fondo.

Y la niñez, escucha:

no hay loco más feliz que un niño cuerdo

ni acierta el sabio como un niño loco.

Todo lo que vivimos lo vivimos ya a los diez años más intensamente;

los deseos entonces se dormían los unos en los otros.

Venía el sueño a cada instante,

el sueño que restablece en todo el perfecto desorden

a rescatarte de tu cuerpo y tu alma;

allí en ese castillo movedizo eras el rey, la reina, tus secuaces, 

el bufón que se ríe de sí mismo,

los pájaros, las fieras melodiosos.

 

Para hacer el amor allí estaba tu madre

y el amor era el beso de otro mundo en la frente,

con que se reanima a los enfermos,

una lectura a media voz,

la nostalgia de nadie y nada que nos da la música.

 

Pero pasan los años por los años y he aquí que eres ya un adolescente.

Bajas del monte como Zaratustra a luchar por el hombre contra el hombre:

grave misión que nadie te encomienda;

en tu familia inspiras desconfianza,

hablas de Dios en un tono sarcástico, llegas a casa al otro día, muerto.

Se dice que enamoras a una vieja, te han visto dando saltos en el aire,

prolongas tus estudios con estudios de los que se resiente tu cabeza.

No hay alegría que te alegre tanto como caer de golpe en la tristeza

ni dolor que te duela tan a fondo como el placer de vivir sin objeto.

Grave edad, hay algunos que se matan porque no pueden soportar la muerte,

quienes se entregan a una causa injusta en su sed sanguinaria de justicia.

Los que más bajo caen son los grandes,

a los pequeños les perdemos el rumbo.

En el amor se traicionan todos,

el amor es el padre de sus vicios.

Si una mujer se enternece contigo le exigirás te siga hasta la tumba,

que abandone en el acto a sus parientes,

que instale en otra parte su negocio.

 

Pero llega el momento fatalmente en que tu juventud te da la espalda

y por primera vez su rostro inolvidable en tanto huye de ti que la persigues a salto de ojo,

inmóvil, en una silla negra.

Ha llegado el momento de hacer algo parece que te dice todo el mundo

y tú dices que sí, con la cabeza.

En plena decadencia metafísica caminas ahora con una libretita de direcciones en la mano,

impecablemente vestido,

con la modestia de un hombre joven que se abre paso en la vida,

dispuesto a todo.

El esquema que te hiciste de las cosas hace aire 

y se hunde en el cielo dejándolas a todas en su sitio.

De un tiempo a esta parte te mueves entre ellas como un pez en el agua.

Vives de lo que ganas, ganas lo que mereces, mereces lo que vives:

eres, por fin, un hombre entre los hombres.

 

Y así llegas a viejo como quien vuelve a su país de origen después de un viaje interminable 

corto de revivir, largo de relatar,

te espera en ti la muerte, tu esqueleto con los brazos abiertos,

pero tú la rechazas por un instante,

quieres mirarte larga y sucesivamente en el espejo que se pone opaco.

Apoyado en lejanos transeúntes vas y vienes de negro,

al trote, conversando contigo mismo a gritos, como un pájaro.

No hay tiempo que perder, eres el último de tu generación en apagar el sol 

y convertirte en polvo.

 

No hay tiempo que perder en este mundo embellecido por su fin tan próximo.

Se te ve en todas partes dando vueltas en torno a cualquier cosa como en éxtasis.

De tus salidas a la calle vuelves con los bolsillos llenos de tesoros absurdos: 

guijarros, florecillas.

Hasta que un día ya no puedes luchar a muerte con la muerte y te entregas a ella, 

a un sueño sin salida, más blanco cada vez, sonriendo, sollozando como un niño de pecho.

 

Nada se pierde con vivir, ensaya: aquí tienes un cuerpo a tu medida,

lo hemos hecho en la sombra por amor a las artes de la carne pero también en serio,

pensando en tu visita

para ti o para nadie.



