Homero como enigma y como ocaso
…la Odisea es muchísimo más moderna que la Ilíada—.
La Ilíada narra la historia de un héroe obsesionado por la fama y el honor. Aquiles puede elegir entre una vida sin brillo, larga y tranquila, si se queda en su país, o una muerte gloriosa, si se embarca hacia Troya. Y decide ir a la guerra, aunque las profecías le advierten de que no regresará. Aquiles pertenece a la gran familia de las personas deslumbradas por un ideal, valientes, comprometidas, melancólicas, insatisfechas, empecinadas y propensas a tomarse muy en serio a sí mismas. Alejandro soñó desde la infancia con parecerse a él, y buscó inspiración en la Ilíada durante los años de su fulgurante campaña militar.
En el cruel universo bélico, los jóvenes mueren y los padres sobreviven a sus hijos. Una noche, el rey de Troya se aventura a solas hasta el campamento enemigo, para rogar que le devuelvan el cadáver de su hijo, con el fin de enterrarlo. Aquiles, el asesino, la máquina de matar, se compadece del viejo y, ante la imagen de dolorida dignidad del anciano, recuerda a su propio padre, a quien no volverá a ver. Es un momento conmovedor, en el que el vencedor y el vencido lloran juntos y comparten certezas: el derecho a sepultar a los muertos, la universalidad del duelo y la belleza extraña de esos destellos de humanidad que iluminan momentáneamente la catástrofe de la guerra. Sin embargo, aunque la Ilíada no lo cuenta, sabemos que la tregua será breve. La guerra continuará, Aquiles morirá en combate, Troya será arrasada, sus hombres, pasados a cuchillo, y sus mujeres, sorteadas como esclavas entre los vencedores. El poema termina al borde del abismo.
Aquiles es un guerrero tradicional, habitante de un mundo severo y trágico; en cambio, el vagabundo Ulises —una criatura literaria tan moderna que sedujo a Joyce— se lanza con placer a aventuras fantásticas, imprevisibles, divertidas; a veces eróticas, a veces ridículas. La Ilíada y la Odisea exploran opciones vitales alejadas, y sus héroes afrontan las pruebas y azares de la existencia con temperamentos opuestos. Homero deja claro que Ulises valora intensamente la vida, con sus imperfecciones, sus instantes de éxtasis, sus placeres y su sabor agridulce. Es el antepasado de todos los viajeros, exploradores, marinos y piratas de ficción —capaz de afrontar cualquier situación, mentiroso, seductor, coleccionista de experiencias y gran narrador de historias—. Añora su hogar y su mujer, pero se entretiene a gusto por el camino. La Odisea es la primera representación literaria de la nostalgia, que convive, sin demasiados conflictos, con el espíritu de navegación y aventura. Cuando su barco encalla en la isla de la ninfa Calipso de lindas trenzas, Ulises se queda con ella durante siete años.
En ese pequeño edén mediterráneo donde florecen las violetas y el suave oleaje baña las playas paradisiacas, Ulises goza del sexo con una diosa, disfrutando a su lado de la inmortalidad y la eterna juventud. Sin embargo, después de varios años de placer, tanta felicidad le hace desgraciado. Se cansa de la monotonía de esas vacaciones perpetuas y llora a orillas del mar recordando a los suyos. Por otra parte, Ulises conoce lo suficiente a la raza divina como para pensárselo dos veces antes de confesarle a su poderosa amiga que se ha cansado de ella. Será Calipso quien aborde la peliaguda conversación: «Ulises, ¿así que quieres marcharte a tu casa en tu tierra natal? Si supieras cuántas tristezas te deparará el destino, te quedarías aquí conmigo y serías inmortal. Yo me precio de no ser inferior a tu esposa ni en el porte ni en estatura, pues ninguna mujer puede rivalizar con el cuerpo y con el rostro de una diosa».
Es una oferta muy tentadora: vivir para siempre como amante de una voluptuosa ninfa, en la plenitud del cuerpo, sin vejez, sin enfermedades, sin malas rachas, sin problemas de próstata ni demencia senil. Ulises contesta: «Diosa, no te enfades conmigo. Sé muy bien que Penélope es inferior a ti, pero aun así deseo marcharme a mi casa y ver el día del regreso. Si alguno de los dioses me maltrata en el mar rojo como el vino, lo soportaré con ánimo paciente. He sufrido ya tanto entre las olas, en la guerra…». Y, después de decidir su ruptura —dice el poeta con encantadora naturalidad—, el sol se puso, llegó el crepúsculo y los dos se fueron a deleitarse con el amor en mutua compañía. Cinco días después, él zarpó de la isla, feliz de desplegar las velas al viento.
El astuto Ulises no fantasea, como Aquiles, con un destino grandioso y único. Podría haber sido un dios, pero opta por volver a Ítaca, la pequeña isla rocosa donde vive, a encontrarse con la decrepitud de su padre, con la adolescencia de su hijo, con la menopausia de Penélope. Ulises es una criatura luchadora y zarandeada que prefiere las tristezas auténticas a una felicidad artificial. El regalo que le ofrece Calipso es demasiado parecido a un espejismo, a una huida, al sueño de una droga alucinógena, a una realidad paralela. La decisión del héroe expresa una nueva sabiduría, alejada del estricto código de honor que movía a Aquiles. Esa sabiduría nos susurra que la humilde, imperfecta y efímera vida humana merece la pena, a pesar de sus limitaciones y sus desgracias, aunque la juventud se esfume, la carne se vuelva flácida y acabemos arrastrando los pies.
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