Enrique Lihn

viernes, 12 de febrero de 2021

Alejandro Zambra / Garfield

 

Cada vez que un avión se cae

en cualquier parte del mundo 

los diarios chilenos informan 

si hay chilenos 

entre las víctimas. 

Pero mi hijo de cuatro años 

no pregunta si murieron chilenos 

pregunta si murieron niños 

porque los niños pertenecen 

al país de los niños 

igual que los muertos pertenecen 

al país de los muertos. 

 

Eso pienso mientras camino 

con mi hijo por el cementerio 

y lo veo alejarse corriendo 

en dirección a una lápida 

donde un remolino de papel 

y un Garfield de peluche 

manifiestan la visita reciente 

de unos padres desconsolados.

 

Mi hijo de cuatro años juega 

con el peluche de un niño muerto 

y yo temo que quiera llevárselo a casa 

pero no dice nada, no quiere 

llevárselo: unos segundos más tarde 

lo deja respetuosamente 

en el mismo lugar 

y se despide no sé si del peluche 

de la lápida 

o del niño muerto.



Alejandro Zambra

Gonzalo Rojas / Crecimiento de Rodrigo Tomás

 


Libre y furioso, en ti se repite mi océano orgánico,

hijo de las entrañas de mi bella reinante:
la joven milenaria que nos da este placer de encantarnos
mutuamente, desde hace ya una triple primavera.


¿Cómo reconstruirte si ya estás, oh Rodrigo Tomás,
estirando en furor tu columna, tu impaciencia de ser el monarca?
¿Cómo reconstruirte para mejor hallarte
en tu luz esencial, entre el fulgor de mis pasiones revolcadas,
y esa persecución que va quemando los cabellos de María?


No sé por qué te busco en lo hondo de lo perdido, en esas noches
en que jugué todos mis ímpetus por un espléndido abandono
en poder de las olas lúgubres y sensuales,
a merced de una brisa que me daba a gustar la ilusión del cautiverio,
donde el libertinaje hace su nido.


No. Tu raíz es una estrella más pura que el peligro.
Es el encuentro de dos rayos en lo alto de la tormenta.
Es el hallazgo de la llave que te abrió la existencia y el presidio.


Antes de verte, en nadie vi tus ojos tiránicos.
Sólo las hembras tienen la encarnada visión de su deseo.
Ni pretendí heredero porque fui un poseído de mi propio fantasma.
Hasta que me robé la risa de tu madre para besarla y estremecerla.
A lo largo de un viaje a lo inmediato mío resplandeciente.


Ahora me pregunto cuál será el límite de tu carácter
si tu médula espinal fue la flor de los vagabundos
que se iban con los trenes, sin consultar siquiera el silbato de su azar.
Mordidos por los prejuicios. Curtidos por el viento libre.
¿Si tu madre y tu padre quemaron sus entrañas para salvar tu fuego?


¿Pero qué importa nada si hoy, por último, estás ahí
reunido en materia de encarnación radiante,
oyéndome, entendiéndome, como nadie en este mundo
podrá entender la tempestad de un parto?
-Oh, todos los mundanos te dirán que las pasiones rematan en un beso.


Tu madre y yo dormíamos cuando nos gritaste: "Heme aquí". 
"¿Qué esperáis a arrullarme en las ruedas de vuestra fuga?" 
¿Qué esperáis a participarme vuestro fuego?
-Yo soy el invitado que aguardábais antes de ser ceniza".


Tu madre y yo dormíamos esa noche en la costa
mientras el mar cantaba para ti desde la profundidad de nuestro sueño,
con furor disonante, arrullando tus pétalos divinos.


Tu alta dinastía se remonta al resplandor de la nieve.
A las noches en que tu madre quería verte tras nuestra única ventana
y allí afuera la nieve era un diálogo ardiente
entre mi desesperación y el bulto vivo que contenía tu relámpago.


Así, tu madre te alumbró frente a esas dignas piedras de Atacama
con toda la entereza de su Escocia durmiendo en su mirada dimanatina.
Te parió allí en la madrugada de Septiembre de un día fabuloso
de la gran guerra mundial en cuyo primer acto yo también fui parido.
Así en la pesadilla de un siniestro espectáculo,
te alumbró con un grito que hizo cantar a las estrellas.


Oh, qué frío tan encendidamente gozoso
el aire de tu aparición en este mundo:
traías tu cabeza como un minero ensangrentado
-harto ya de la obscuridad y la ignominia-:
reclamabas a grandes voces un horizonte de justicia.
Querías descifrarlo todo con tu llanto.


Te di para tu libertad la nieve augusta y el lucero.
Yo fui tu centinela que te veló en el alba.
Aún me veo, como un árbol, respirando para tus nacientes pulmones,
librándote da la persecución y el rapto de las fieras.
Ay, hijo mío de mi arrogancia
siempre estaré en la punta de ese paisaje andino
con un cuchillo en cada mano para defenderte y salvarte.


Primogénito mío: tu casa era lo alto de la nieve de Chile.
De la cobriza sierra te bajé hasta las islas polares.
Te quise navegante. Te arranqué de los montes.
Corrimos el desierto, las colinas, los prados,
y entramos a la mar de tus abuelos
por el Reloncaví de perla indescifrable.


Nos aislamos. Vivimos en trinidad y espíritu.
El mar cantaba ahora en el huerto de nuestra casa.
Tú respirabas hondo. Jugabas con la arena y la neblina.
Por el Golfo lloraban sirenas en la noche.
Los pescados venían a conversarte en tu lengua primitiva.


Me veo galopando en mi caballo a la siga de las nubes,
remando para dar más brío a los veleros,
cortado en la escotilla de la niebla, durmiendo encima de los sacos. 
Junto a corderos tristes, viendo bramar el Este enfurecido.
Pensando en ti, en tu madre, poco antes de morirme.


Cuando llegaba el día, yo saltaba a la arena,
corría por el bosque todavía empapado por la lluvia.
Vosotros me mirabais como a un náufrago viviente
y me dabais el beso de la resurrección y de la gracia.


Oh madera rajada por el hacha. Oh ladrido
del viento sobre el Golfo, todos los días navegado.
Adiós. Ya nos partimos de vosotros, oh peces. 
Dadle a Rodrigo Tomás la lucidez de vuestro pensamiento. 
Adiós, islas sombrías. Ya el rayo nos está llamando.


Trenes.
Pájaros.
Playas.
Toda la geografía
de Chile para ti, mi hambriento hidalgo.
Mi bien nacido soplo: para ti todo el fuego.
Para ti lo telúrico, lo enardecido. Todo
lo que te haga crecer más lejos que el relámpago.


Tierra para tu sangre. Mar y nieve
para tu entendimiento, y Poesía
para tu lengua.


Oh Rodrigo Tomás: siempre estarás naciendo de cada impulso mío.
De cada espiga de tu madre.


Cuando estemos dormidos para siempre,
oh Rodrigo Tomás: siempre estarás naciendo.


Entonces,
no te olvides de gritarnos: 
"Heme aquí". 
"¿Qué esperáis a arrullarme en las ruedas de vuestra fuga?
¿Qué esperáis a participarme vuestro fuego? 
- Yo soy el invitado que aguardábais antes de ser ceniza".



Gonzalo Rojas

sábado, 6 de febrero de 2021

Friedrich Nietzsche / ECCE HOMO

 

¡Sí! ¡Sé de dónde procedo!

Insaciable cual la llama
quemo, abraso y me consumo.
Luz se vuelve cuanto toco
y carbón cuanto abandono:
llama soy sin duda alguna.


Friedrich Nietzsche